Las FARC-EP y la normalización de los cuerpos rebeldes

Las FARC-EP y la normalización de los cuerpos rebeldes

Un ensayo sobre el suplicio, la dejación de armas y el sujeto corregido

Por: Consultora pedagógica Josue Roncancio Ruiz
febrero 10, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Las FARC-EP y la normalización de los cuerpos rebeldes
Cabalgamos por el mundo
En busca de fortuna y de placeres
Más siempre atrás nos ladran,
Ladran con fuerza…
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompañarnos
Pero sus estridentes ladridos
Sólo son señal de que cabalgamos.
Kläffer, Goethe.

En el seminario “Cultura de legalidad y seguridad jurídica en las fuerzas militares”, realizado en la escuela militar general José María Córdova (2016), el Comandante del ejército; General Alberto José Mejía, afirmaba que las FF.AA. habían vencido en la guerra a las FARC-EP y que esa victoria se debía, en buena medida, a la moral y a la ética de todos los soldados colombianos. Asimismo afirmaba que, no constituía una humillación para ellos el cuidado y la protección de los guerrilleros de las FARC-EP en el proceso de dejación de armas, debido a que ellos eran quienes habían ganado la guerra y por tal motivo conservaban las armas y los uniformes de la Republica.

Declaraciones contiguas daba al periódico El Tiempo, por esos días, el exjefe del estado mayor conjunto Almirante David René Moreno en entrevista con Diego Arias. En el diálogo el almirante explicaba que la “guerra ganada” correspondía a una victoria estratégica en una guerra irregular, esto debido, a las técnicas de doblegamiento que redujeron la voluntad de agresión armada de las FARC-EP, para así, consolidar la entrega y la desmovilización, y, una negociación en términos de desarme en condiciones favorables al Estado colombiano. De igual manera, el almirante afirmaba que: “el problema de la subversión no requería solamente una solución militar. Necesita que todos los elementos del Estado se unieran en un solo frente para darle una solución política a ese fenómeno”.

Partiendo de la práctica militar del General y del Almirante se podría decir que, así como los partes de guerra nunca coinciden, la opinión sobre la victoria estrategia de las FF.AA. sobre las FARC-EP o sobre la victoria de las FARC-EP sobre las FF.AA. (al no ser derrotadas por un ejército que recibió ayuda económica, técnica, logística y humana por parte de EUA) necesitara del esclarecimiento de la comisión histórica del conflicto y de la comisión de la verdad para no entrar en debates pírricos e ilegítimos, y así, interpretar el problema a través de la comprensión que se desprenda del desenvolvimiento histórico y no de los intereses emotivos de un representante del establishment o de la insurgencia.

No obstante, si aceptamos que el enunciado del General y del Almirante está en la verdad tendríamos que preguntarnos si: ¿La victoria estratégica de las FF.AA. sobre las FARC-EP, también derroto la miseria y las limitaciones de las instituciones liberales del Estado colombiano?, esto debido a que “la guerrilla es una expresión militar y política de la miseria, y efecto de las limitaciones de la democracia colombiana y de los partidos tradicionales para canalizar y solucionar el descontento popular” (Betancur Belisario, 1982).

Indiscutiblemente si buscamos una respuesta a esta pregunta esta sería que NO. Esto debido a que, la miseria económica, la marginación social y la exclusión política son elementos constitutivos del sistema liberal colombiano y como tal las FF.AA., así no lo manifiesten intencionalmente sino irónicamente, preservan ese estado de cosas en la República. Si el enunciado está en la verdad es sólo por el interés de masificar un relato oficial sobre la victoria de las FF.AA. para hacer circular un relato que brinde seguridad existencial a aquellos que dan “su palabra y al no cumplirla creen burlarse del otro, sin saber que al no agachar la cabeza no humillan al otro sino a sí mismo” (Benjamín Walter, 1971)

De la misma manera, en las declaraciones del General Alberto José Mejía y del Almirante David René Moreno se asevera que la ética de las FF.AA. establece sus preceptos en el DIH y en el DD.HH, y que, los principios y los valores de las fuerzas militares han sido siempre: nunca buscar la aniquilación del adversario. Declaraciones paradójicas si recordamos las muertes de los guerrilleros de los diferentes Bloques insurgentes y el asesinato del Comandante Jorge Briceño Suarez y del Comandante Alfonso Cano, en momentos en los cuales las FARC-EP y el establishment colombiano se encontraban en un lugar común: en la demanda de materializar un dialogo.

Estas muertes aparecen como castigo a la rebeldía en un momento en el cual la oligarquía colombiana percibió que sus planes militares en cincuenta y dos años de guerra no triunfaron; se presentan como el consentimiento a un proceso de paz que buscaba anular la “anormalidad” de las FARC-EP integrándolas al sistema liberal colombiano. La liquidación del contrario y la constitución de un dialogo de paz, se manifiesta entonces, como la aplicación de técnicas de control que buscan normalizar y ajustar a la regla a los sujetos que se levantaron contra el amo.

“La guerra va para terminarla en unas mesas de conversaciones, resolviendo lo que está planteado en los documentos de las FARC. De otra manera no hay acuerdos. Eso no se termina a tiros, ni a bombas, ni a misilazos, ni con aviones. Se termina con política”. Esa fue la respuesta del Comandante Jorge Briceño Suarez ante la pregunta ¿Pará dónde va la guerra? realizada por el periodista Jorge Enrique Botero en algún lugar de la Macarena; Meta. En ese mismo lugar, pero en la vereda la Escalera de la jurisdicción de la Julia, treinta días después se daba la defunción del Mono Jojoy por un bombardeo de la FF.AA.

La muerte ascética y anestésica, que sufrió el comandante insurgente, por no ser un espíritu dócil y obediente; por no ser un cuerpo que se incluyera en la regla y en la norma, llego por medio de un “operativo militar” que arrojo 50 bombas; 7 toneladas de explosivos, que arrasaron con toda la vegetación. Los 800 soldados de las fuerzas especiales del ejército, la infantería de marina, los comandos jungla, los comandos de operaciones especiales (Copes) y del grupo táctico antiterrorista (Grate) descendían de los 72 aviones y helicópteros para complementar el espectáculo punitivo en donde se realizaría una ejecución pública. Además de esto, para hacer más claro y preciso a los subversivos la lógica de la condena y de la sanción se dispuso de 7000 soldados de la Fuerza de Tarea Omega en compañía de fuerzas especiales de Estados Unidos y mercenarios militares israelíes a los alrededores para contener cualquier incursión de los frentes insurgentes que se encontraran en la periferia.

Esta desproporción en el ejercicio de la fuerza sólo visibiliza que el esfuerzo de las FF.AA. y la oligarquía colombiana para castigar corporalmente al Comandante Jorge Briceño Suarez (como después al Comandante Alfonso Cano), abandona la dimensión de una operación militar para neutralizar a un sujeto de alto valor de la insurgencia; y se acerca y se comprime a la práctica de las faidas como procedimientos de dirimir ofensas personales. La coerción no discreta que busco reprender lo que se manifestó como anormal; que busco corregir y restaurar un ideal de sujeto por medio del castigo de aquello a lo cual se le ha negado su presencia, no censuro el tormento público porque buscaba incluir la regularización y la sustitución de un estado de cosas en las formas concretas de las existencias que se encontraban afuera de la norma.

La muerte del Comandante Jorge Briceño Suarez no sólo desempeña una función correctora y normalizadora, en cuanto imagen que ilustra lo que puede suceder a aquellos que desobedezcan al amo, sino que, se presenta como signo y síntoma del conflicto de constitución de la Nación: la contradicción cultural de ser una nación mestiza y barroca de la contrarreforma que implemento unas instituciones modernas y liberales (Gómez Hurtado, 1958). La detención y la privación de la facultad de movilidad que son las formas esenciales de la punición en las sociedades modernas: en Colombia no se aplican para las disidencias políticas y los movimientos beligerantes. Al parecer la tradición inquisitoria de Tomás de Torquemada y las formas de represión de la Europa de Luis XV se confunden, en el conjunto de la sociedad colombiana, con el empleo del tiempo de las casas de jóvenes delincuentes de París y con las técnicas correctivas desarrolladas en la modernidad desde el siglo XIX.

Basta relacionar la manera en que fue asesinado el comandante insurgente con la forma en la cual Robert François Damiens compenso su intento de parricidio en contra del bien-aimé. A Damiens “con tenazas al rojo vivo, le arrancaron la piel de diversas partes del cuerpo y vertieron en las heridas plomo derretido, aceite hirviendo, así como cera y azufre fundidos juntamente” (Corcuera, pgn 224, 2002), seguido a esto, su cuerpo estirado y despedazado por seos caballos y sus segmentos y tronco consumidos en el fuego. Si el poder disciplinario se ejerce haciéndose invisible y en cambio impone a aquellos a quienes somete la visibilidad obligatoria (Foucault, 2003) es sólo a condición de que las voces tienen que callar para que hablen las marcas del condenado.

El Comandante Jorge Briceño Suarez comparte con Damiens los dolores indecibles de los suplicados y el sufrimiento sombrío que no confesaron, que fue silenciado, al igual que, visibilizado. Como exhortados se hicieron participes de la práctica de simbolización del poder soberano; que por medio de la muerte inscribe en la vida la infamia y la liturgia de purgar el delito: pero no reconciliarlo. Se dibuja sobre el cuerpo del condenado unos signos que no deben borrarse; la memoria de los hombres conserva el recuerdo de la exposición, de la tortura y del sufrimiento debidamente comprobados (Foucault, 2003).

La tecnología del poder sobre el cuerpo, en el caso del Comandante Jorge Briceño Suarez, no guardo la discreción en el oficio de hacer sufrir. Lo sutil y lo silencioso de los juegos de los dolores no fueron despojados de su suntuosidad visible. Los verdugos se adecuaron como criminales y los jueces como asesinos. La imagen del cadáver se encontraba en la línea divisoria de la apreciación cotidiana y de la conciencia abstracta; su recuerdo trasmitiría el castigo no declarado por la desobediencia. Si con la modernidad los elementos constitutivos de la pena ya no son el sufrimiento físico y el dolor del cuerpo mismo ¿Por qué se sometió a sensaciones insoportables los cuerpos rebeldes a la norma?

Herir algo que no es el cuerpo mismo; actuar en profundidad en la voluntad, el pensamiento, la disposición de acción, hacer del alma “efecto e instrumento de una anatomía política; el alma, prisión del cuerpo” (Foucault, pgn 36, 2003), como procedimiento de poder en Colombia, al parecer, no opero en la estructura de la subversión. La rebeldía contra la economía de los derechos suspendidos y contra el carácter correctivo de las penas, visibilizo que en el sistema penitenciario y judicial colombiano el castigo, la modificación, la reformación y la curación tenían que supeditarse y articularse, en cierta medida, al sufrimiento corporal y a los estragos del cuerpo. La manifestación decorosa de las prácticas punitivas y la sobriedad en la graduación de los castigos de acuerdo con el delito juzgado revelaban y escondían que la violencia legal del amo descansa en la acción disciplinaria que busca, la expiación, el dolor y no la reparación.

Ahora bien, si la muerte procede como técnica para hacer a los sujetos más dóciles y útiles; y el registro, la valoración y la vigilancia de los cuerpos opera para inscribir sobre la carne y sobre el espíritu los discursos que producen explotación económica y sujetos sometidos, en el dialogo de paz ¿Dónde emerge la normalización y el castigo de los cuerpos rebeldes? Si se parte de que la jurisdicción especial para la paz, que se articula al punto seis: víctimas, sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición; es el proceso de expiación y de punición en donde el cuerpo y el espíritu de la subversión van a ser lugar de cadalso y en donde la sobriedad del sufrimiento causado y la sutilidad de la apercepción de los crímenes cometidos en el conflicto interno por la oligarquía van a ser visibilizados, se cometería una desviación analítica.

El problema de la emergencia de la normalización y la regularización de los cuerpos rebeldes se encuentra, al igual que se despliega, en la aplicación del punto tres o del fin del conflicto. Esta acontece desde la implementación del cese al fuego y hostilidades bilateral y definitivo, y opera, dentro del establecimiento de las zonas veredales transitorias de normalización (ZVTN). Esto debido a que el cuerpo y la existencia, su fuerza y su utilidad, su plasticidad y su docilidad son cuantificables en la medida en que; se pueda convivir respetando la ley y se pueda sostener las propias necesidades en la economía del Estado. “El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido” (Foucault, pgn 33, 2003).

La visibilización de los cuerpos, su distribución, su clasificación y su conocimiento, son el comienzo de la intervención en las ZVTN para el control y la administración de la existencia de los rebeldes. La valoración social sobre aquello que se juzga como “normal” entra a delimitar y a ampliar la hegemonía social sobre lo que se considera “anormal”. La vuelta a la cotidianidad y lo que, se le atribuye como su nomos, su regla propia; su naturalidad, no sería más que la sanción y la afirmación de la infracción; que no es origen de la regla, sino el origen de la regulación (Canguilhem, 1971). De este modo, regularse, normalizarse, volver a la regla, consistiría, solamente, en retornar a realizar actividades cotidianas; como producir capital.

La ZVTN como dispositivo de individuación, normalización y sujeción de los insurrectos al sistema disciplinario busca sustituir la indiferenciación por la uniformidad, busca la normalización para borrar lo que difiere y absorber, en el todo liberal, las diferencias para hacerlas útiles. La normalización aunque no se presente como imposición es el castigo absoluto de la oligarquía a los insurrectos. Es la desobediencia, la afrenta del esclavo al amo, lo que pone de manifiesto la irregularidad de la norma en la visibilización de lo anormal, de su naturalización en las relaciones sociales de producción y reproducción social. Lo irregular no sólo se presenta como condición de posibilidad de la norma, sino que, se despliega como su negación; como posibilidad de construir otro sentido y destino en el entramado social de significación.

Si una norma extrae su sentido, su función y su valor del hecho de la existencia fuera de ella; de aquello que no responde a la exigencia que ella atiende (Canguilhem, 1971), en ese afuera lo normal como prototipo o estado natural de las cosas se puede manifestar como contradicción de la pretensión portadora de poder. Lo normativo como: 1). Procedimiento de valoración material y 2). Cambio en la disposición práctica de los sujetos, en ese afuera puede incluir la negación en el acto de juzgar: lo natural en el hombre seria no tener esencias y no trasformar la norma en algo normal. La regularización y la normalización mantendrían el rechazo en la inclusión, pero, facilitarían la contradicción para visibilizar normas con sentido y función que agrieten el estado de cosas en la nación. Por ejemplo las zonas de reservas campesinas con un modelo de producción comunitario podría satisfacer la demanda interna de productos agropecuarios, así como, establecer el símbolo y la imagen de una sociedad más racional.

No obstante, si andamos de nuevo la calle, en busca de esa realidad cotidiana sin cuyo respaldo los mejores discursos son letra muerta (Cortázar, 1984) irrumpe ante la conciencia esa práctica de gobierno, duradera y variable, que hace que el sujeto este fuera y, no obstante, este dentro de esa zona de indiferenciación e indeterminación en donde nadie comparte completamente el derecho de juzgar, pero todos participan del poder de castigar. Esa indiferenciación normalizadora dejaría, entonces, signos en forma de hábitos y de comportamientos que diferenciarían lo normal de lo patológico y harían operable en la práctica política ese contraste. La consecuencia de ese estar siempre operando; del estado de excepción, prescribiría lo normal y la normalización al elemento soberano y decisional de la autoridad y la potestad del amo. Claro está que, esa norma que busca la situación de normalidad en la decisión soberana se presentara como una anomia, antes que, como validación o suspensión del anonimato de la autoridad.

Y es que, en una nación como Colombia en donde: la disidencia y oposición política se asocia a incompatibilidad y variabilidad negativa en el funcionamiento social e institucional en la república, la decisión soberana busca restringir la dimensión de soberanía a los sujetos para conservar un orden jurídico y social. El no lugar descrito por Agamben (2014) entre la aplicación de la ley y la decisión soberana de aplicarla, entre la aplicación de la norma y la decisión soberana de aplicar la normalización, no tiene en cuenta que la idea del derecho no se realiza por si sola y que la aplicación de la norma requiere de una forma particular concreta (Schmitt, 2009), de un contexto que facilite las condiciones de normalidad. La restricción de la autoridad y la potestad a los sujetos manifiesta que aquello que es lo normal no es más que aquello anormal; es eso anormal de la misma norma lo que posibilita pensar que se puede instaurar otras normas en el sujeto.

Ese no lugar, no es más que el espacio para la disposición práctica de los sujetos, la intervención efectiva sobre el cuerpo y la existencia de los sujetos posibilita pensar que más alla de la formalización de la norma, está en su aspecto negativo puede facilitar la transformación y la corrección de aquello que es anormal en la norma. Un estar enfermo y poder recuperarse, un momento deseable que satisface la pluralidad, la diversidad y la singularidad constitutivas de la condición de lo humano.

 

Bibliografía.

Agamben, Giorgio (2014). Homo Sacer II; estado de excepción. Lebenglik Editorial. Buenos Aires, Argentina.

Benjamín, Walter (1971). Angelus Novus. Edhasa. Barcelona, España.

Betancur, Belisario (1982). El pueblo es mi fiador: progreso con equidad. Imprenta de la Secretaria de Información y Prensa de la Presidencia de la República. Bogotá, Colombia.

Canguilhem, Georges. (1971). Lo normal y lo patológico. Siglo veintiuno editores. México.

Cortázar Julio. (1984). Nicaragua tan violentamente dulce. Nueva Nicaragua. Managua, Nicaragua.

De Mancera Corcuera, Sonia (2002). Voces y silencios en la historia. Siglo XIX y XX. Fondo de cultura económica. México.

Foucault, Michel (2003). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Fondo de cultura económica. Argentina.

Gómez Hurtado, Álvaro (1958). La revolución en América. Editorial Barcelona

Schmitt, Carl (2009). Teología política. Editorial Trotta. Madrid, España.

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