Se dice de él que era íntimo amigo de Mick Jagger, presente en casi todos sus cumpleaños; que Andy Warhol le propuso en una ocasión ser uno de sus modelos para una serie de fotografías; que posó para el genio de pelo blanco, pero que la foto solamente la vio su mamá; que la policía francesa lo encontró en una ocasión en posesión de drogas y que estuvo recluido en un centro de desintoxicación en un programa de 28 días en el Upper West side de Manhattan.
De Julio Mario Santo Domingo Jr. se dice que era un tipo díscolo y atrevidamente bello, hincha furibundo del Junior de Barranquilla y del Saint Étienne francés, equipo del que era socio. Ahijado de Ahmet Ertegun, fundador de la famosa disquera Atlantic Records e hijo de Edyala Braga, una mujer brasileña, de belleza perturbadora, que podría ser dueña e inspiración de los versos de Escalona.
Pero nada más importante se habría podido decir de este hombre, que el hecho de haber sido el primogénito de Julio Mario Santo Domingo Pumarejo, patriarca de Bavaria y unas cien empresas más, dueño de una fortuna avaluada en US$8.500 millones, y presente, como lo escribió el periodista Gerardo Reyes, en cada fracción de la vida cotidiana de los colombianos: “en el agua que toman, en las noticias que los asombran, en el presidente que los gobierna, en el carro que manejan y en las bebidas con que se emborrachan”.
Heredero al trono, Julio Mario Santo Domingo Jr., destinado a tomar las riendas del emporio comercial de su familia, se convirtió, como su padre y antes como su abuelo, en una de las personas más poderosas y ricas de Colombia al hacerle frente a una obligación que por linaje le fue otorgada, aun cuando quizá lo que quería ser era un Rimbaud del siglo XX, un Lautrec perdido en el jolgorio de los 70, un beatnik, un literato y un seductor.
Esta es la historia del otro Julio Mario Santo Domingo Jr., el creador de una de las más sobresalientes, provocadoras y subversivas colecciones de todos los tiempos. Un museo privado atestado de relatos, pero del que muy pocos relatos se han escrito.
Esta es la historia de su colección.
New York Dolls, punk, Vivienne Westwood en un traje de condón, anarquía en el Reino Unido; perros, religión y misticismo; pipas para fumar opio, LSD, CBGB; Nueva York, Ginebra y Bogotá; MDMA, Timothy Leary, eBay, Christie's; erótica, sexo del siglo XVIII, del XIX, del XX y el XXI; cultos ocultos, drogas imposibles, libros, pósters y discos. Mucho dinero, quizás un tanto de experimentación, Sasha Shulgin, Harvard y Aleister Crowley; Baudelaire, depravación, meditación e hipnosis; ciencia, medicina, patafísica, metafísica, cienciología, Pablo Escobar, Sex Pistols: es de algunos de estos temas de aquello que va esta historia.
Londres. Arranca el milenio. En el lado oeste de la plaza Berkeley se encuentra Maggs Bros, una librería fundada en 1853, la cual después de haber sido un bastión de libros conservadores, se convertiría, posteriormente, en una de las librerías más vanguardistas en la selección y venta de libros contraculturales.
Amante y gran conocedor de poetas y literatos del siglo XIX como Rimbaud, Verlaine o Baudelaire (de este último leyó con especial atención Los paraísos artificiales, una exploración sobre el deleite de los sentidos a través de las drogas), Julio Mario Jr. solía visitar Maggs Bros cada vez que, por negocios, debía viajar a Londres. En la librería, el antiguo estudiante de literatura comparada de la Universidad de Columbia deambulaba y se perdía entre tomos de gran belleza y edición cuidada y antigua. Usualmente llevaba de la tienda un par de libros. Regalos para la familia o para amigos. "Ocasionalmente preguntaba por títulos o hacía sugerencias temáticas", relata Carl Williams, quien es el encargado del Departamento de Contracultura en Maggs. Un día, “el dueño de la librería le preguntó: ¿En qué está interesado? Santo Domingo respondió: en drogas”.
La primera dosis, el primer shot que Carl Williams le disparó a Santo Domingo fue un manuscrito de José Luis Cuevas, un artista y escritor mexicano opositor del muralismo de Diego Rivera, quien a principios de los años 60 había explorado nuevos escenarios estéticos inyectándose LSD en el cuerpo.
“Permanecí con los ojos cerrados por unos segundos. Pinturas fantásticas de increíble riqueza aparecieron frente a mí... Traté de dibujarme a mí mismo. Bajo los efectos hice alrededor de 30 dibujos, sentí alegría y a la vez horror, desconsuelo, angustia e indiferencia”, se lee en uno de sus manuscritos.
Una suerte de vínculo fraternal se crearía desde entonces entre Julio Mario Santo Domingo Jr. y Carl Williams, quien entre 2006 y 2009 se convertiría en el curador privado de la colección de libros y objetos contraculturales del empresario colombiano. Williams, graduado de sociología e historia de la diplomacia del London School of Economics, se convertiría en el dealer de historias surreales de una especie de acaudalado junkie literario siempre ávido de un nuevo relato cannábico o una historia más sobre el ácido lisérgico.
Resulta fácil imaginar la biblioteca que Julio Mario Santo Domingo Jr. cultivó por años y que guardó en su casa y su oficina del barrio Thônex en Ginebra, Suiza: anaqueles de formas sinuosas, títulos vetados, libros del suelo al techo cargados de historias prohibidas, parecida a una de esas bibliotecas que se extienden ad infinitun en los relatos de Borges.
Su colección de literatura contracultural, la más grande e importante del mundo en la actualidad, está compuesta por más de 50.000 libros, manuscritos, ficciones pulp, grabaciones, películas, objetos, discos, fragmentos de arte y todo tipo de parafernalia, que tratan temas que harían sonrojar a los defensores de la moral y las buenas costumbres. Una serie portentosa de documentos —cerca de 30.000 libros y 25.000 pósters y fotografías— que ponen en evidencia las rutinas íntimas y secretas de las sociedades francesa y americana de los siglos XIX y XX.
La biblioteca, que es una mezcla de cultura de altura y popular, sumó a sus arcas, entre 2001 y 2006, otras dos colecciones de gran calidad e importancia cultural. La primera, adquirida por Santo Domingo Jr. en 2001, es la colección de la Fitz Hugh Ludlow Library of San Francisco, una biblioteca creada en California gracias a una suerte de ménage à trois entre los catálogos psicotrópicos de Michael Horowitz, Cynthia Palmer y William Dailey. Creada en 1970, la Ludlow contenía cerca de 10.000 objetos y artículos relacionados con el uso de sustancias psicoactivas. El nombre de la misma le sería dado en honor al primer escritor sobre drogas en los Estados Unidos, Fitz Hugh Ludlow.
La segunda de las colecciones que hoy componen la biblioteca privada de Julio Mario Jr. es la de Gérard Nordmann, anexada en 2006. Con ella, la colección ganó en tono y belleza: más de 1.200 ítems en los que el erotismo es el principal narrador y los senos, los cunnilingus y las prácticas de sodomía, los protagonistas. La colección fue adquirida en Christie’s por 2’772.152 euros, unos $7.365 millones de pesos, según registra la página de internet de la famosa casa de subastas. (…)
“Julio Mario Santo Domingo Jr. estaba relacionado con algo que yo solo puedo describir en dos palabras: historia secreta. Le atraía aquello que la gente no había visto, y eso incluía muchas situaciones e historias perversas. Él estaba muy interesado en ver cómo esa perversión había sido representada en la literatura común y en la erótica. Era un maestro coleccionista y gran conocedor de archivos fotográficos y eróticos”, asegura Carl Williams.
Phantastica. Ese fue el primer nombre que Julio Mario le dio a su biblioteca, no solo por hacerle justicia al paisaje suntuoso de sexo, drogas y rock 'n' roll que contenía, sino en honor, de hecho, a un fantástico libro de drogas homónimo escrito por Louis Lewin. El nombre, sin embargo, no se le ajustaba perfectamente, no terminaba de asentarse en la mente de su arquitecto. Posteriormente, la bautizaría de la misma manera que el perro fiel que lo acompañaba, un wheaten terrier que parecía un oso de peluche, pero que le podía arrancar la mano a cualquiera que se acercara demasiado a su amo. No serían Sade ni Baudelaire, ni Leary, ni siquiera él mismo, los homenajeados; fue Louise, su perro, un acompañante esmerado que casi muere ahorcado cuando su correa se quedó atrancada por fuera de las puertas del ascensor de la biblioteca. Un hecho desastroso que, según Williams, podría haber causado que Santo Domingo abandonara su colección.
Años después, la biblioteca cambiaría nuevamente de etiqueta, y recibiría para siempre el nombre de LSD, un rebautizo a todas luces conveniente, pues no solo es la sigla que condensa en un único apellido dos colecciones magníficas —la suya y la de la Ludlow Library—, sino el nombre por el cual se vendría a reconocer mundialmente el Lysergic Acid Diethylamide o ácido lisérgico.
¿Por qué Julio Mario Santo Domingo Jr. tendría una colección de estas características?
Esto dice Williams:
“Él siempre fue un coleccionista, lo hacía desde que era un niño. Un día me dijo que se había comprado un libro de viajes, un libro que le hizo preguntarse ‘¿qué me interesa?, ¿qué estoy tratando de hacer?’ A él siempre le gustaron los libros inusuales y aquellos que hablan de drogas, sin embargo, lo que realmente lo movía era la idea de viajar. Él creía que los estados alterados de conciencia que se experimentan mientras sueñas, escuchas música, consumes drogas, haces hipnosis o tienes sexo son formas de viaje, de viaje con la mente”.
Julio Mario Santo Domingo Jr. había sido un viajero empedernido. Sin residencias o códigos postales recorrió desde muy temprana edad el mundo.Barranquilla-Bogotá, Bogotá-Nueva York, Nueva York-Londres, Londres-París, París-Ginebra. Su vida, un vuelo con permanentes escalas entre lugares en los cuales construyó fragmentos de su vida. Espacios, sin embargo, que aprovechó para continuar construyendo su propia biblioteca.
“Julio Mario Jr. se estaba moviendo constantemente, en dos lugares al mismo tiempo, viajaba mucho y en cada lugar adquiría libros y objetos. Les compraba a los vendedores en los bancos junto al Sena, a los dealers hippies en California, a los bohemios coleccionistas parisinos de viejos afiches, a ciertos galeristas, a los distribuidores de retro soft porn de Lyon, los especialistas en psicodelia de Greenwich Village, las tiendas cool de Notting Hill, al archivista de Timothy Leary, a los vendedores de sótano de libros de los beats y a las grandes casas de subasta del mundo occidental”.
Todas estas, excursiones en las que obtuvo materiales inéditos, marginados, objetos de serie B incómodos para muchos, tesoros para él.
Para que nos hagamos una idea:
Cada una de las publicaciones, diarios y anotaciones del laboratorio de Timothy Leary, el psicólogo que se convirtió en un predicador del LSD durante los 60. Los primeros dibujos del Vin Mariani, un elíxir producido por Angelo Mariani, una especie de vino hecho a base de coca que durante el siglo XIX fue un éxito entre los adultos mayores, incluyendo al Papa. Los vasos de laboratorio en los que Alexander Shulgin sintetizó por primera vez el MDMA; los casetes de las citas psiquiátricas de Jack Kerouac, el autor de On the Road; los manuales de cienciología de William Burroughs; Tulsa, el libro de fotografías autobiográficas de un junkie de las anfetaminas, Larry Clark, clavado en un pueblo perdido de Oklahoma. Una colección de pipas para fumar opio compuesta por una serie que le pertenecía a un dealer de arte holandés llamado Ferry Bertholet y otra adquirida por Carl Williams para él en China.
Ahora, no queda más que preguntarse: ¿este inusual coleccionista emprendió esta búsqueda como un mero acto de investigación o también le apostó al autoaprendizaje y la experimentación?
Me dice Williams:
“¿Que si Julio Mario Santo Domingo Jr. experimentaba con drogas? Bueno, nunca lo vi personalmente. Yo era simplemente su librero. No tengo idea de lo que él hacía en su vida privada, pero creo, Juan Pablo, que usted puede sacar sus propias conclusiones sobre un hombre que gastó muchos millones de dólares comprando elementos e información que tenía que ver con las drogas, el sexo y el rock”.
Yo tengo mi propia conclusión.
Durante los últimos meses traté de establecer contacto con la familia Santo Domingo, pero no fue posible. Además de varias comunicaciones que enviamos a amigos cercanos de la familia, crucé un par de correos con el periodista inglés Peter Watts, encargado de escribir el documento oficial sobre la bibliografía de Julio Mario Jr. En un principio el periodista aceptó hablar con nosotros, pero el mismo día de nuestra entrevista me envió el siguiente mensaje:
Hola JP:
Realmente lo siento, pero no voy a poder hablar contigo sobre la biblioteca de Julio Mario Santo Domingo en este momento. Creo que la familia prefiere que no lo haga y debido a que aún sigo trabajando de manera cercana con ellos tengo que respetar sus deseos.
Realmente lo siento.
Peter Watts
La colección de Julio Mario Jr. no era vista con buenos ojos en el seno de la familia. Por lo menos para don Julio Mario, como nos contó Williams. “Su padre estaba preocupado por la colección. Su trabajo había sido siempre supremamente honesto y limpio, y estaba intranquilo con el hecho de que esa empresa de su hijo arruinara la reputación de la familia”.
Gerardo Reyes, en Don Julio Mario, la biografía no autorizada del empresario colombiano, describe así la desconfianza que por años el padre sintió por el hijo: “A nivel personal, la única preocupación que agobiaba a Santo Domingo era su hijo Julio Mario Santo Domingo Braga. El muchacho heredó el carácter festivo de su padre, para quien la academia fue básicamente una pista de baile”. Más adelante se lee: “Aunque ha hecho grandes esfuerzos, Julio Mario hijo no ha logrado balancear su afición por la farra y las obligaciones que su padre le ha encomendado en la organización. En un par de ocasiones los miembros de las juntas directivas del Grupo Santo Domingo lo han visto cabecear hasta quedarse dormido en medio de reuniones en las que participaba personalmente o a través de videoconferencia desde Ginebra. La última vez que esto ocurrió, en el 2000, su padre lo amenazó con retirarlo de las juntas”.
Heredero del espíritu bohemio de su padre, participante ocasional de las legendarias tertulias de La Cueva, conformadas por un grupo de intelectuales bebedores del que también se graduaron Gabriel García Márquez, el escritor Álvaro Cepeda y el maestro Alejandro Obregón en la Barranquilla de los 60, la colección de Julio Mario Jr. incluía piezas de literatura como la primera copia de Emmanuelle, la novela erótica de los 60, escrita por Emmanuelle Arsan, que se convirtió en una publicación de culto, y rarezas fetichistas como un mezclador plástico para el azúcar de la cadena McDonald’s, que en los 80 fue el implemento favorito de los adictos para esnifar cocaína. El espectro amplio y variopinto con el que cultivó su afición a la contracultura refleja la capacidad de combinar elementos de la más alta categoría con aquellos más populares; un acto que lo convertía, según Williams, en una suerte de visionario capaz de hacer de su colección un documento completo y a la vez diverso. “Es complicado ver lo que hace un visionario, porque la gente no comparte su visión”.
Tampoco es complicado imaginar por qué resultaba incómoda, para los Santo Domingo, la idea de que se hiciera público que el hijo mayor de una de las familias colombianas más poderosas del siglo XX coleccionaba rarezas relacionadas con el mayor karma en la historia internacional de Colombia.
Marzo de 2009. A sus 51 años, Julio Mario Santo Domingo Jr. moriría dejando tras de sí un poderoso pull de empresas, dos hijos que respiran música y glamour, múltiples beneficiaros de sus actos altruistas y un aporte cultural inmenso, uno que además incluye la biblioteca de contracultura más importante del planeta.
Su colección en la casa era el testamento de una presencia que se había extinguido.
Un recuerdo que, eventualmente, se convirtió también en un problema.
La pregunta era: ¿qué hacer con ella?
“Había ciertos documentos de la colección que le gustaban a Vera, la esposa de Julio Mario Jr., pero atesorar rarezas literarias no era lo suyo. La biblioteca se convirtió en un problema maravilloso con el que tenía que lidiar. Vera se asesoró de mucha gente, incluyéndome, hasta que Alejandro, su medio hermano, un hombre inteligente y sencillo, tomó una decisión estupenda: Harvard”, cuenta Williams.
La colección, empacada en alrededor de 700 cajas, fue entregada por la familia a la prestigiosa universidad norteamericana en el verano de 2012 para que la institución la catalogara y la convirtiera en material de consulta e investigación.
Leslie Morris, la curadora de la colección en Harvard y de la sección de Libros modernos y Manuscritos en la Houghton Library, tampoco accedió a darnos una entrevista pues “la universidad es muy celosa de sus colecciones, su uso académico y las limitaciones en términos de copyright del Estado”. Sin embargo, en la introducción de una conferencia en noviembre de 2012 en la Houghton Library que se realizó alrededor de la construcción bibliográfica de Santo Domingo Jr., Morris aseguró: “Esta colección se puede poner sobre la mesa, mirar las portadas para mostrar el uso de la droga, para mostrar qué se debe evitar en ella y sus aspectos más negativos. La contracultura no solo tiene un lado divertido, también puede conducir a la destrucción, así que esta colección busca cubrir un enorme rango de las experiencias internas humanas”.
Los libros, pósters y diversas parafernalias de la colección fueron entregadas y catalogadas en distintas bibliotecas de la universidad, como la de Botánica, el Centro de Historia de la Medicina, la Biblioteca de Bellas Artes, entre otras; el material musical que hacía parte de la colección, en especial una de las musitecas más completas de los Rolling Stones, fue entregada al Rock and Roll Hall of Fame, adonde también fueron a parar la bicicleta roja de Syd Barrett, fundador de Pink Floyd, y un par de portadas autografiadas de Velvet Underground, diseñadas por Andy Warhol, de las que era dueño Julio Mario Santo Domingo Jr.
“Esta colección proviene de la cultura popular, una cultura que para algunos parece trivial o irrelevante. Yo, en cambio, no puedo pensar que haya nada más relevante en nuestros tiempos: las guerrillas urbanas, la protesta política, la revolución sexual… de verdad, no puedo encontrar nada que defina mejor nuestro siglo que esto”, resume Williams, el librero de una biblioteca oculta, una colección secreta.
Todo el unstatement cultural de nuestra época.
¿Quiere ver más piezas del archivo de Julio Mario Santo Domingo Jr.?
Primer parte: El archivo psicodélico.
Segunda parte: El archivo erótico.
*Este texto fue publicado originalmente en Vice