Tantos años lleva el país entre el sí y el no a la reforma agraria que parece un debate anacrónico. La ciudadanía urbana le presta poco interés porque el campo lo ven ante todo como un paisaje. El cambio de la propiedad agraria se ve como un simple traspaso de la titularidad de las tierras de los terratenientes a los campesinos. El orden social que desaparece y el que se crea no se vislumbra.
Al cambiar la propiedad cambia la forma de producir, el cómo y el qué se produce, su mercadeo, sus cadenas logísticas, las relaciones políticas de las regiones. Es un proceso que se ha vivido en muchos países, que despierta pasiones y que si no es consistente genera un caos que tarda años en resolverse.
La reforma agraria rompe el respeto a la propiedad privada, que es parte del gran acuerdo social. Si es por imposición de la autoridad estatal o por una revolución o el triunfo en una guerra, igual se transforma el orden social agrario.
Lograr una transformación armónica de la nueva manera de poseer y producir la tierra facilitaría que el nuevo modelo sea exitoso y que la nueva realidad social agraria justifique la destrucción del orden vigente. De poco sirve destruir el sistema atrasado de producción si el que lo remplaza es igual de ineficiente y no sirve para generar nueva riqueza y mejorar los ingresos y la calidad de vida de los campesinos.
La revolución mexicana que empezó en 1910 cambió la propiedad rural de manera violenta en dos décadas y viró bajo las distintas visiones de los líderes rebeldes que iban asumiendo y dejando el poder.
El arrebato de las de tierras de pueblos y comunidades a finales del siglo XIX desató el intento armado para recuperarlas pero solo cuando Venustiano Carranza ganó el poder empezó el orden. Creó la Comisión Nacional Agraria, adjudicó y restituyó las tierras comunales. Con las nuevas instituciones agrarias se organizó la tenencia y la producción a lo largo del siglo XX en México a lo largo de varias décadas.
En Europa tras la Primera Guerra Mundial desaparecieron el imperio austro húngaro y el otomano y se repartieron la tierra de los dueños del viejo orden entre miles de pequeños propietarios. Fue una reforma social agraria de grandes dimensiones, pero hubo vencidos sin voz ni poder.
En Japón la transformación agraria fue sencilla, pues reconoció a los tenedores de la tierra (los que la trabajaban) derechos de uso y luego de propiedad. Más tarde el estado compensó a los titulares del viejo orden desposeídos. Es uno de los modelos agrarios más eficientes y democráticos que significó una mejora en la oferta de alimentos y en la calidad de vida de los productores, con un manejo del conflicto por la propiedad tardío pero justo.
En Colombia en los años cincuenta fue exitosa la violencia para extender las grandes propiedades y consolidar un modelo de alta ineficiencia y profundas desigualdades en el campo.
En los ochenta y noventa se repitió con mayor intensidad la acaparación violenta de tierras y el gobierno usó las instituciones diseñadas para la reforma agraria democrática en favor de los nuevos grandes propietarios. El modelo que resultó es ética, política y socialmente insostenible. Lo que le reclaman a Argos es apenas un ejemplo.
Los esfuerzos impulsados por el estado con la ley de reforma agraria del Frente Nacional de los años sesenta, logró algunos avances. Las movilizaciones campesinas, las ocupaciones de haciendas y la amenaza de “incorar” (expropiar) grandes haciendas, presagiaban una reforma imparable. Pero fracasó el esfuerzo de Lleras Restrepo al cambiar el gobierno, pues las viejas fuerzas políticas de los terratenientes respaldadas por sus partidos políticos, desataron una gran represión militar que frenó la movilización campesina promovida por normas de Lleras que facilitó la organización de usuarios campesinos. Las oligarquías liberales y conservadoras terratenientes, pactaron la continuidad del viejo orden agrario y la reforma agraria quedó relegada a la lucha de la insurgencia.
Tantos años lleva el país entre el sí y el no a la reforma agraria que parece un debate anacrónico. La ciudadanía urbana le presta poco interés porque el campo lo ven ante todo como un paisaje.
Hubo un sector de agricultores -el agroindustrial- que entendió que la tierra era un factor secundario y que más bien se trata de hacer inversiones intensivas con alta tecnología para producir a una escala rentable, creando clusters que integraba a grandes, medianos y pequeños productores.
Sin necesidad de provocar transformaciones en la propiedad de la tierra, se desarrollaron zonas agroindustriales que crearon un nuevo orden social con nuevos desafíos pues surgió una clase obrera rural que pronto se sindicalizó.
El capital y la tecnología eran más importante que la tierra, así como dotar de servicios adecuados y de mejores ingresos a los trabajadores. Para esto se necesitaba otra clase política capaz de mediar y agenciar soluciones.
El objetivo económico de la reforma agraria suele opacar los ingredientes sociales que la componen. Aumentar la producción de alimentos o promover el bienestar campesino cambiando la titularidad, implica un mejor uso de la tierra y una adecuada compensación a los terratenientes para que sus emociones negativas no se conviertan en un conflicto armado.
El nuevo modelo de propiedad y producción no se genera de manera automática al destruir el orden social. La mayoría de las reformas socialistas triunfaron en la expropiación y redistribución de tierras pero fracasaron en la instauración de modelos de producción eficientes y en repartir bienestar en vez de nuevas formas de hambre y miseria. Son experiencias que deben contar para evitar los errores del pasado.
El argumento de la necesidad de romper la propiedad agraria para liberar las tierras congeladas porque están concentradas en quienes carecen de intereses en desarrollar proyectos agrícolas es válido. Estos sectores han demostrado que están poco interesados en el bienestar de los campesinos.
Entonces el cambio consiste en forzar la liberación de las tierras para introducir un modelo que las haga productivas y reparta bienestar. La élite terrateniente desaparece, pierde su estatus social como la nobleza rusa perdió sus títulos con la revolución bolchevique. Su modelo de rentar sobre la propiedad sin que cumpla su función social se esfuma y en ese momento empieza la tarea de crear el nuevo orden.
Los antiguos propietarios tienen apego a sus propiedades sin duda, y sienten que se atropellan sus derechos, así les paguen. Pero deben entender que su modelo es ineficiente, socialmente injusto y políticamente incorrecto. Los campesinos también están ligados emocionalmente a la tierra, pues allí nacen, crecen y trabajan. Son parte del viejo orden, pero son los gestores del orden social agrario que debe remplazar al antiguo y que requiere un gran respaldo institucional que amarre el proceso para que sea exitoso.