Durante los últimos días, la llegada de nuevos cabecillas de la guerrilla a La Habana causó revuelo en el país. Y con toda razón, la presencia de un sujeto como alias “Romaña” genera escozor e indignación en los colombianos. En su extenso dossier criminal y terrorista, se le atribuyen la “patente” de las pescas milagrosas, diversas masacres de soldados, centenares de desplazamientos forzados, hurtos, homicidios, entre otras tropelías, que este denomina bajo el rubro de “justicia revolucionaria”.
Con la llegada de nuevos cabecillas a la mesa se ha consolidado una especie de “club social”, donde estos despreciables personajes desfilan en gavilla con la mera intención de salvar su pellejo del acecho del ejército y la de exhortar al gobierno a no obligarlos a pagar sus penas. Los “amigos” de la paz aducen que es mejor que estén allá negociando a que permanezcan delinquiendo en el país, lo cual no es más que una ingenuidad, pues el interregno y el desorden en los frentes guerrilleros los deja vulnerables, lo cual los compele a realizar todo tipo de crímenes para sobrevivir. La opinión pública afín al proceso de paz nos ha hecho creer que los colombianos estamos obligados a tragarnos ciertos “sapos”, que debemos ser capaces, que callemos nuestra inconformidad. Según ellos, debemos aceptar los más de 700 atentados de las Farc en lo que va del proceso porque estamos negociando en medio de la guerra, pero cuando el ejército está a punto de capturar un cabecilla, este dogma simplemente no aplica. Al presidente no le conviene que la guerra afecte a un Romaña o un Timochenko, pues esto podría dar al traste con sus diálogos.
Muchos no se percatan de que todas estas contradicciones y sofismas de los diálogos no hacen más que fortalecer al uribismo. Cada emboscada, cada voladura de oleoductos, o cada camión incendiado por la guerrilla se convierte en argumento para cuestionar la voluntad de paz de esta. Sin embargo, hay algo aun más grave que los atentados de las Farc o la deleznable presencia de Romaña en Cuba. Junto a este personaje, arribó también el comandante Pastor Alape, el cual pronunció fuertes declaraciones sobre la entrega de armas el pasado 24 de octubre. Afirmó que ni en la gramática del acuerdo, ni en la de la guerrilla, se encuentran las palabras “transición”, “desmovilización” o “entrega de armas”. Según las declaraciones, la guerrilla sólo se comprometerá a no utilizar las armas para hacer política, sí y sólo sí el Estado asume el mismo compromiso. Piden que el ejército vuelva a su “función constitucional”, la de cuidar las fronteras.
Las Farc perciben la entrega de las armas como una derrota revolucionaria, y no están dispuestas a asumir tamaña humillación. De igual manera asumen erróneamente que se encuentran en la misma condición del Estado, como si fueran dos actores compitiendo por su legitimidad política. Para ellos, que el ejército proteja una población vulnerable, desactive una mina antipersona o rescate a un niño reclutado a la fuerza, son acciones que atañen a la política, que sobrepasan su “función constitucional”. Así mismo, tanto las Farc como los adalides de los diálogos se equivocan al creer que la paz llegará inmediatamente y que el postconflicto será un piélago de armonía. Nada más alejado de la realidad. Durante este periodo el gasto en defensa deberá ser aun mayor para combatir tanto la delincuencia en la ciudades tras una eventual desmovilización, como la aparición de nuevas bandas criminales conformadas por los no acogidos al proceso (Farcrim), y la violencia rural desatada por la forzosa redistribución de la tierra estipulada en los acuerdos parciales.
Lo preocupante de las declaraciones de Alape es la inexistente voluntad de la guerrilla de someterse a un proceso de DDR (Desarme, desmovilización y reintegración), tal como el que se dio con las AUC y las guerrillas en los noventa. ¿Qué irá a suceder con las armas de la guerrilla? ¿Se van a desmovilizar acatando las reglas del Estado? ¿Aceptarán los beneficios jurídicos y económicos de la reintegración, en el marco del Derecho Internacional Humanitario? ¿Entregarán los millones de dólares del narcotráfico? ¿Qué será de la suerte de personajes como Romaña? Históricamente, los procesos de paz en el mundo se han ajustado a la estructura del DDR. Tanto en África, en Irlanda y en Centro América fue así. Colombia no puede ser la excepción. De igual manera, no podemos permitir que el delirio de la paz ofusque las verdaderas intenciones de la guerrilla.
Adjunto el video las declaraciones de Pastor Alape:
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