Se ha tratado de vender la idea de que el resultado que se dé en las elecciones de octubre serán la medida de aprobación o rechazo a Petro y por extensión al programa del Pacto Histórico.
Pero la realidad es que la estructura de las elecciones regionales no pueden cumplir ese propósito. La verdad es que lo único que se define son los caciquismos regionales y/o locales, y lo que se vota es en relación a la gestión de los respectivos mandatarios.
Pero debido a un error de percepción o a una estrategia para entrabar el posible avance del proyecto de gobierno, tratarán de venderlo como un plebiscito alrededor de la gestión de gobierno central.
Si algo es claro, es que la votación no va a darse alrededor de programas, de ideologías, por supuesto no de partidos, y poco respecto a la opinión sobre el gobierno.
Los candidatos los proponen 37 ‘partidos’ (los que tienen personería jurídica), algunas docenas de ‘movimientos’, más otra cantidad de ‘candidaturas por firmas’.
Cada candidatura tendrá el ‘respaldo oficial’ de varios partidos, y como si fuera poco el apoyo personal de miembros representativos de otras colectividades.
Es obvio que pueden ser centenares la cantidad de combinaciones (coaliciones o alianzas), y que es imposible pensar que representen coincidencia en su alineamiento.
Incluso los ‘avales’ pierden relevancia, puesto que acaban siendo más suscripciones de adhesión para quedar o aparecer en la ‘coalición ganadora’ que afinidad con alguna propuesta o participación en algún grupo o equipo que ofrezca algo diferente de cuotas en la distribución del poder.
La manera más clara de ilustrar esta situación la da como ejemplo el supuesto ‘Partido Liberal’ (es decir el manejo que le da Cesar Gaviria): no tendrá candidato propio -es decir de sus filas- prácticamente a ninguna Gobernación ni Alcaldía de importancia; los pocos políticos con maquinaria que para postularse a las de Congreso requieren el aval no dependen aquí de instrucciones del ‘Director del Partido’ y apoyan a quien más les ofrezca; y el respaldo ‘oficial’ a su turno depende únicamente de los intereses del señor Gaviria, quien autónoma y arbitrariamente puede decidir qué lista o ‘coalición’ apoya y estará siempre con quien tenga más probabilidades de ganar, independientemente de cuál sea su caracterización.
La verdad es que lo único que se define son los caciquismos regionales y/o locales, y lo que se vota es en relación a la gestión de los respectivos mandatarios.
También es claro que la posibilidad de que miembros del Pacto Histórico se integren en esas ‘candidaturas de coalición’ es mucho menor que la de cualquiera de los otros ‘partidos’.
No por ‘pureza’ o porque no estén interesados en compartir las parcelas del poder que en cada jurisdicción se definen, sino, por un lado, porque numéricamente son una minoría entre quienes tienen personería jurídica para asignar los avales; y por otro, porque la estructura que caracteriza la ‘politiquería’ es justamente el clientelismo de los caciques políticos regionales que domina este tipo de elecciones, el cual es arraigado, asentado y comprometido con el mantenimiento del statu quo, puesto que es dentro de él que son poderosos.
Lo que se presentará es una competencia para aparentar triunfos por cada uno de los actores (por ejemplo se dirá que ganaron gran número de candidatos apoyados por el ‘Partido Liberal’). Lo que no obsta pero sí explica que en verdad los elegidos a nombre de las corrientes del Pacto Histórico probablemente sean muchísimos menos que el conjunto de quienes lo serán bajo otras banderas.
Pero lo significativo, si se quiere saber la tendencia de la opinión respecto al gobierno, será la comparación con la anterior elección regional: si el cambio en la relación entre la votación por los Partidos del Pacto Histórico y la que se dé por el clientelismo de los caciques favorece a los primeros el gobierno está en sintonía con la Nación; si lo contrario sería un triunfo pírrico para la oposición.