Al excomandante guerrillero Joaquín Gómez lo conocí cuando aún era Milton Toncel, y era profesor de Zootecnia en la Universidad de la Amazonia, recién llegado de graduarse como ingeniero en una universidad de la antigua Unión Soviética. Compartimos cubículo, pues yo era a la sazón profesor de Economía en la misma universidad. Milton era muy simpático, casi empalagoso en su amabilidad, no sé si por ser guajiro o la amabilidad la había adquirido en la fría Rusia. Era formalmente todo un caballero, pero desde entonces noté que era fundamentalista. El pasado 5 de octubre lo volví a ver, declarando ante la Comisión de Esclarecimiento la Verdad (CEV) y ante los indígenas korebaju (coreguaje). En esencia, el ahora excombatiente de las Farc dijo que tal vez por ese fundamentalismo -digo yo- y él que por desconocimiento, las Farc cometieron terribles crímenes y vejaciones contra los indígenas:
Ahora que he escuchado (a los korebaju), he comprendido y me he sentido mucho más culpable, de una culpabilidad tanto individual como de tipo colectivo. Sé que el daño que les hemos causado es irreparable, porque conociendo ahora sus costumbres, me di cuenta que cuando un líder desaparece físicamente, cuando un líder se mata, se asesina, se está asesinando parte de la riqueza hereditaria, ancestral, de toda una comunidad. Es decir, se pierde esa armonía que han cultivado muy bien, de una manera consciente con la naturaleza, se maltrata esa espiritualidad que ha determinado los actos del pueblo korebaju… Pido perdón a toda la comunidad…
Me gustaría haber conocido al papa Francisco. Ojalá tomando mate en el Café Torino de Buenos Aires. Cuando estuve allá, aún en los años 80, apenas Argentina hacía tránsito de la dictadura a la democracia, y entonces Bergoglio no era bien visto por los activistas de izquierda que frecuenté. Lo consideraban cercano a “los milicos”. Recién leí en su “Exhortación apostólica postsinodal: Querida Amazonia”, la franca petición de perdón de la Iglesia católica a los pueblos indígenas de la Amazonia:
En el momento actual la Iglesia no puede estar menos comprometida, y está llamada a escuchar los clamores de los pueblos amazónicos «para poder ejercer con transparencia su rol profético». Al mismo tiempo, ya que no podemos negar que el trigo se mezcló con la cizaña y que no siempre los misioneros estuvieron del lado de los oprimidos, me avergüenzo y una vez más «pido humildemente perdón, no solo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América» y por los atroces crímenes que siguieron a través de toda la historia de la Amazonia. A los miembros de los pueblos originarios, les doy gracias y les digo nuevamente que «ustedes con su vida son un grito a la conciencia [...]. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa común.
Ya sé que una tal señora Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y militante de la extrema derecha del PP, se “delicó” por las declaraciones de Francisco. Ni más faltaba. La ignorancia es atrevida. Y el racismo peor. De seguro entre el fundamentalismo estalinista en Colombia también habrá quienes se “deliquen” por las declaraciones del excomandante de las Farc, reconociendo con cuánta ignorancia ellos atacaron a caciques, taitas, chamanes y otras autoridades ancestrales.
En el fondo, de lo que se trata es de racismo estructural, eurocentrismo y etnocentrismo. Pero no hay espacio aquí para tratar todos esos temas.
Para la Iglesia católica existe un “plan salvífico”, establecido por Dios y revelado en los Evangelios, del cual deben hacerse parte todos los pueblos del mundo. La misión de la Iglesia y sus fieles es ejecutar dicho plan salvífico, por misericordia. Así, los pueblos indígenas debían se bautizados, adoctrinados y sometidos a los mandamientos y demás normas salvíficas (“civilizatorias”) de la Iglesia. Los ministros y funcionarios de la Iglesia asumieron la empresa de la conquista de almas y adoctrinamiento, asociados al Estado, a los regímenes políticos dominantes, a los empresarios de la conquista, la colonia y la república, y en ocasiones en clara confrontación con éstos. Hay que reconocer que lo hicieron con estoicismo y sacrificio, a pesar del inmenso costo social, cultural y vital que esos procesos significaron para los pueblos indígenas.
Por su lado, las Farc, adoptaron un cuerpo de doctrina estalinista, determinista, mesiánico, estadocéntrico y de humanismo socialista. Sus militantes más esclarecidos estaban convencidos que su proyecto era “científico” y humanista. Se convencieron que valía la pena dar la vida y correr toda suerte de riesgos y sacrificios por alcanzar el triunfo de la revolución. Que los pobres, los jóvenes, las mujeres, los indígenas, los afros, todos debían poner su parte de sacrificio por la proclamada salvación colectiva, social y política. Todos los medios eran válidos para obtener los fines propuestos o adoptados.
Tanto las Farc como la Iglesia estaban convencidas, cada una a su manera, de sus ideologías y sus principios como verdades absolutas. Hoy la Iglesia está cambiando y reconoce el inmenso daño causado. Habla de aprender de los pueblos indígenas de la Amazonia y de “inculturación”, no de imposición de su verdad.
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Hoy la Iglesia habla de aprender de los pueblos indígenas de la Amazonia y de “inculturación”, no de imposición de su verdad
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Las Farc igual han reconocido el inmenso daño causado a los pueblos originarios. Se comprometieron en Florencia en luchar porque nunca más se repita esa tragedia.
Los korebaju, las víctimas de los fundamentalismos, pidieron poco: parar el proceso de extinción, física y cultural, como lo ordena la Corte Constitucional en el Auto 004 de 2009.
El pueblo korebaju llegó al Caquetá huyendo, desde Brasil, y se localizó sobre los ríos Orteguaza y Putumayo. Primero los victimizaron los caucheros desde finales del siglo XIX. Luego los soldados colombianos que iban para la guerra con el Perú. Después don Oliverio Lara hizo la hacienda ganadera más grande de Sur América y los redujo al bajo Orteguaza. En los años setenta llegaron los coqueros a sembrar en sus territorios y el M-19 a hacer la guerra (Antonio Navarro y colegas algo tienen que contar también en la CEV). A mediados de los ochenta del siglo pasado llegaron las FARC a imponer su orden social y su poder. Los militares establecieron allí mismo las dos bases militares más poderosa del Sur: Larandia y Tres Esquinas. Desde siempre han pasado las petroleras explorando sus territorios. Lo milagroso es que aún exista y resista este pueblo milenario.
Al final del evento de la CEV, los korebaju también pidieron que como víctimas los dejen llegar al Congreso. Una de las 16 curules de las víctimas en la Cámara, dicen ellos, debe ser para el pueblo korebaju. Y tienen razón: ya sé por quién votar en el Caquetá. Mi voto es korebaju, porque yo soy pijao y estoy por la paz.