Tener estatuas de los conquistadores y colonizadores españoles equivale a promover las esculturas de figuras oscuras de la historia pasada y actual del mundo como Mussolini, Pinochet, Videla, Hitler, Fujimori, entre otros. O como Álvaro Uribe —con centenares de investigaciones criminales en su contra que extrañamente no avanzan—, Salvador Arana, Narváez, Turbay, los paramilitares y sus patrocinadores y demás genocidas, torturadores y violadores de los derechos humanos en Colombia. También equivaldría a erigir una estatua robusta (¿y en forma de marioneta?) en honor de la incompetencia represiva y de la falta de carácter de Iván Duque como presidente.
Y tanto Uribe como Duque, y todos los políticos corruptos que los rodean, son estatuas vivientes develadas por el inconformismo de una nación hastiada, son estatuas caídas, tambaleantes o próximas a caer. Y ellos lo saben, el país lo sabe. Ese es uno de los logros del estallido social actual: la caída de las estatuas corrompidas de ayer y de hoy y las que pronto caerán, incluso antes de ser erigidas.
Un triste ejemplo que nos recuerda todo lo anterior es Andrés López de Galarza, fundador de la ciudad de Ibagué a mediados del siglo XVI y quien, como "capitán y pacificador", en nombre de dios y del rey masacró y torturó al pueblo pijao que rebeldemente y con valentía reclamaba un gobierno propio. El interrogante, que era válido en el pasado y lo sigue siendo en nuestros días, es: ¿será que en nombre de una deidad y de un tirano se justifican la barbarie y el saqueo?
Ayer, como hoy, la respuesta es no, pues en muchas épocas nos han contado mal la historia, nos han mentido históricamente sobre personajes que, como López de Galarza, Juan de Borja y otros, fueron "pacificadores" coloniales, matones que recorrían el nuevo mundo con la cruz en una mano y con la espada en la otra, verdaderos genocidas imponiendo un dios foráneo. Y aun así, en el país del sagrado corazón se han construido estructuras y escenarios rimbombantes y se han esculpido figuras colosales a quienes atentaron en su momento contra pueblos pacíficos, o en desventajas bélicas enormes, que solo querían seguir siendo autónomos. En la actualidad, como en el pasado, en Colombia sigue el exterminio y el despojo por parte de quienes se encomiendan a ese dios impuesto y a todos los santos importados, mientras ordenan o son cómplices de crímenes de lesa humanidad.
Del mismo modo que no es posible que la sociedad moderna rinda tributo y erija monumentos a genocidas alrededor del mundo, en Colombia tampoco. O mejor sí, en un tiempo, pero ahora ya no tanto, pues la gente está tomando conciencia de ello, especialmente la juventud. Y ahora ya no tanto porque se han obtenido y analizado datos de la historia que antes nos imponían los gobernantes de turno, la iglesia, la justicia criolla, la prensa y hasta la academia. Y nos los imponían en los textos escolares, religiosos, judiciales, legales, de narrativa local, universitarios, periódicos, radio, televisión e internet
. Nos contaban una historia torcida por los intereses de unos cuantos, una historia llena de imprecisiones y que reflejaba la visión parcializada del grupo de poder de la época. Una pequeña muestra de ello en nuestros días es el caso del saliente director del Centro de Memoria Histórica, del partido gobernante, cuando quiso modificar descaradamente los hechos y relatos de la violencia colombiana de las últimas décadas. Ojalá no se proponga en el futuro un busto en honor del señor Acevedo.
De esa forma también trataron de imponernos, con nombres propios, héroes oscuros como el pacificador de Urabá (¿hoy arrepentido?), el cual terminó siendo una réplica contemporánea del pacificador López de Galarza. O como el general que "lloraba" ante la masacre de campesinos y niños en una iglesia chocoana o como cuando quisieron venderle al país al "gran colombiano", a los Nicasios, a los Aguilar, a los miembros de la corruptela politiquera regional y nacional y a los "patriotas" de descalabros gigantescos como Interbolsa, Odebrecht, Reficar, entre tantos otros.
Así se tergiversa la historia y se quiere llamar paz a las masacres, a la explotación laboral y a las violaciones de derechos humanos, erigiendo estatuas en honor de los determinadores o de los autores materiales de semejantes crueldades. Inmersos en todo este panorama están los medios, groseramente parcializados, embusteros de oficio, a los que ya casi nadie les cree, porque afortunadamente ahora existen otras formas y otros canales de conocer objetivamente los hechos. Pero lo cierto es que el país está pasando de la indiferencia y el miedo, a la indignación y a la rebeldía. Y esto se debe a que ya no sabe a quién temer más, si a las "instituciones democráticas" o a los criminales explícitos, pues frecuentemente los actos de las primeras son iguales, similares o peores a los de los segundos. A los ciudadanos solo nos queda la rebeldía pacífica ante ambos actores.
De este modo, si en Colombia hubiera que hacer el mayor de los monumentos habría que hacérselo al descaro y al cinismo de quienes han "gobernado" esta nación. Esto deja claro que la caída de las estatuas de los "padres europeos y criollos" que ha venido ocurriendo en Colombia corresponde a un acto de justicia, de corrección y de resignificación de una historia mal contada sobre las gestas libertarias y sobre la vida republicana misma.
Esas estatuas se han caído, y seguirán cayendo, no por la fuerza del "vandalismo", sino porque no soportan el peso de las mentiras y de los muchos muertos que llevaban y llevan a cuestas. Por eso el bronce, el hierro y demás materiales de los que están o estaban hechas esas figuras podrían ser fundidos para formar una aleación correctiva y dar paso a los nombres de los nativos que, con flecha y hacha, repelieron la injusta represión del extranjero. Y en últimas, ¿qué tal si se promueve también la exaltación de la memoria de los cerca de 450 líderes sociales asesinados desde la firma de los acuerdos de paz, así como de las muchas víctimas de las movilizaciones históricas del país, incluyendo la actual? Ya en Ibagué se dio un importante paso con la denominación de la calle Santiago Murillo.