La reciente cumbre presidencial de los países de Suramérica, realizada a comienzos de junio en Brasilia por convocatoria del presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva, dejó más interrogantes que respuestas. Quedó la sensación de que en materia de integración se está recomenzando desde cero y que habrá que recorrer nuevamente el camino andado en los últimos 20 años.
La declaración adoptada en Brasilia es una suma de lugares comunes, de los que suelen incluirse en toda declaración de este tipo: la democracia, los derechos humanos, la justicia social, la pobreza, la lucha contra el crimen trasnacional, la promoción del comercio y las inversiones y muchos más que constituyen una lista que se repite y se repite en este tipo de encuentros.
Cada presidente puso su granito de arena, con los temas que le interesan, y desde el punto de vista práctico se creó una comisión de cancilleres para elaborar una hoja de ruta sobre la integración, que deberá ser tema para una futura reunión presidencial, a la cual no se le puso fecha.
No hubo acuerdo sobre resucitar Unasur, creada en 2008 por iniciativa de Chávez y Lula y paralizada desde 2018. En la actualidad solo tiene cuatro miembros, Bolivia, Surinam, Guyana y Venezuela, de los doce países de Suramérica, lo cual la volvió irrelevante y con poca capacidad de convocatoria. En su etapa inicial, Unasur logró avanzar en acuerdos sobre múltiples temas, pero la sepultó la llegada al gobierno de presidentes conservadores.
Tampoco en la cumbre de Brasilia se tocó el tema de la Celac, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que celebró recientemente una cumbre y se apresta a hacer otra con la Unión Europea. El único que se refirió elogiosamente a ella fue Lula da Silva.
Tampoco se habló de los tratados de libre comercio vigentes o en negociación que tanto han marcado la realidad de la región
Lógicamente, tampoco se habló de los tratados de libre comercio vigentes o en negociación que tanto han marcado la realidad de la región. El Mercosur negocia con la Unión Europea y varios países andinos han suscrito TLC con Estados Unidos, pero el ímpetu de este tipo de tratados se ha perdido, ya que el último firmado por la potencia del Norte fue el suscrito en 2014 con Corea del Sur.
Aunque algunos han vuelto a promoverla, la Celac no es un acuerdo de integración sino un mecanismo de diálogo político, con muy poco desarrollo institucional. Si ya Suramérica es tan heterogénea, cuánto más el resto del Continente.
La última cumbre presidencial suramericana se remonta a 2014 dentro del marco de Unasur y en esa ocasión las diferencias fueron notables. El presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, prácticamente vetó a Nicolás Maduro, pidió no crear más organizaciones y señaló sus críticas al Mercosur, pues son conocidas sus intenciones, en contra de la opinión de sus socios, de suscribir un tratado de libre comercio con China. Gabriel Boric, de Chile, hizo énfasis en la importancia de la integración cultural, las migraciones y el cambio climático, pero también se refirió duramente al gobierno de Venezuela, aunque llamó a que Europa y EU le levantaran las sanciones.
Aunque Dina Boluarte de Perú no asistió, sí lo hizo el presidente de su Consejo de Ministros, con una gris participación, pero la actual mandataria, reconocida por unos e impugnada por otros, permitió por las mismas fechas, casi como desafío a la integración suramericana, la presencia más de mil militares estadounidenses en Perú para entrenar a las fuerzas armadas. Lo hizo dentro del marco del ejercicio Resolute Sentinel 2023,organizado por el Comando Sur y en el que participarán también Colombia, Chile, Brasil, Ecuador, Uruguay, Panamá y Reino Unido. Petro le mantiene a Colombia el estatus de aliado especial de Estados Unidos en el marco de la OTAN y con ello ataca de raíz el principio de defensa de la soberanía que le sirvió de impronta a Unasur en sus orígenes.
No podían faltar los nuevos temas. Lula enunció varios, tales como la identidad sudamericana en el ámbito monetario y los proyectos de alto impacto para la integración física y digital.
Maduro, que había sido marginado y satanizado, llegó a la reunión de la mano de Lula, quien consideró la satanización como una simple narrativa, afirmación que no les cayó bien a algunos presidentes y más cuando los hilos diplomáticos, sobre todo los de Estados Unidos, presionan la convocatoria a elecciones para 2024. Además, la economía venezolana muestra una cierta recuperación y el petróleo se valoriza como arma geoestratégica a escala planetaria.
Gustavo Petro anunció que Colombia se reintegraría a la convaleciente Unasur y logró que en la declaración se incluyera una frase sobre el posible canje de deuda por acción climática, un tema que en la región solamente tiene el antecedente de Ecuador y ha sido considerado allí una estafa por las organizaciones sociales. La idea de que la dupla Petro-Joe Biden lideraría la lucha por la democracia y contra el cambio climático en el Continente ni siquiera se planteó. Seguramente hubiera sido respondida con chiflidos.
Tampoco se hizo referencia a la Alianza del Pacifico, en esencia un TLC de Chile, Perú y México con EU y que se convierte en una espina contra una eventual integración latinoamericana.
Las referencias al contexto internacional son ambiguas y protocolarias, pues en Suramérica, ante la creciente tensión mundial y el real peligro de guerra, incluso nuclear, hay posiciones muy dispares, que van desde el alineamiento de algunos países con Rusia, como sucede con Maduro y Luis Arce, el presidente de Bolivia, hasta la posición a favor de la OTAN de Lasso, Petro y Boric, pasando por la neutralidad benévola con Rusia que muestra Lula. Era lógicamente imposible lograr una definición al respecto, pero ni siquiera se logró una posición de promoción de la paz, el no alineamiento o la neutralidad.
Salvo por el hecho de sentarse a manteles juntos y poner sobre la mesa las diversas opiniones, no hubo nada nuevo en el Consenso de Brasilia.