Federico Gutiérrez estaba convencido de que podría llegar a la Casa de Nariño reeditando el método que lo llevó a La Alpujarra en 2015. Solo era cuestión de presentarse como un candidato independiente (por firmas, pues), propiciar sendos golpes de opinión, y llegar a necesarios acuerdos de gobernabilidad —bajo la mesa y en la certeza de la noche— con el uribismo y los partidos tradicionales.
A lo que agregó una matriz mediática —impulsada por Semana en lo nacional y El Colombiano en lo regional (para exacerbar el antipetrismo)—, así que no dudó en afirmar que Petro era “peor que el coronavirus”, el detentador del “petro-madurismo” y hasta el artífice del neocomunismo.
Y nada de eso le sirvió, solo bastaron 30 minutos para que comprendiera que el resto del país no se comporta como Medellín (donde alcanzó la votación más alta jamás lograda por un candidato presidencial en primera vuelta), que nunca se pudo posicionar como un referente nacional -solo ganó en Antioquia - y que los políticos no le activaron la maquinaria. Solo le llenaron plazas a punta de contratistas y funcionarios, y hasta no dudaría en afirmar que le hicieron creer, infestando el país de vallas en un grotesco espectáculo de contaminación visual, que ganaría en primera vuelta.
Aunque en junio de 2020 el exalcalde pintaba como la cara amable de la derecha y como un estandarte del conservatismo progresista —así me lo llegó a pintar un amigo—, su estruendosa derrota pasará a la historia como un punto crítico en las movidas de la clase política tradicional, el corolario tragicómico en el hundimiento del uribismo como gran fuerza electoral, y otro gran fracaso para el gobierno que más se metió en las elecciones desde la inolvidable noche de 1970. A Fico se lo arrastró el inconmensurable peso del hartazgo, el agotamiento de la ciudadanía y el voto castigo al peor gobierno de la historia reciente.
Pero Fico siempre desestimó el desprestigio del gobierno, nunca propició una ruptura meridianamente estratégica con Duque y eso le costó. Nadie se comió el cuento de que tenía el carácter para cambiar lo que estaba mal. Siempre fue el candidato del continuismo y su excesivo afán por culpar a Petro de todos los males, mientras Presidencia fungía como su principal oficina de debate, lo terminó hundiendo ante la opinión pública.
El punto más bajo fue cuando aterrizó en La Picota para denunciar el “pacto criminal de Petro” y proponer en una salida oportunista un aumento de penas. Eso fue tan desacertado que solo puedo agregar lo siguiente: no tiene el más mínimo perdón social.
En su afán por copar espacios y sumar en todo lado, fue sacrificando su coherencia (si la llegó a tener). Y fue mutando, pasó de ser un convencido defensor de la extrema derecha (comprando la franquicia del uribismo radical) a un moderado de medio tiempo, eso le impidió comprender que la opinión pública de un país sumido en el caos social ya no estaba sintonizada con las derivas del plebiscito, una visión sesgada del conflicto armado, la modificación de la JEP o con la estrafalaria ideología de género.
Su delirio por reeditar la atmósfera de 2018 siempre fue un paso en falso y lo condenó a ser percibido como una sombra del pasado, y eso que soñaba con ser el “presidente de los jóvenes”.
Su coherencia —vuelvo a repetir, si alguna vez la tuvo— se terminó de erosionar con su apoyo a Rodolfo Hernández. Solo desde su enfermizo antipetrismo se puede comprender que termine apoyando a un candidato que atacó con inquina, que no recogió su programa de “orden y oportunidades”, y con el que no tiene la más mínima afinidad programática. Será un apoyo que siempre lo perseguirá.
No le quedará de otra que volver a jugar como actor local, aspirando en las elecciones del próximo año ya sea a la alcaldía de Medellín —así ajustaría cuentas con Quintero— o a la Gobernación de Antioquia —así seguiría la ruta de Fajardo—. No es la primera vez que pierde en una elección y traza la ruta para volver a medirse.
Pero lo tendrá que hacer comprendiendo que su derrota simboliza el fin de un ciclo, pues su fallida campaña como el “presidente de la gente” se terminó convirtiendo en el catalizador para castigar todo lo que está mal en el país.