Yamilet le vio por primera vez los ojos a la guerra cuando tenía 5 años. A su papá, Alcidíades Vásquez, lo asesinaron mientras hacía mercado en Curillo, Caquetá. Nunca recibió una explicación de lo que sucedió y le tocó, a trancas y mochas, echar pa lante. Desde esa edad tuvo que ayudarle a Blanca, su mamá, con las duras labores de mantener una finca donde se cultivaba yuca, arroz, plátano, maíz y caña.
A los 13 años recibió otro golpe fulminante. Las AUC le quitaron lo poco que tenía y tuvieron que salir con sus hermanos de su finca en Puerto Minas, Putumayo. Solo se pudieron llevar lo que tenían puesto. En 2005 llegan a Florencia, Caquetá, y allí viven un año en la casa de una de sus hermanas mayores; y en 2007 van al Huila.
A los 13 años sus manos ya no eran como las de una niña que juega con muñecas, se habían envejigado; sus uñas llenas de tierra reflejaban el rigor del trabajo en el campo. Había días tan duros que le tocaba a ella sola cargar un costal con 45 kilos de café, mucho más de lo que ella pesaba, pero ni eso la doblegó.
Yamileth Rivera, apoyada en la fuerza de su mamá, se las ingeniaba para avanzar con un peso que partía hasta el alma: hacía un ovillo con el costal y lo tiraba a rodar por la loma, donde su hermana lo recogía al lado del beneficiadero del café.
A sus 16 años retorna al Putumayo y toma la decisión de ingresar a las FARC. Las razones se resumen en una sola: desde que era niña quería ser guerrillera. El mismo nombre de las FARC le generó a ella desde que tenía uso de razón el sentimiento de seguridad que el mundo no le ofrecía; con esta decisión Yamileth cambió el rumbo de su historia.
La historia oficial nos cuenta del reclutamiento forzado de niños, de violaciones y abusos a menores, pero nunca nos habla de historias de reivindicación, y la de Yamileth es una de ellas. Dentro de la guerrilla se convirtió en uno de los pocos miembros de su familia que aprendió a leer y a escribir, se preparó en muchos campos y consiguió su título de bachiller.
16 años después de su ingreso, Yamileth aún recuerda la tarde en la que un compañero le hizo la entrevista de admisión a las filas guerrilleras, con tranquilidad y seguridad se comprometió a seguir las normas y estatutos establecidos en el férreo grupo guerrillero.
Desde ahí dio hasta el último gramo de energía para seguir los exigentes entrenamientos físicos y políticos, que hicieron de las FARC la organización guerrillera más antigua del mundo.
En las FARC fue un pez en el agua, se adaptó sin ningún problema y llegó a ser radista –experta en comunicación–. Perteneció a las unidades de inteligencia de este movimiento y hasta aprendió de primeros auxilios y fue ecónoma, administrando las raciones de comida. Fue una todera apreciada entre guerrillerada y su presencia se volvió indispensable dentro del grupo.
En noviembre de 2016 su vida guerrillera termina con la firma del Acuerdo de Paz en el Teatro Colón entre Juan Manuel Santos y Timochenko. Fiel a su disciplina Yamileth aceptó el Acuerdo con el Estado y vio una posibilidad en su nueva condición.
Seis años después es imposible no tener una sensación agridulce y el sabor en la boca de sentirse desilusionada. A veces los miedos que tuvo cuando era niña en el Huila han vuelto a aparecer cuando se cierra la noche.
