Las elecciones alemanas del 23 de febrero: punto de inflexión para Europa y el mundo
Opinión

Las elecciones alemanas del 23 de febrero: punto de inflexión para Europa y el mundo

El partido conservador liderado por Friedrich Merz es la fuerza dominante, el será el próximo canciller. Sorprende el ascenso imparable de la AfD de extrema derecha

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febrero 17, 2025
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Hace diez o quince años, nadie hubiera imaginado que el Partido Socialdemócrata (SPD), la formación de gigantes como Willy Brandt y Helmut Schmidt, sería superado por un partido de extrema derecha como la AfD (Alternativa para Alemania). Y, sin embargo, las encuestas indican que en las elecciones del próximo domingo, la AfD será la segunda fuerza política más votada en Alemania.

Las elecciones federales del 23 de febrero de 2025 marcan un momento crucial no solo para Alemania, sino para toda Europa y el mundo. Se trata de unos comicios anticipados, convocados tras la disolución del gobierno de coalición del “semáforo” (SPD-Verdes-Liberales), bajo el mando del canciller Olaf Scholz, luego de una moción de confianza fallida. El desenlace parece claro: la CDU/CSU, el partido conservador liderado por Friedrich Merz, se perfila como la fuerza dominante. No hay duda de que Merz será el próximo canciller.

Lo que sí sorprende es el ascenso imparable de la AfD.

Alternativa para Alemania ha experimentado un crecimiento espectacular en las encuestas, reflejando el descontento de amplios sectores del electorado con los partidos tradicionales. Su discurso nacionalista y antiinmigración ha calado hondo en una parte significativa de la población, explotando el malestar con la política migratoria y las tensiones socioeconómicas.

A pesar de que los principales partidos han descartado cualquier coalición con la AfD debido a su carácter extremista, su peso en el nuevo Parlamento será considerable. Y todo indica que seguirá en ascenso.

El impacto de actores externos en estas elecciones ha sido evidente. En las semanas turbulentas posteriores a la toma de posesión de Donald Trump en EE.UU., figuras como Elon Musk han intervenido sin tapujos en la política alemana, manifestando abiertamente su apoyo a la AfD. “Solo la AfD puede salvar a Alemania”, llegó a declarar en sus redes sociales.

Aún más llamativo fue el gesto del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, quien, en su visita a Múnich, ignoró al actual canciller Olaf Scholz y, en cambio, se reunió con Alice Weidel, la líder de la AfD. Un respaldo sin precedentes de parte de un alto funcionario republicano a un partido de extrema derecha en Alemania.

Con la CDU/CSU camino a una victoria previsible, la gran incógnita es qué tipo de coalición formará el nuevo gobierno. Una Gran Coalición con el SPD es una posibilidad, aunque las diferencias en temas como migración siguen siendo un obstáculo importante.

El resultado final dependerá de la suerte de los partidos más pequeños que buscan superar el umbral del 5 % necesario para ingresar al Parlamento, como el Partido Liberal (FDP), que podría desempeñar un papel clave en la formación del nuevo gobierno.

El nacionalismo alemán tiene raíces profundas, desde el romanticismo del siglo XIX hasta los movimientos extremistas que llevaron a Hitler al poder. Tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania trabajó arduamente para erradicar el nacionalismo radical y el antisemitismo, promoviendo valores democráticos e inclusivos en el marco de un nuevo orden mundial.

Sin embargo, el ascenso de la AfD representa una ruptura con este consenso histórico. Aunque el partido rechaza oficialmente el antisemitismo y las ideologías totalitarias, ha acogido en sus filas a miembros con posturas abiertamente revisionistas. Sus líderes han minimizado la culpa histórica de Alemania por el Holocausto y han defendido posiciones que han generado alarma en la comunidad judía.

Paradójicamente, en el contexto del conflicto en Medio Oriente, la AfD ha adoptado una postura marcadamente proisraelí, lo que ha generado tensiones internas dentro del partido. Mientras algunos sectores de la AfD mantienen una retórica clásica de ultraderecha con tintes antisemitas, otros han encontrado en el apoyo a Israel una forma de reforzar su discurso antiislámico y, en particular, antipalestino.

Esta contradicción es evidente en su retórica contra las comunidades musulmanas en Alemania, muchas de ellas de origen palestino. La AfD ha impulsado medidas restrictivas contra refugiados palestinos y ha demonizado las manifestaciones en apoyo a Palestina, al tiempo que promueve un discurso de “defensa de Occidente” que instrumentaliza la causa israelí para justificar políticas xenófobas.

El resultado de estas elecciones tendrá consecuencias que irán mucho más allá de Alemania.

Estabilidad económica: Alemania es la locomotora económica de Europa. Cualquier cambio político significativo podría afectar los mercados y los flujos comerciales internacionales.

Política climática: La transición energética alemana, un pilar clave en la lucha global contra el cambio climático, podría sufrir modificaciones, especialmente tras la presión ejercida por el gobierno de Trump para relajar regulaciones ambientales.

Democracia liberal: El fortalecimiento de movimientos populistas y nacionalistas en Alemania podría inspirar tendencias similares en otras regiones, acelerando el retroceso de la democracia liberal a nivel global. La mancha del extremismo de derecha en Europa crece.

Las elecciones del 23 de febrero no solo definirán el futuro político de Alemania, sino que también enviarán una señal al resto del mundo. La llegada de Merz a la cancillería parece inevitable, pero el verdadero tema de debate es el ascenso de la extrema derecha en un país con una historia marcada por los peligros del nacionalismo radical.

Mientras Europa y el mundo observan con atención, una pregunta persiste: ¿es este el inicio de una nueva era política en Alemania o un episodio transitorio en su democracia? ¿Veremos dentro de algunos años un canciller alemán de la AfD, como quisieran Trump y Musk, líderes que manifiestan su desprecio por el sistema democrático tal como lo conocemos?

La extrema derecha no está sola. La acompañan también movimientos de extrema izquierda que desprecian la democracia liberal. Tema de otro artículo.

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