Cuando Mónica Lehder tenía dos años el gobierno de Virgilio Barco en 1986 desplegó un operativo contra su papá. Él estaba en una de sus fincas en el Meta. Alcanzó huir. Los únicos que no pudieron fueron su mamá, Viviana García, Joaquín, uno de sus tíos y ella. La entregaron a Bienestar Familiar y ahí duró 18 meses. Su mamá fue al Buen Pastor y su tío a la Modelo. Fue la última vez que vio a su papá. Al menos en libertad.
Él fue uno de los hombres más ricos del mundo y el enemigo número uno de Estados Unidos. Desde su isla en Cayo Norman, Bermudas, a 112 kilometros de las costas de la Florida, llevó más de 2.000 kilos de cocaína a ese país. El imperio de su papá se desmoronó en enero del 1987 cuando fue detenido y extraditado a los Estados Unidos, fue el primer narco poderoso que fue deportado a los Estados Unidos. La condena fue desproporcionada: tres cadenas perpetuas y 130 años. Mónica no vivió nada del esplendor de su papá. Siempre estuvo al lado de su mamá, la mujer que curó todas sus heridas.
Mónica y su mamá tuvieron que ver a Carlos cuando estaba en una cárcel de máxima seguridad seis metros bajo tierra. Para poder hablar con él, visitarlo, tuvieron que meterse en el programa de protección de testigos. Lo tenían aislado. Ella tenía 8 años. Le cambiaron el nombre por el de Salazar mientras se acomodaban en alguna ciudad. Fueron seis meses de encierro absoluto y cuando podían salir era con un Federal como lo contó al programa Los Informantes.La última vez que vio a su papá fue muy duro. Al menos no venía con el overol, esposado si estaba, lo vieron y pudieron abrazarlo. Fue media hora. Nunca más lo volvió a ver. Ella tenía 12 años. Le hizo una promesa, que se iban a ver pronto. Pelusita le dice Lehder. Lo acompañaron en Estados Unidos muchos años, lo siguieron hasta otra prisión en medio del desierto. No lo pudieron seguir viendo más, eso sí, le mandaban el dulce de mora que le gusta tanto. Aunque Lehder esta en libertad, Mónica no ha podido ir a visitarlo en Alemania mientras se acomoda.
Por su parte, hasta los 9 años Manuela Escobar Henao se llamó así. Después de la muerte de su papá, el capo del Cartel de Medellín, e irse en exilio a Argentina pasó a llamarse Juana Manuela Marroquín Santos. En sus 31 años de vida las únicas imágenes que se conocían eran las de su infancia. En estos 22 años de estar viviendo en el país gaucho, de ella solo se habían filtrado un par de datos: Que cuando sus amigos de colegio descubrieron que era la hija del capo le comenzaron a hacer tanto bullying que debió retirarse y empezar a recibir clases con profesores particulares en un austero apartamento. Pero además, que el encierro la volvió tan ensimismada y sensible que el día que su mamá y su hermano decidieron darle la cara al planeta, ella se negó por completo a brindar cualquier declaración, a salir en televisión y ni siquiera a mostrar su cara en alguna fotografía.
Sin embargo, es difícil contrarrestar los embates de la curiosidad. En el 2018, un par de fotos le dieron dando la vuelta al mundo, Manuela ya no era la niña mimada de Escobar sino una treintañera que quiere salir adelante sin aquel remoquete de narcos y muertes. Ya no era la hija mimada de Pablo, quien la trataba de complacer a cualquier precio.