Las crisis ponen a prueba tanto a los gobernantes como a los gobernados. Cuando se habla de apagones, de racionamiento, automáticamente viene a mi memoria mi experiencia en Japón entre mayo y junio de 1979. Sobrevivo en ese momento la segunda crisis petrolera y los japoneses se quedaron sin el diez por ciento de los suministros de petróleo, fundamentales para la generación de energía. El gobierno anunció con gran claridad la situación y le pidió a la población y a la industria reducir en ese mismo porcentaje su demanda. No hubo amenazas ni premios y en el término de una semana todo el país se había ajustado a las circunstancias. Dentro de los efectos de las distintas medidas que se adoptaron, una me sorprendió sobremanera. El gobierno, seguido luego por las empresas, autorizaron a sus empleados asistir al trabajo sin corbata. Cambio radical en una cultura tan formal. Y ello estaba acompañado por la reducción del uso de aire acondicionado en ese momento del año en el que se suman calor y humedad.
La primera crisis del petróleo, la de 1973, fue muy compleja pues Japón no contaba con reservas de combustible suficientes. Pero aprendieron de esa experiencia y para 1979 ya se contaba con un mejor respaldo. Y esto no significó quedarse quietos: los esfuerzos continuaron y los japoneses pudieron enfrentar las dificultades de la Guerra del Golfo en 1991 que también golpeó el sistema de generación eléctrica.
En Colombia también se han hecho y se hacen cosas pero de forma diferente. La situación en la década del 60 era grave en términos de transmisión de energía. Bogotá y Medellín eran los centros principales de generación. El remedio vino con los proyectos que financió el Banco Mundial que, entre otras cosas, condicionó los desembolsos a la creación de una empresa que estuviera lejos de las interferencias políticas. De allí nació ISA. No obstante, el crecimiento de la demanda creció notablemente a finales de la década y principios de la del 70 lo cual contribuiría a impulsar un ambicioso programa de construcción de plantas generadoras y sistemas de transmisión y distribución que fue financiado por el BM, el BID y por los países de los suministradores de equipos y maquinaria. Este plan no alcanzó a evitar los apagones durante el gobierno Turbay pero el resultado fue que para mediados de los 80 la capacidad instalada superaba en cerca del 10% la demanda. Esta solvencia condujo a los técnicos del gobierno a frenar el desarrollo del sector, decisión que podría ser el germen de lo que sucede hoy y que representa nuestra forma de proyectar el futuro.
Mientras en Japón, y en Asia, se construye infraestructura para esperar el desarrollo, nosotros la construimos para satisfacer las proyecciones del mismo, que son inciertas y que tampoco tienen dirección. Estamos, pues, en el otro extremo. Lo que pude observar en China entre 1985 y 1995 puede ilustrar mejor la afirmación. Entre Hong Kong y Guangong vi cómo se hacían autopistas de diez carriles por las que circulaban esporádicamente unos pocos vehículos de tamaño pequeño y mediano y se construían, en un área de 100 km a la redonda, diez aeropuertos que permanecieron desocupados unos cuantos años. En nuestro caso, la vía al Llano que estaba diseñada para cuatro carriles se redujo a dos pues la demanda proyectada no daba. Lo mismo sucedió con El Dorado que tenía previstas dos pistas que se redujeron a una por la misma razón.
Lo que se esconde detrás de nuestros modelos no es otra cosa que la prevalencia de la técnica sobre la política. Y ello conduce a resultados como los que observamos día a día. En una conversación en Seúl con quien fuera secretario del General Park a quien se debe la industrialización de Corea, le pregunté sobre algo que me inquietaba mucho. Park quería construir una acería como base para el desarrollo industrial coreano. Los estudios de factibilidad que contrató fueron negativos para el proyecto. Lo mismo sucedió con las fuentes externas de financiamiento y con la participación de los dueños del know how que rechazaron su participación. Las condiciones del mercado internacional del acero eran adversas y sumadas a lo anterior hacían del plan un verdadero absurdo. La pregunta que le hice a mi interlocutor fue simple: ¿cómo tomaron una decisión para hacer algo que no tenía pies ni cabeza? La respuesta fue contundente: DETERMINACIÓN! Si se hubieran atenido a las indicaciones de los técnicos, jamás hubieran avanzado. Por fortuna triunfó la política y alcanzaron el éxito. Y este ejemplo es solo uno entre lo que sucedió de la misma manera en Japón, en China, en Singapur y, en general, en el este de Asia.
La crisis de agua y energía a la que nos enfrentamos en este momento, revela tres cosas: los estragos de un modelo individualista que se concentra en las utilidades a toda costa y no valora lo social; los límites de la tecnocracia, y el bajo punto en que se encuentra la política.