Escenario: un barrio residencial de Popayán. Hora: la de los afanes, 6 y 30 de la mañana. Un chico de unos 10 o 12 años de edad se dirige al colegio con uniforme y maletín. Busca transporte. El mototaxista que lo lleva todos los días se ha parado en la otra esquina, una cuadra más arriba. Pero lo alcanza a ver, le pita, le hace la señal de que ya va. Pero en eso llega otro transportador informal, que aprovecha la ocasión y le ofrece sus servicios. Y ahí se arma, porque el de todos los días ya está allí y le hace un reclamo pasado de tono al colega. Las palabras se acaloran y los mototaxistas pasan a la acción.
Pelea
Frente al pasajero que solo quería llegar rápido al colegio, se enzarzan a golpes. Hay patadas, puñetazos. Una moto cae, después la otra, el estudiante mira con los ojos como platos la escena, con una mezcla de susto y emoción (talvez lo cuente a sus compañeros, añadiéndole algún detalle por su cuenta). Pero la pelea no se resuelve y el tiempo pasa, los contendores resuellan, alguno tiene sangre y vuelven a la lucha. La riña atrae curiosos que ya empiezan a formar un círculo, que se hace y deshace con la misma rapidez pues la gente tiene prisa por llegar a sus ocupaciones cotidianas. Entre los que arriman a echar un vistazo llega otro mototaxista que lanza un gran bostezo. ¿Moto, señor?, le pregunta el chico. ¿Claro, hasta dónde vas? Hacen un acuerdo rápido y se van.
Desencanto
Los de la pelea ya están cansados, no se han hecho daños de consideración. En medio de las acometidas, han visto que la causa del conflicto se ha subido a otra moto y ya cruza la esquina. Parecen volver en sí. Sin cruzarse una palabra entienden que el combate ha terminado. Levantan sus motos. Una gran mancha de aceite y combustible se extiende sobre el asfalto. Hay algunas risas burlescas entre los espectadores. Vaya forma de empezar el día. Con alegría, con adrenalina. El espectáculo matinal ha terminado. Los mototaxistas se sacuden la ropa, inspeccionan las motos. El frío de la mañana vuelve a posarse sobre la calle. El grupo de curiosos ha desaparecido. Los nuevos transeúntes no saben lo que ha pasado, solo ven a dos tipos con cara de desencanto, encendiendo unas motos y alejándose en silencio.