Ni estoy en la capacidad —y mucho menos es mi propósito— de escribir reglas universales y unívocas, no obstante, en mi condición de observador y creyente del grafiti, he concluido que basta con intercambiar una “razonable” cantidad de información con cualquier tipo de persona, para provocar un cambio de perspectiva frente a esta práctica.
Este cambio no necesariamente se presenta en términos estéticos o de gustos (un desgaste innecesario), sino más bien en la oportunidad para que el otro —al menos, contemple— el sentido y sensatez de las justificaciones morales y prácticas del grafiti y reconozca la importancia de las reivindicaciones, desde la noción de individuo, en la construcción visual y gráfica de la ciudad.
La tesis: la información sobre el grafiti cambia la percepción sobre el grafiti. Dejarse conmover y ser sensible, es la mejor forma de aprender a ver. Este es un ejercicio de comprobación. Diez mentiras a medias:.
- El grafiti es algo nuevo: Para muchas personas el grafiti es algo reciente, fruto de las nuevas relaciones que la ciudad contemporánea propone. Sin embargo, los orígenes modernos del grafiti —para no irnos a las cuevas de la prehistoria— suponen una ubicación histórica a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, lo que implica que la práctica tiene al menos, 50 años. Nada joven para una expresión artística, y nada despreciable, por aún mantenerse vigente y ser, según Tristán Manco —uno de los más icónicos conocedores de grafiti del mundo—, la manifestación de arte más importante de la ciudad contemporánea.
- El grafitero y el policía son enemigos: A pesar de ser el más tradicional —y predecible— de los antagonismos, hoy, y en parte gracias a la regulación expedida por Clara López (decreto 75 de 2013 y confirmada por Gustavo Petro (decreto 529 de 2015), y por supuesto, a la memoria fresca del abuso policial en el pasado, la confrontación grafitero policía ha bajado de intensidad. Claves fueron la eliminación de sanciones que privaban de la libertad del grafitero y la comprensión de la práctica como un fenómeno cultural relevante en la construcción de ciudad. La vida y la libertad como principios de la relación policía-grafitero.
- El grafiti es solo pintura: Aunque la pintura y el espray son las herramientas hegemónicas en la práctica, la creatividad y urgencias de los artistas y las mismas conversaciones que provoca la intervención del espacio público, han puesto en escena viejas herramientas publicitarias y de comunicación como los stickers y los afiches, y también nuevas, como los baldosines, la lana, los desechos, las proyecciones de luz, entre otras. Incluso hay una forma de grafiti que se construye limpiando: el reverse grafiti. Las calles bogotanas, un ejemplo de múltiples formatos.
- El grafiti es de “izquierda”: No obstante, históricamente, las movilizaciones y organizaciones de izquierda han sido simpatizantes del grafiti como medio útil de comunicación, la práctica del grafiti no puede circunscribirse a una filiación política particular y aunque el gesto de la intervención en espacio público, es un acto político en esencia, no concluye ni se limita, a la reivindicación puntual de derechos o a la denuncia. (En el período 2006-2009 hubo bastante grafiti en defensa de Álvaro Uribe Vélez). Otra cosa es el aprovechamiento que muchos políticos hábiles hacen de las manifestaciones del grafiti como parte —forzada— de sus discursos. La libre circulación de ideas en la calle no debe detenerse.
- El grafiti es un mamarracho sin sentido: Parte de las molestias que causa el grafiti en la ciudadanía es la aproximación de muchos a las expresiones básicas y numerosas del grafiti (firmas o tags), como mamarrachos sin sentido u orientación. Estas firmas hacen parte de unos referentes visuales que se llevan construyendo por más de, al menos, cinco décadas en el mundo y que incluyen formas celebradas de arte contemporáneo como el expresionismo abstracto. Imaginen borrar todos los libros de una biblioteca solo porque la mayoría no los entiende o no le gustan o haber desechado la obra de Picasso por no cumplir los cánones de la pintura del renacimiento.
- Las penas más altas y sanciones más drásticas traen menos grafiti: Algunas teorías, algunas puesta en práctica, han sostenido que equiparar el grafiti al crimen y perseguirlo con vehemencia disminuye la cantidad de grafiti en la ciudad (teoría de las Ventanas Rotas). Nuevos estudios y aproximaciones han descubierto la inutilidad del aumento de penas en poblaciones juveniles, como las que forman el grafiti. (ejemplo J-RIP, Juvenile Intervention Program en el barrio de Brownsville en Brooklyn) Dichos aumentos de penas, se han convertido en nuevos incentivos para los jóvenes. Mayor peligro, mayor reputación y de paso pérdida de legitimación de la ley (su base moral). De otra parte, reconocidos y reputados textos como Freakonomics han descartado la persecución policial del grafiti y los crímenes menores como factor causal de la disminución del crimen en la ciudad de Nueva York en los 80. Una mentira que mucho creador de política pública, tragó entera.
- El grafiti trae inseguridad por ubicarse en zonas inseguras: Desde la misma escenografía del cine popular hasta ciertas teorías criminalísticas, han buscado generar un vínculo entre los territorios inseguros de la ciudad y el grafiti. El grafiti no trae inseguridad, lo que sucede es que una de las reglas silenciosas de la práctica, y como reconocimiento a la historia y sus antecedentes, incluye pintar los guetos o zonas peligrosas; el grafiti no causa el crimen, simplemente el crimen le propone un contexto geográfico y narrativo. Un reto. Hacerse real. Muchas veces el grafiti es el que transforma el gueto en un nuevo atractivo de la ciudad: Wynwood, Miami.
- El grafiti tiene voceros y representantes: Las autoridades han creído que con hacer convocatorias a un par de personas se logra una representación efectiva de la comunidad. A pesar de ser una comunidad con ciertas relaciones de cercanía y una comunicación fluida, el grafiti como tal, no tiene voceros o representantes, a pesar de que existan personajes icónicos y respetados en la práctica, son tantas las razones y las motivaciones para intervenir la calle que sería ingenuo pensar que un solo artista puede comprender y representar toda la práctica. La participación activa es vital en los procesos de creación de políticas públicas. Muchos es más en las mesas de grafiti.
- El grafiti no tiene ventajas económicas: Para muchos el grafitero es un vago que no tiene nada mejor que hacer. Desde 1973, en Nueva York, el grafiti se convirtió en un oficio digno de ser remunerado (ver el ejemplo de la United Graffiti Artists). Hoy en día un puñado de artistas, cultivados en las calles de Bogotá, viven del grafiti, ya sea en su trabajo como creadores de obras artísticas o participando de campañas de resignificación de espacios para distintas instituciones públicas, marcas y empresas. Barrios enteros han generado cambios de su imaginario gracias al trabajo de artistas, que al pintar grafitis de gran formato han generado desarrollos económicos comunitarios interesantes (Getsemaní, Cartagena).
- Peñalosa establecerá multas para la práctica ilegal del grafiti: Mucho se ha dicho sobre la mano dura de la nueva administración frente al grafiti. Nada ha sucedido —al momento de escribir este texto—. Las sanciones y multas vienen de las mismas regulaciones de Clara López y Petro que se mencionaron y que buscaron una práctica más responsable del grafiti. Amanecerá y veremos, ojalá con comprensión, promoción e industrialización, esta administración pueda concebir las oportunidades económicas, sociales, humanas y urbanísticas que trae esta práctica. Ya hay al menos tres experiencias turísticas basadas en el grafiti en Bogotá.
Diez argumentos más para las nuevas discusiones que ojalá se avecinen y multipliquen. Los invito a tomar parte. Esta pacífica y especial confrontación de las opiniones diversas que trae el grafiti, también es suya.
@CamiloFidel