Recuerdo cuando de niño asistía a las catequesis previas a la primera comunión y a la confirmación, ahí, sentado escuchando esas fantásticas sentencias bíblicas en un lenguaje difícilmente comprensible pero que eso si, infundían terror, que me acusaban sin más ni más de estar contagiado y ser portador de una especie de virus maldito llamado el pecado original, que amenazaban con purgatorios, infiernos y sendos castigos proferidos por un implacable ser extraterrestre, que en realidad era tres seres distintos y a la vez uno solo -bastante confuso- llamado Dios. El mismo Dios que se reservó el derecho de eliminar a los dioses, Sue, Chía y Bochica y a otros tantos dioses de los Chipchas, de los que me hablaban por esa misma época en la escuela, ahí sentado a una corta edad presentía que alguien mentía o todo era mentira.
Esos preceptos fundados en la fe, en la obligación necia de creer porque si, so pena de ser fuertemente castigado en vida con las peores desgracias o de terminar ensartado en el tridente de lucifer en el más allá, esas sentencias proferidas por curas, monaguillos y laicos catequistas en cuyos ojos yo podía advertir claramente que ni ellos se tragaban el cuento que echaban, no me convencían y me preguntaba: ¿si no se lo creen por qué lo enseñan, por que lo repiten hasta el cansancio?, y me contestaba, ha de ser porque a punta de repeticiones ellos mismos se quieren convencer. Esas disposiciones apostólico-romanas despertaban en mí, un crío de 10 años, mucho desconcierto y desconfianza, obviamente manifestarla, ¡ni de vaina!, eso era "pecado" y, ¿quién no le teme a la putrefacta paila del viruñas?.
Hoy escuchamos decir: "Que todas las religiones son verdaderas porque son verdad en los corazones de aquellos que las profesan; que el concepto infierno no es más que un recurso literario, que la historia de Adán y Eva es una metáfora; que la iglesia católica hoy es lo suficientemente grande como para que quepan en ella heterosexuales y homosexuales, los pro-vida y los pro-elección, los divorciados, las madres solteras y todos cuantos por razones parecidas hasta ahora habían sido discriminados mojigatamente por ella; que para agradar a dios no hay que reproducirse como conejos, reivindicando con esto último el derecho a la procreación planeada y a la sexualidad responsable". Lo dice el Papa Francisco I.
He ahí las palabras sensatas, honestas y terrenas, desprovistas de ese fanatismo mezquino que siembra odio en el corazón de los seres humanos al proclamar sectarismos perversos basados en fantasías religiosas. He ahí las reflexiones que sin duda muchos creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes del cristianismo o de cualquier otra religión siempre habíamos querido escuchar, que en los tiempos que corren, emanan nada más y nada menos de la boca del máximo jerarca de una de las religiones más influyentes y poderosas, transformando de tajo un discurso tan ultra dogmático como pasado de moda que hasta ahora ha sido echado al mundo sin cesar.
En cuanto a estas afirmaciones que nos toman a todos por sorpresa, uno puede plantearse una teoría de la conspiración, de esas que nos encantan y en tal sentido, podría pensarse que el discurso del actual pontífice sea solo una mejora del mismo cuento adaptado a la actualidad para no seguir perdiendo feligreses en la feroz competencia con otros credos y sectas y para seguir vendiendo las mismas inciertas ilusiones, que por cierto (son un negocio muy rentable) y sospechar que don Francisco I, puede no ser tan espontaneo, tan revolucionario y habido de un cambio profundo y real y que quizá sea mas bien un falso profeta o el mismísimo anticristo, como lo tildan sus ortodoxos detractores.
Pero qué más da, si como sea, su reconciliador discurso tiene un efecto positivo, pues con seguridad, en tiempos en los que se intensifican guerras tan santas como absurdas, en tiempos en los que la humanidad insiste en este recurrente pretexto que es la fe para segregarse, discriminarse y matarse, como si no bastara con los demás pretextos, esta nueva interpretación de la religión nos invita a ser tolerantes, solidarios, respetuoso y comprometidos con el prójimo, a estar menos enajenados y divididos por cuenta de fantásticas fabulas.
En fin, creo que especialmente los niños y jóvenes que hoy escuchan de boca de un posmoderno Papa, ese discurso tan distinto al que nos tocó a nosotros y por cuenta del cual muchos migramos a otros credos o simplemente dejamos de creer, esos niños y jóvenes serán seres humanos más tolerantes y sensatos, más solidarios y racionales sin dejar por ello de ser profundamente espirituales, sin duda serán mejores personas de lo que somos nosotros. “No te hagas daño ni dañes a los demás, esa es la ley, lo demás es comentario”.