En pasados días un reportaje hecho por el periodista peruano Guillermo Galdós, en el que se llamaba a “la ciudad más innovadora del mundo” “El burdel más grande del mundo”, despertó la irá mas no las alarmas de autoridades y habitantes de la capital industrial de Colombia.
Y como a todo señor todo honor, empecemos por aclarar que en ningún momento el periodista llamó así a la ciudad, él simplemente repitió lo que un colombiano una vez le dijo, “Si lo pones un techo a Medellín, éste sería el burdel más grande del mundo” [sic], lo cual es casi que costumbre del colombiano, rajar de la ciudad en la que no se vive; semanas después la periodista María Jimena Duzán, publicó una columna llamada ¿De qué Medellín hablamos?, en la que palabras más palabras menos, cometió el pecado de cuestionar a la ciudad y su administración.
La primera labor más que la segunda, despertó una indignación gigantesca en autoridades, funcionarios y ciudadanos, que inmediatamente, le recordaron al par de periodistas que fuimos reconocidas internacionalmente como “la ciudad más innovadora del mundo” y “la mejor ciudad para vivir de Latinoamérica”, e incluso algunas personas propusieron que se declarara persona “non grata” al señor Galdós, y a la señora Duzán le recordaron que lo de ella es rabia y envidia por no haber nacido, ni vivir en Medellín.
Y es que Medellín son dos ciudades en una, hay una Medellín de la que se saca pecho, por reconocimientos hechos por personas como Hillary Clinton, que ni siquiera la han pisado, una ciudad que llena de orgullo a sus autoridades que con estadísticas en mano, muestran los avances en tema de seguridad, inversión e innovación, una ciudad que vista desde los vagones del metro en horas no pico, sigue siendo esa tacita de plata que alguna vez fue la envidia de un país.
Pero hay otra ciudad a la que las autoridades y medellinenses orgullosos, no quieren mirar, y que cuando miran lo único que pueden decir es que “eso pasa en todas las ciudades del mundo”; hay una Medellín en la que transitar por la acera equivocada es sentencia de muerte, pues no se pueden cruzar las fronteras invisibles, una ciudad en la que quienes mandan son los pillos del combo, y no el señor Gaviria y las autoridades, una ciudad en la que el pan nuestro de cada día son las denuncias de robos en buses y en las calles, una ciudad en la que la mayoría de comerciantes y transportadores no deben, tienen que pagarle la vacuna a algún grupo delincuencial, so pena de ser asesinados o desplazados, una ciudad donde en el sector llamado “El sagrado corazón”, pero más conocido como “Barrio triste” y que queda a menos de cinco minutos de la alcaldía los comerciantes de la zona, están en manos de los combos, lo cual demuestra, en manos de quien está la ciudad.
Y para poner la cerecita al pastel, una ciudad en la que las jovencitas ya ni pueden decidir a quién le entregan su virginidad, porqué esta ya está vendida por algún combo, y ay donde chisten!, ay donde denuncien!, o en el más puro paisa, ay donde reviren!.
Que rico fuera despertarse un día y en vez de leer columnas de opinión exigiendo el respeto al nombre de la ciudad, leyéramos titulares en los que se nos de la buena noticia del desmantelamiento de un combo, del fin de las fronteras invisibles, de que ya los vendedores de minutos a celular del centro no tienen a quien pagarle vacunas, en verdad que rico fuera.
Para finalizar, quisiera preguntarle primero a los orgullosos de vivir en Medellín, ¿de qué le sirve a una familia amenazada ser la ciudad más innovadora del mundo?, ¿de qué le sirve a un padre de familia, cuya hija ya está “pistiada” por un combo, tener el metro más limpio de América?, luego quisiera preguntarle al señor Aníbal Gaviria, aunque sé que mi pregunta no será contestada ¿En qué barrio de la ciudad vive Hillary Clinton?, para poder destacar ella los “avances” de la ciudad.
