La primera potencia del mundo entra en la recta final para las elecciones presidenciales del 5 de noviembre. Todo el mundo está a la expectativa dada la agudización de las contradicciones globales y el papel protagónico que juega Estados Unidos en el escenario internacional.
La potencia del Norte sigue siendo la única que se puede llamar superpotencia, pues combina la fuerza económica y la militar y el poder cultural e ideológico conocido como poder blando.
En lo económico, Estados Unidos mantiene un predominio desafiado en forma creciente por China. Según el Fondo Monetario Internacional, Estados Unidos detenta el 21,5% de PIB mundial, mientras que China se ubica en segundo lugar con 13,9%, pero, según el Banco Mundial, al comparar a los dos países mediante la paridad en el poder adquisitivo, China supera a Estados Unidos. Hay diversas mediciones, pero el Foro Económico Mundial afirma que en 2024 China superará a Estados Unidos. China crece al doble ritmo que Estados Unidos y si la tendencia se mantiene, en muy poco tiempo será indiscutiblemente la economía más fuerte del mundo, si es que ya no lo es, y ostenta superioridad en temas como los desarrollos nucleares, la inteligencia artificial, la computación cuántica y la construcción de trenes de alta velocidad y es líder en la mayor parte de las tecnologías más avanzadas, incluyendo aquellas relativas a las energías renovables.
China es el principal socio comercial del grueso de las naciones, pero tiene un PIB per cápita siete veces menor que el de Estados Unidos. La fortaleza de Estados Unidos radica en buena medida en el control de instituciones financieras como el FMI y el Banco Mundial y en la supremacía del dólar como moneda de reserva y principal divisa comercial. La deuda pública de Estados Unidos, que bordea los 35 billones (millones de millones) de dólares y representa el 122% de su PIB, puede volverse insostenible si el dólar pierde protagonismo a escala mundial como parece ser la tendencia con la lenta pero creciente desdolarización.
Toda la elite estadounidense coincide en que el principal adversario desde el punto de vista económico es China. Hay diferencia de matices sobre cómo enfrentar el problema, pero grandes coincidencias en cuanto a promover la guerra comercial y tecnológica con el país asiático.
En lo militar, también Estados Unidos exhibe una amplia superioridad. El presupuesto para la guerra bordea el billón (millón de millones) de dólares y es superior a la suma de los diez que lo siguen, tres veces el de China y nueve veces el de Rusia. Con 800 bases militares en el extranjero y una estrategia muy agresiva, interviene activamente en todos los conflictos a escala planetaria, lo que le refuerza la indiscutible hegemonía. A pesar de que Rusia y China hicieron una muestra de poderío con los recientes ejercicios conjuntos en todos los océanos, solo Estados Unidos puede operar simultáneamente a nivel global. Sin embargo, la primacía está siendo cuestionada. La guerra de Ucrania ha mostrado la superioridad tecnológica rusa, que ha logrado contrarrestar los esfuerzos de la OTAN encaminados a derrotar a Rusia en suelo ucraniano. Además, la participación exitosa de Rusia en la guerra de Siria y sus éxitos en Ucrania y África han puesto en duda la creencia en la absoluta superioridad estadounidense.
La Estrategia de Seguridad Nacional, bipartidista, considera a Rusia como amenaza local en Eurasia y a China como amenaza global. ¿Va a cambiar con Trump o con Kamala Harris?
La Estrategia de Seguridad Nacional de Biden, de carácter bipartidista, considera a Rusia como una amenaza local en Eurasia y a China como una amenaza global. Son los dos principales enemigos existenciales. ¿Va a cambiar con Trump o con Kamala Harris? Es poco probable. Trump ha sostenido que Estados Unidos no debe involucrarse en guerras que no puede ganar, pero es un ferviente partidario de la agresión israelí en el Medio Oriente y mantiene un tono belicista y pragmático. Kamala Harris apoya igualmente las acciones de Israel contra Palestina, pero hace esfuerzos inútiles para mostrar un aspecto “humanitario” en la contienda. Trump quiere que sean los europeos los que sostengan la guerra de Ucrania, mientras que Harris ofrece una continuidad en el apoyo a Zelenski, que ha representado hasta el momento más de 250 mil millones de dólares.
La población estadounidense está más preocupada por la inflación, la llegada de inmigrantes, la drogadicción y la seguridad, sin entender que estos problemas se hallan estrechamente ligados a la forma como Estados Unidos se relaciona con el mundo.
En lo cultural e ideológico, el poder blando, Estados Unidos ostenta una amplia superioridad, visible en las redes sociales, en los medios, en el cine, en los que exporta su ideario, su cultura, su idioma y su concepción de la democracia presentándolos como universales. Aunque con influencia creciente en el Sur Global, la influencia cultural China es más visible en Asia. Aun así, los valores y aportes de las civilizaciones rusa y china están muy lejos de tener el alcance al que ha llegado la penetración estadounidense en la mente de miles de millones de personas.
El poder blando estadounidense está siendo desafiado en buena parte por el deterioro interno de la política estadounidense, pero también por el renacimiento del nacionalismo en numerosos países, nacionalismo de muy diverso origen, pero que en su mayoría enfrenta el globalismo preconizado por Estados Unidos. El resurgimiento del nacionalismo reivindica las tradiciones y culturas locales, como es evidente en los casos de Turquía, China, Rusia, India y buena parte del mundo islámico y africano.
Ninguna de las dos candidaturas en la actual contienda electoral de Estados Unidos parece tener el atractivo para hacer despertar el entusiasmo mundial hacia Estados Unidos como modelo político cultural e ideológico. Pero en las próximas elecciones no votan los ciudadanos del mundo.
Kamala Harris, del partido demócrata, afroestadounidense y mujer, puede despertar más simpatías e ilusiones entre mujeres y jóvenes, que desinformados por las redes y grandes medios de comunicación ven no lo que es sino lo que vende la propaganda, la cual nunca exhibe el guerrerismo, la desigualdad y el deterioro económico y social.
Trump se concentra en un mensaje hacia los estadounidenses de clase media que sufren la decadencia del país y que se unirían en el propósito de volver a “hacer a Estados Unidos grande otra vez”, sin reflexionar que esa fuerza se ha construido sobre la ruina de decenas de países, el saqueo de recursos, la especulación financiera y el monopolio.
Los factores de política interna serán determinantes en un debate lleno de banalidades, manipulación de las redes y multimillonarios gastos en propaganda y cuyo resultado, sea el que sea, no va alterar en forma sustancial el rumbo guerrerista e intervencionista de Estados Unidos, así enfrente una pérdida paulatina de influencia política, derrotas militares en las guerras locales en que se ha involucrado e incapacidad de determinar las reglas de la economía mundial. Y tampoco parece que cualquiera que gane pueda alterar estas tendencias.