El pasado viernes 29 de abril, por cosas de las que el tiempo y el destino traen, me hacen una llamada solicitando que ayudara a difundir en redes sociales o donde se pudiera, una situación, que para un pueblo como Puerto Leguízamo enclavado en el Putumayo, es una noticia de sumo valor, pero como está en el fondo del país, a nadie le importa.
El asustado testigo, quien junto a su familia, y haciendo uso de las nuevas tecnologías, cuenta en unas imágenes cómo las FARC difundieron su propaganda en esta localidad, repartieron volantes y pegaron afiches en las paredes que dicen "Putumayo desde hoy desmonta por la paz". La policía, unos señores de la alcaldía y unos militares, recogieron la evidencia pero se logró grabar antes que esto pasara.
De lo malo, lo mejor. Es verdad que como pueblo civil, como personas trabajadoras, humildes, pescadores, campesinos y comunidad indígena lejana a conflictos, nos asusta. Pero también creemos que son soplos verdaderos de paz. En buena hora las FARC se propusieron a acabar con el karma de la coca, pues la comunidad ya está harta, cansada que se le siga tildando como el polvorín de américa. No señores. Me parece bien que sean ellos quienes terminen e inviten en sus propagandas, que bien lo saben hacer, a que se desmatorre o desmonte (así decimos a la mal llamada erradicación de la que habla el Estado), pues son conocedores de esta desgracia nuestra.
Pueda ser que con estos gestos, sí se logre la paz. Por fin gobierno y guerrilla se ponen de acuerdo en el terreno. Solo que nos atemorizan los que no quieren hacer caso de esto y siguen empeñados en morir y matar por el maldito polvo.