Las encuestas sirven para medir intencionalidades de voto, o en la mayoría de los casos, para direccionar el voto de una población que poco lee programas electorales y determina su posición, en muchos casos, por la persona que esté punteando en las encuestas para asumir que eligió responsablemente bajo la tutela del voto útil.
Así, las encuestadoras en Colombia no suelen mostrar la intención de voto real de la ciudadanía, sino fijar tendencias para que las personas se decidan por aquellos candidatos que tienen mayor opción de triunfo. La elección del 27 de mayo no fue la excepción. En estas elecciones en las que se contaron con dos personas de la política tradicional como de la Calle y Vargas Lleras, le apostaron a ubicar un desconocido como Iván Duque para que desde el principio liderara las encuestas, generando como resultado la obtención de un 39% de los votos por parte de una persona sin una identidad política propia en su plan de gobierno, más allá de plantear los refritos políticos de su jefe, el expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Y siempre mantuvieron a dos oponentes fuertes con menos del 10% de las probabilidades en la intención del voto, y lo lograron. Humberto de la Calle, todo un señor de la política, hombre íntegro que sacó un proceso de paz adelante cuando el recuerdo autoritario de ocho años de un uribato belicista aún estaba vigente en la gente, pero quien no al no lograrse desprender de ese sombrío acompañamiento del expresidente César Gaviria, llegó un tristísimo número de 400.000 votos, superado hasta por el voto el blanco; sin duda De la Calle, merecía muchísima mejor suerte. Y Germán Vargas Lleras, un gran señor de la politiquería y el clientelismo, también resultó derrotado de manera estrepitosa, pues después de asumir el ministerio de vivienda para hacer campaña con los recursos públicos de la nación por cinco años, alejándose de las discusiones sobre el proceso de paz, e inscribir ficticiamente su candidatura por fuera de su partido Cambio Radical con 4’500.000 firmas cuestionadas creyendo fija su victoria, no llegó ni al millón y medio votos que obtuvo en su campaña del 2010.
A punta de sondeos manipulados, las maquinarias tradicionales decidieron apoyar al candidato de Uribe, en vez de apoyar a Vargas Lleras. Hasta incondicionales de la política clientelar vargasllerista, como en cuestionadisimo Kike Gómez, el patrón detrás de la corrupción y el desangre de la Guajira, adhirió a la campaña de Duque, alejándose de quien le había dado todo su apoyo durante todos los años en que delinquió en su departamento. No, la maquinaria tradicional no se ha terminado, solamente viró para un lado más radical del espectro de la derecha para asegurar sus gabelas presupuestales y ahuyentar bajo un modelo autoritario de gobierno el “fantasma” del castrochavismo adjudicado tendenciosamente a la figura de Gustavo Petro.
Ahora, lo de Petro es impresionante. Estuvo a muy poco (150.000 votos) de conseguir cinco millones de votos, con un porcentaje del 25,1% de la elección presidencial, algo sin precedente en la historia del país para un candidato de izquierda que, sin maquinaria y con todos los medios de comunicación en contra, logró poner discusiones políticas, sociales, económicas y ambientales del siglo XXI, en una sociedad que en gran parte sigue pensando como una del siglo XIX.
Pero, ¿qué hubiera pasado si se hubiera materializado la alianza entre los tres candidatos “alternativos” Sergio Fajardo, De la Calle y Petro antes de la primera vuelta? Si se mira la elección de ayer, y dependiendo quien hubiera sido el candidato principal entre ellos tres, en la primera vuelta se habría derrotado el proyecto autoritario de Uribe Vélez. La suma de la votación de los tres candidatos es de 9’840.130, lo cual da un 50,9% de la votación total, por lo que se hubiera alcanzado la mitad más uno requerida para llegar a la presidencia en primera vuelta.
Pero no, los egos y la estupidez no lo permitieron; de hecho se presentó todo lo contrario, y los ataques, especialmente los de Claudia López y un bloque grande fajardistas a todo lo que dijera y representará Petro, hicieron perder el objetivo principal de derrotar las fuerzas retardatarias de este país. A la vez, es válido recordar que Sergio fajardo se inscribió como candidato a la presidencia sin realizar la consulta con Jorge Robledo y Claudia López como habían pactado con anterioridad, anteponiendo su personalismo, a la construcción de un proyecto colectivo que hubiera podido permitir un bloque de fuerzas más amplio para asumir una candidatura real de cara las transformaciones necesarias del país. A de la Calle, el jefe del liberalismo, el abucheado César Gaviria, no le permitió ningún tipo de acercamiento con las fuerzas alternativas para buscar la integración; y a Gustavo Petro, que fue quien más hizo llamados de unidad nunca fue escuchado, o peor aún, fue descalificado por sus adversarios, especialmente por el grupo de Fajardo, quien ya se consideraba en segunda vuelta.
¿Tendrán la altura política de deponer esos egos y hacer un llamado para derrotar las maquinarias corruptas de este país en este momento histórico? No, la miopía política de muchos de ellos, como es el caso de Jorge Robledo, sumado a las posiciones a favor del voto en blanco de Fajardo y De la Calle, quienes prefieren la vuelta del uribismo a dar su brazo a torcer en sus críticas a Petro, nos van a condenar a que la esperanza de un gobierno diferente asuma el poder en este país.
A trabajar por la unidad, sí; a evitar confrontaciones con aquellos que quieren algo diferente, pero que no se sienten representados por Petro, sí; pero a hablar con las claridades políticas que son, pues las mezquindades de muchos sectores que prefirieron una candidatura light por encima de los planteamientos serios del candidato alternativo que va a segunda vuelta, son en parte los que van a favorecer a Duque en la segunda vuelta, así no voten por él, porque ellos prefieren la vuelta de la Seguridad Democrática con las nefastas consecuencias que esto conlleva, siendo una derrota para todo el país, que asumir dignamente su derrota electoral y sumarse a una propuesta de país donde quepamos todos los históricamente excluidos de las discusiones y decisiones políticas del país.