Son múltiples los acontecimientos recientes que guardan relación con el proceso de paz. Hemos escuchado al senador Uribe disparatando de nuevo contra los acuerdos de La Habana, y dejando sentado que la campaña de su movimiento político, tendrá como propósito principal para el 2018 un revolcón a la Constitución y las leyes que aprueben tales acuerdos.
También culminó el desplazamiento de las unidades de las Farc a las zonas veredales y puntos transitorios de normalización, en donde todo el mundo sabe comenzarán a ejecutarse no solo los prolegómenos de su reincorporación a la vida civil, sino lo que quizás más le interesa al Establecimiento, la dejación de armas y su entrega a las Naciones Unidas.
Pese a las maniobras de altos funcionarios empeñados en que el Presidente no concurriera a su cita con las Farc en la zona veredal de Carmelitas, en el Putumayo, donde se percataría del estado real de los compromisos del gobierno con las Farc, Santos estuvo allá, ofreció disculpas, prometió cumplir y hasta dio declaraciones para NC, el noticiero de la guerrilla.
Comenzó en el Senado la discusión sobre la Jurisdicción Especial para la Paz, el acuerdo de La Habana sobre víctimas del conflicto, en la que la hostilidad uribista y las venenosas posiciones del Fiscal General se atraviesan a su vital aprobación. Fiscal General, por cierto, denunciado por su interés personal en los más recientes escándalos de corrupción pública y privada.
Finalmente, se conocieron las denuncias de redmasnoticias.com, acerca de la improvisación, la irresponsabilidad y quizás la ilegalidad de la contratación estatal con cinco firmas privadas, al parecer no las más indicadas, para la provisión logística de las zonas y puntos transitorios, las cuales vendrían a explicar la serie de incumplimientos e ineficiencias conocidos por el país.
Es claro que el tema de los acuerdos de paz y su implementación es de lejos la noticia más importante en Colombia. Es como si se hubiera convertido en una especie de agujero negro que atrae hacia sí todos los asuntos de consideración en la vida nacional. Las Farc nos hallamos firmes en el ojo de ese huracán, mucho más visibles que en tiempos de la guerra.
En unos cuantos meses habremos desaparecido como fuerza guerrillera, para dar paso a nuestra actividad como organización eminentemente política y legal. Desde ya se respira en Colombia que la larga guerra ha terminado. Nos aprestamos a cumplir los rigurosos protocolos relacionados con la dejación de armas y el fin de cualquier actividad proscrita por la ley.
Nos aprestamos a cumplir los rigurosos protocolos
relacionados con la dejación de armas
y el fin de cualquier actividad proscrita por la ley
Hay quienes todavía no salen del asombro. Aun los más incrédulos y pesimistas se ven obligados a reconocer que está sucediendo ante sus ojos algo que consideraron impensable. Las Farc no solo firmaron unos acuerdos para poner fin al conflicto sino que los están cumpliendo, quién lo creyera. Son el Estado y las clases dominantes los que están pasando las vergüenzas.
Al senador Uribe no le quedó otro remedio que cavar otra trinchera unas hectáreas atrás. Él y sus socios hicieron lo imposible por hundir las conversaciones del Caguán, y precipitaron el país al abismo aterrador de la guerra total, resultándoles aun así imposible exterminarnos. Tercamente dirigieron sus armas contra el proceso de paz de La Habana, para fracasar de nuevo.
No los vencimos las Farc, sino los anhelos de paz del pueblo colombiano. Ya no contarán con nosotros como pretexto para ocultar la suma de sus granjerías. Ni con la mesa de La Habana para despotricar contra el castrochavismo al que Santos entregaría el país. Su nueva meta es destruir política, jurídica y ojalá físicamente a los mandos farianos devenidos en jefes políticos.
Como si Colombia fuera ciega. Como si no estuviera admirando la irrupción pacífica, civilizada e incluso conmovedora de los antiguos combatientes a la sociedad. Millones de compatriotas comprueban que los monstruos que les pintaron son una cosa completamente distinta. De una calidad humana inédita, de una voluntad de trabajo sorprendente.
Se echaron a la espalda la construcción de lo que el gobierno no fue capaz.
Y pese a la andanada de crímenes contra líderes populares y sociales
se aprestan a dejar las armas
Ellos mismos se echaron a la espalda la construcción de lo que el gobierno no fue capaz. Y pese a la andanada de crímenes contra líderes populares y sociales se aprestan a dejar las armas, en un gesto de optimismo con el nuevo país que contribuirán a construir en unión con las mayorías colombianas. Se van a hacer política en campos y ciudades, sin miedo a la muerte.
Sin temor a que sus enemigos los hagan encarcelar. Saben que la nación entera y la comunidad internacional contemplarán en un tiempo a esos sus adversarios ahogándose en el fango de su propia podredumbre. Los guerrilleros aplaudieron a Santos a su llegada a La Carmelita, son hidalgos. Y sonríen moviendo a lado y lado la cabeza al escuchar a Uribe, son sagaces.