¿Las elecciones, un carnaval democrático?

¿Las elecciones, un carnaval democrático?

Guardadas las proporciones, las elecciones son como las fiestas paganas que se realizaban en la época del Imperio romano

Por: Jorge Muñoz Fernández
mayo 10, 2018
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¿Las elecciones, un carnaval democrático?
Foto: El Tiempo

En las fiestas saturnales, por ejemplo, en los banquetes públicos se intercambiaban regalos, que hoy, en los carnavales de la democracia, conocidos como justas electorales, equivalen al intercambio de programas y esperanzas por votos, en una especie de oferta y demanda, cuyas curvas predicen al final el precio de la venta.

Los festejos que hoy se realizan cada cuatro años en Colombia apuntan a celebrar los postulados de Aristóteles, las teorías de Jacques Rousseau, John Locke, Stuart Mill y Alexis de  Tocqueville, entre otros, en un ambiente de abstención política, que parece en esta oportunidad derrotada.

Todos ellos contribuyeron a forjar la ideología de la democracia, que en el siglo XVIII la encontramos contrayendo nupcias con el capitalismo, época en que lucía juvenil, seductora y ostentaba el “dejen hacer, dejen pasar", con miras a reducir el tamaño del Estado, generando los resultados conflictuales que están a la vista.

La competencia para sobrevivir no le ha sido fácil a la democracia, los pueblos combatieron de brazo con ella contra la monarquía, el derecho divino de los reyes, la aristocracia, la oligarquía, el fascismo y el socialismo real.

Ahora la vemos desposada con el neoliberalismo, en vistoso maridaje que domina el mundo, ocultando, con la fascinante conquista del sufragio, la opulencia y la miseria, mientras los bienes y servicios públicos son sometidos a la piratería y los recursos del planeta se venden en ferias mundiales privatizadoras.

Lo paradójico es que la democracia no posee una doctrina sólida que conjugue los valores con las realidades y su propuesta de construir una sociedad mejor, arraigada en la plenitud de los derechos humanos, es una mentira con los ojos azules. Parafraseando a Hannah Arendt, en su cita de Burke, decimos que en toda democracia “ser nada más que humanos” encarna un riesgo para la humanidad. (Amor líquido, Zygmunt Bauman, 2003)

En teoría, la democracia gira alrededor de valores liberales, supremamente llamativos y provocadores, como la libertad individual, la igualdad, la justicia, la dignidad, la división de poderes, el progreso, la hermandad y el imperio de la ley que, en ocasiones, se convierten en Odebrechts, licuadoras, cemento y regalo mortífero de asbesto, en otras palabras: democracia electoral.

Si usted es amigo de la democracia, aliado o compañero de ella, sabe que el mercado es una condición inseparable en sus relaciones amistosas, tanto que puede solicitarle a personalidades como Bill Gates, Mark Zuckerberg, Carlos Slim, Alejandro Santodomingo, Luis Carlos Santo Domingo y Jaime Gilinski, que lo admitan como compañero de viaje.

Quizá usted no pueda hacer nada para figurar al lado de ellos y prefiera dejar su capital en las manos invisibles del mercado, como lo arguyen sus más conspicuos defensores, con la esperanza de aparecer algún día en la revista Forbes.

La hegemonía de sus éxitos económicos, con el soporte de la cultura dominante, desemboca en la exaltación de la riqueza privada, baraja el individualismo, despliega el mercado de manera salvaje y proscribe las políticas públicas, usando, como valor de cambio a los ciudadanos que han adquirido el derecho a votar.

En definitiva, la democracia, que fuera una construcción social esperanzadora, se volvió una mercancía que entró en la lógica de la compra venta y, su fantasma, abrió las puertas al capital privado, sin importar que los papeles olieran a estupefacientes.

Empero, si se siente incómodo con el idóneo sistema que regula las desigualdades sociales, le queda la iniciativa de la Tercera Vía, pero debe tener en cuenta que esta opción está montada sobre los mismos pilares que soportan la injusticia, la corrupción y la iniquidad social.

¿Escuchó alguna vez del socialismo real? En el evento que conozca su historia de estrepitosas caídas —a martillazo limpio—, auspiciadas por sus antagonistas, póngase al día y piense que existe el “capitalismo real”, fuente de progreso, pero, a la vez, autor del saqueo, rapacería de la naturaleza y expoliación extorsiva de la especie humana.

¿Arguye que la democracia es tan vieja que ha existido desde tiempos de Platón y de Aristóteles? Tiene usted razón, eran tiempos en que se aplicaba a la categoría de hombres libres y dejaba de lado las mujeres y los esclavos, mientras las grandes familias grecorromanas se repartían los puestos del poder y las ventajas políticas.

Piénselo bien, en los carnavales de la partidocracia usted acaricia el sufragio, mientras el ganador, si es experto en argucias, tuerce su voto, aplasta y oprime la libertad, con dolor o anestesia.

Sin embargo, pese a todas las diatribas de esta columna, quizá coincidamos con el absurdo de Franz Kafka: por más que la gente vote, “El mesías (la democracia) llegará cuando no haga falta y llegará solo un día después de su propia llegada”. Buenos tiempos.

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