Las recientes declaraciones de Humberto de la Calle y del presidente Santos, relativas al término de cuatro meses y la afirmación categórica de que no habrá paz con impunidad, que constituía la mayor pretensión del Centro Democrático, ponen ahora sí una verdadera presión por avances en el proceso de paz y colocan a las Farc contra las cuerdas. Por primera vez, deja Santos de ser un rehén del proceso, reconociendo que este puede terminar sin un acuerdo.
Las Farc ahora sí enfrentan el verdadero dilema: lograr un mal acuerdo según sus pretensiones, o volver al monte después de tres años de esplendida vida 5 estrellas, ya barrigones y envejecidos, a dedicarse al terrorismo puro sin mayores expectativas de triunfo militar. Su panorama es aún más sombrío, ya que no contarán con el apoyo de Cuba, quedándoles solo Venezuela y Nicaragua como refugio, y quedarán etiquetados nuevamente como grupo terrorista, lo cual podría incluso acarrear sanciones para los países que los acojan.
Por la otra parte, el plan b del Gobierno consistirá en utilizar una estrategia de zanahoria y garrote, ampliando la ofensiva militar, junto con un ambicioso plan de desmovilización de los guerrilleros rasos ofreciéndoles "carro, casa y beca" para destruir en esta forma la base de la estructura de la guerrilla. Al ritmo actual de desmovilizaciones, acabar la guerrilla solo tomaría unos tres años. Actualmente, estas ocurren a ritmo lento precisamente por causa del mismo proceso, ya que sus comandantes les han mantenido altas expectativas como resultado del mismo. Es de esperarse que, una vez fracasado el proceso, se acelerarían.
La misión del Ejército sería la de "bombardear" los campamentos, pero con panfletos en vez de bombas.
Es por lo tanto falsa la premisa de otros 50 años de guerra y de un nuevo baño de sangre.