A los 57 años, Timochenko tiene la posibilidad de volver a llamarse Rodrigo Londoño. Hace cuarenta que nadie lo llama así, desde que ingresó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Era un militante comunista desencantado con la vía electoral y estaba convencido de que la reforma agraria sólo era posible a través de las armas. Ahora, cuatro décadas después, este hombre de un metro sesenta, hablar pausado y extrema amabilidad, es el jefe de una guerrilla de siete mil combatientes, que sobrevivió a una guerra de más de medio siglo (…).
En abril de 1976, con 17 años, pasó del Partido Comunista colombiano a las FARC, que hacía veintidós años se había lanzado al monte y reivindicaba un programa de reforma agraria. En ese momento, la guerrilla sumaba unos mil combatientes y había decidido ampliar de cuatro a seis los frentes de combate, según precisa Jorge Enrique Botero en su libro Simón Trinidad. El hombre de hierro.
Su decisión no fue de un día para el otro. Se fue macerando con el tiempo: su padre comunista, los discursos de Fidel Castro de 1964, el recuerdo de sus compañeros de escuela que no tenían para el desayuno, las historias sobre los desaparecidos colombianos y la muerte de Salvador Allende, en 1973. Esos son los hechos que enumera cuando alguien le pregunta por las razones de su radicalización. Cuando tomó la decisión no lo asustó ninguna de las advertencias que le dio el militante de las FARC que lo entrevistó antes de llevarlo al monte: “Es muy duro, va a aguantar hambre, se tiene que olvidar de la familia”. Hasta ese momento, Londoño nunca se había ido a dormir con la panza vacía.
Rodrigo Londoño nació el 20 de enero de 1959, en La Tebaida, departamento del Quindío. Cuando tenía cinco o seis años no imaginaba que ingresaría a las FARC. Mucho menos que dirigiría la Escuela Nacional de Formación de Cuadros ni que sería el encargado de fundar y llevar adelante un frente completo de combate y que, finalmente, sería el jefe de toda esa organización. Su llegada a la cima se produjo tras el asesinato de Alfonso Cano, en 2011, cuando comenzaba la negociación promovida por el presidente Juan Manuel Santos para lograr la paz. (. …)
Cuando habla de Cano es el único momento en que sus ojos realmente se ensombrecen. No se explica cómo fue que el Ejército encontró el campamento donde estaba Cano y lo arrasó a pura bomba. En ese momento se paralizaron. No tuvieron reacción inmediata y fue Santos el que le pidió a Hugo Chávez que intercediera. Timochenko viajó a Venezuela y estuvo toda una noche hablando con Chávez, desde las 8 pm hasta las cuatro de la mañana. Ahí acordaron cuál sería el rol de Venezuela, y el de Chávez, como garantes de la negociación que volvió a retomarse (…)
Hace varios meses Timochenko volvió a vivir en la ciudad. No había estado tanto tiempo en una desde hacía cuarenta años. Trata de evitar sentir ese impacto que implica pasar de la selva a la urbe. Se concentra en todo lo que falta: el Acuerdo de Paz avanza, rápido para lo que fueron acuerdos similares en otros puntos del globo, pero todo el tiempo parece que se va a atascar en un pantano.
Parte de ese carácter sinuoso y complejo en el que se mueve esta negociación constante se puede explicar en lo que encontró el actual presidente de Colombia cuando, hace seis años, ordenó iniciar los sondeos clandestinos para intentar este proceso. Y lo que encontró —asegura Timochenko— lo sorprendió: pese al combate sistemático a las FARC que —como ministro de Defensa del presidente Álvaro Uribe— había encabezado el propio Santo, la guerrilla se había sostenido. Tenía unos siete mil combatientes (casi mitad y mitad hombres y mujeres) desplegados y trabajaban en el desarrollo de un partido de masas clandestino.
“Nos golpearon duro —se refiere al gobierno de Uribe sin mencionarlo— pero nunca nos destruyeron y las columnas vertebrales se mantuvieron siempre firmes. Vino el gobierno de Santos y propuso la alternativa política. Nos hicieron llegar una nota y nos pareció bien. Nosotros no queremos la guerra, queremos la solución política y aceptamos”, dice Timochenko, en uno de los pocos tramos donde su tono adquiere cierta dureza y una seriedad compacta. Lo que encontró Santos -insiste Timochenko- no fue una guerrilla derrotada. Las FARC tenían su propio pliego de condiciones para dejar las armas y estaban muy lejos de cualquier idea de rendición incondicional.(…)
Fueron necesarias dos negociaciones casi consecutivas, interrumpidas sólo por un plebiscito al que las FARC no querían ir y en el cual ganó el rechazo al acuerdo. Dice que sabían que el resultado iba a ser malo: un plebiscito sirve como respaldo al Presidente (y Santos tiene una mala gestión, asegura). Hubo poca información sobre el contenido del acuerdo y una campaña de desinformación de los sectores que no quieren la paz. Allí se apiñan los que se benefician con el negocio de la guerra, los que acumulan extensiones de tierras, los paramilitares y los que temen el ingreso de las FARC a la arena política de la democracia. “Ninguna guerrilla se sostiene sin apoyo de masas”, insiste Timochenko, desde su metro sesenta de altura, casi como un mantra.
El Congreso terminó refrendando el segundo acuerdo y la Corte avaló el tratamiento rápido de varios proyectos de ley que son imprescindibles para que avance el proceso de paz. Uno de ellos es la ley de amnistía, que ya fue aprobada y se aplicará para aquellos guerrilleros e integrantes de las Fuerzas Armadas colombianas que hayan cometido delitos menores. El próximo paso es la dejación de armas de las FARC, que se va a extender por los próximos seis meses. Para que se concrete, es necesario que se establezcan zonas que garanticen la llegada de los guerrilleros y guerrilleras “en condiciones dignas”, aclara Timochenko y hace una apelación: “Por eso hacemos un llamamiento a la comunidad internacional y, en particular, a quienes en Colombia ansiamos la Paz, a la unidad en torno al monitoreo y verificación de lo acordado. Hay que exigir que se implemente en el marco de la letra y espíritu de los acuerdos alcanzados en La Habana entre las FARC-EP y el Estado colombiano. Colombia se merece la Paz”.
Si el acuerdo avanza y los que se oponen a él no logran detenerlo, las FARC tienen previsto sumarse a la vida democrática. Eso implica la reinserción de sus guerrilleros y guerrilleras en la vida cotidiana de las ciudades y pueblos. También, el ingreso en el tablero electoral que se desplegará el próximo año para elegir al nuevo presidente. La decisión que tomaron es impulsar un gran frente que aglutine a todos los que trabajaron por la paz en Colombia. El candidato no será de las FARC sino una figura de consenso que garantice la implementación de los acuerdos alcanzados en La Habana.
*Aparte de la entrevista publicada en la revista Crisis de Argentina. Entrevista completa acá