La que colapsa en este momento de la historia es la sociedad del consumismo, en la que poseer cosas muebles o inmuebles significa éxito y lo que es peor, felicidad.
Lo que se quiebra ahora es la humanidad superflua, la de la apariencia, la de los modelos de belleza lánguidos y raquíticos que producen enfermedades que matan a mujeres y también a hombres, irónicamente por no comer o por vomitar lo que comen en un mundo en el que se mueren 8.500 niños al día por desnutrición.
La que agoniza en estos días es la cultura del vértigo, del hacer y no del estar y el ser, del autoconocerse, de la contemplación de la vida en sus diversas y hermosas manifestaciones.
La que sucumbe es la vida basada en el apremio y las velocidades y no la de la serenidad y la tranquilidad, la del placer éxtasis y no la del placer plácido, la del riesgo y la intrepidez, incluso aún si con mis actos comprometo la vida de los demás, y no la de la responsabilidad, la empatía, la solidaridad y el autocuidado.
Lo que se rompe en estos tiempos del imperio de los microorganismos, es la convivencia basada en el exceso de derechos sin fundamentarlos en el derecho natural y ni siquiera en la moral, y en los pocos deberes que tenemos o en la ausencia de consecuencias sino se cumplen.
Lo que muere es el capitalismo sin vergüenza, ese del 10% de personas que posee el 90% de las riquezas del planeta, al que le importa un bledo que más de mil millones de seres humanos pobres agonicen día a día, sin hospitales, ese que ignora a los más de 800 millones de seres humanos que viven como analfabetos, ese que desconoce a los más de mil millones de personas no tienen agua potable, ese capitalismo indecente —por contraposición a un capitalismo socialmente responsable— que miente bajo la tesis neoliberal del derramamiento de bondades para los de la base de la pirámide, porque el que está en la cima de la misma las acumula sí, pero las dispersa amorosamente.
Lo que está en juicio es la posmodernidad mal entendida, sí, ese subsistema de creencias que no comprendiendo a los filósofos postmodernos: Lyotard, Vattimo, Derridá, Deleuze, se autodenominan progresistas y pretenden cuestionar los órdenes naturales hasta de ciencias tan duras como la física y la química.
Esos que crean discursos desde los que narran la realidad como se les antoja, porque todo es relativo. Cuestionan los sistemas de creencias y permean las culturas y las costumbres, lo que somos. Admiten y promueven comportamientos contranatura, incluso si son denigrantes para la mujer como la prostitución, y la llaman un oficio o un trabajo, y eso que paradójicamente son los adalides de los derechos de la mujer.
Lo que fenece es el laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même; dejar hacer dejar pasar, el mundo va solo, que cree que el libre albedrío puede ser cualquier conducta, incluso aquellas que van en contra de los demás o contra sí mismo. O la libertad absoluta de empresa, no importa si lo que se produce y vende son alimentos y sustancias que dañan al ser humano, bajo una falacia ad veracundiam y el argumento maniqueo de; generan empleos, producen capital.
Lo que está en entredicho en el reinado de COVID-19 es la sociedad del individualismo, de la irresponsabilidad, de la violencia contra otros y contra el planeta.
Lo que pone en vigencia este pequeño rey que mandó a parar es a la sociedad en que lo primero son las pequeñas cosas, el amor por los demás y por el mundo que nos rodea
Lo inevitable es que después de este pequeño reinado del rey COVID-19 la humanidad no será la misma.