Se sabía que el proceso de paz en La Habana iba a terminar en un verdadero infierno para los colombianos, igual que lo de El Caguán.
El lunes de la semana anterior, guerrilleros detuvieron una caravana de tractomulas que traían petróleo por la zona de Puerto Asís, Putumayo; y en un ejemplo mundial de ética “revolucionaria”, obligaron a bajar a sus conductores y les ordenaron abrir las llaves para que 240.000 galones de crudo se derramaran primero sobre la carretera y luego terminaran en quebradas y ríos.
Cualquiera diría que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés) pondría el grito en el cielo, pero no. Y la Fundación Natura, ¿también piensa pasar de agache ante estos hechos? Ni ellos ni lo servicios de asesoramiento de CICR deberían guardar silencio. Se sabe que ataques intencionales que causan daños graves al medio ambiente natural, así como represalias contra el ecosistema, están terminantemente prohibidos en esos vetustos protocolos adicionales a los Convenios de Ginebra de 1949. Aunque me gusta más confirmar que los mismos hechos constituyen crímenes en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que en algún momento más propicio pueden ser investigados por la Fiscalía de esa Corte.
Podría suceder que en la cabeza de algún desquiciado, regar crudo a los ríos constituya un prototipo enmascarado de “daño militar” o de “ventaja” de guerra, que los desdichados colombianos no alcanzamos a comprender. Y podría ser también que los colombianos no alcanzamos a percibir el profundo deseo de justicia social que envuelven otras acciones guerrilleras recientes que dejaron sin agua a las gentes de Algeciras, Huila, y a oscuras a los habitantes de Buenaventura, de Tumaco y de todo el departamento de Caquetá.
Fueron más de un millón las personas que tuvieron que vivir en carne propia las aberraciones de estos voceros de la erradicación de la pobreza.
Y para rematar, el viernes pasado asesinaron a sangre fría al coronel Alfredo Ruiz Clavijo, comandante de la Policía en Ipiales, Nariño, y a otro uniformado. Medicina Legal estableció que recibieron disparos a menos de un metro de distancia, es decir, fueron asesinados con tiros de gracia.
Así por encima, estas son las cosas que ha hecho la guerrilla en menos de un mes; y a pesar de ellas, nadie nos va a acostumbrar a la idea que quisieron infundir ciertos maestros según la cual matar y asolar a la población es una cuestión social para que otros vivan mejor: ¡Qué tal!
Y mientras el país arde, los capos negociadores dan cátedra de periodismo desde la capital cubana. Recordemos que no hace mucho le dieron línea a El Espectador, con vaciada incluida: "Recurrir al simplismo, como hace el editorial del diario El Espectador, de atribuir a las Farc de modo exclusivo la siembra de minas antipersona, y de señalar que esa conducta obedece a nuestro afán de intimidar poblaciones para ejercer dominio sobre los territorios, es dejar de plano la objetividad informativa para dar paso a la toma de una posición a favor de determinados intereses (...)”, aseguró Timochenko en esos hondos y penetrantes discursos que se despacha desde su comodidad y tiempo libre en Venezuela.
Y hasta Diana Calderón, periodista de Caracol Radio, llevó del bulto esta semana con el mencionado cacique de las Farc. Le dijo que ella y la empresa para la que trabaja también son responsables del conflicto colombiano. "Mal hace Diana Calderón en presentarse como una persona ajena al conflicto (...) Caracol Radio tiene sus responsabilidades directas en la guerra, y graves. No debe posar de espectador inocente".
Esperaría que El Espectador y Diana Calderón se den por bien servidos de que las Farc hablen mal de ellos, pues ¿qué mérito saca uno que le manden felicitaciones desde las calderas de Pedro Botero?
Claro que también ha ocurrido lo contrario. Recientemente, ese tal Pablo Catatumbo llenó de elogios a un periodista y lo puso de ejemplo a seguir en periódicos y revistas, pues en "un ameno estilo, tranquilo y respetuoso de la verdad, el autor aborda los últimos acontecimientos de guerra en Colombia, presentando con objetividad las posturas de las partes en conflicto, para finalizar su escrito fijando una opinión personal y haciendo una invitación a la reflexión colectiva".
Y este mismo predicador suspiró para que "ojalá ese mismo estilo ecuánime se adoptara en las redacciones y equipos de trabajo de algunos diarios, noticieros y franjas de opinión y que lograra reemplazar esa manera de opinar y reportar tan ligada a las reminiscencias sectarias de la violencia de la década de 1950, cargada de estigmatizaciones y satanizaciones del otro, (la guerrilla en este caso), asumiendo siempre la falta de objetividad como bandera principal".
¡Plop!
P. D. Una maravilla visitar Arigato, tal vez el mejor restaurante japonés en Bogotá. Los asientos podrían ser más cómodos, pero el diverso y recreativo menú, así como el cálido servicio de Maki y Kenji, sus propietarios, explican por qué es buena noticia que hubieran cumplido sus primeros nueve años el pasado mes de mayo (en su nueva dirección de la Calle 80 # 11-28)
