Diez familias campesinas sobreviven como empresas familiares rentables y ecológicas en medio de las extensas llanuras de Puerto López en el Meta. En la parcelación Las Leonas, Ninfa Daza tiene 73 productos en 3 hectáreas. Ella se levanta todos los días a trabajar con sus hijos y su esposo, no únicamente para alimentarse de lo que les da tierra sino para despachar sus productos hacia los mercados de Villavicencio y Bogotá. Son cuatro las parcelaciones donde estos y otro campesinos organizados crearon un paisaje biodiverso en el que no solamente brota la yuca, plátano y mango sino 132 especies vegetales. Los ingresos por hectárea que dejan las fincas Las Delicias, El Rodeo, Las Leonas y Los Caballeros, son 3,7 veces más de que lo que les podría dejar el arriendo de la misma a los agroindustriales que cultivan la soya y el maíz en la zona.
Estos campesinos hicieron de la agricultura su proyecto de vida, de la tierra su patrimonio y de su núcleo familiar su mano de obra. Ellos producen la mayor diversidad de alimentos para no tener que comprarlos y venden lo que les queda en los mercados locales. Intercambian semillas por leche, y abonos por plántulas. Al día producen entre 60 y 120 mil pesos en sus parcelas más de lo que ganarían si se dedicaran a vender su fuerza de trabajo como jornal.
Estos campesinos desarrollaron estrategias de producción basadas en la solidaridad entre vecinos y en la disponibilidad de los recursos. Ellos deciden que producen y lo hacen con una amplia diversidad para enfrentar los riesgos del mercado. Las mujeres convencieron a los hombres de la importancia de la variedad de vegetales y animales y así fueron construyeron ecosistemas armónicos acorde a la dinámica ecológica de la Altillanura.
Los investigadores Jaime Forero Álvarez, Claudia Sofía Rodríguez, Andrea León Parra, Laidy Johana Martin, Constanza Yunda y María De Vargas demostraron en el estudio “La viabilidad de la agricultura familiar en la altillanura colombiana” (link al informe) que en la Altillanura la agricultura familiar es una opción. Una alternativa para los campesinos incluso más rentable que poner su mano de obra en la producción agroindustrial, en los monocultivos de palma y las grandes extensiones de ganadería que han llevado a la recomposición de los ecosistemas y han generado impactos negativos para el medio ambiente.
El estudio no busca desconocer la participación de la agroindustria en la altillanura sino acentuar la necesidad de que convivan ambas formas de producción agrícola, que los campesinos se beneficien de la presencia empresarial y los grandes empresarios reconozcan la capacidad de innovación, adaptabilidad y creatividad de la agricultura familiar. Es la posibilidad de buscar alianzas entre los grandes cultivadores de productos como el arroz y la caña para que los campesinos pueden seguir siendo agricultores, y no simples arrendatarios de la tierra como proponen los empresarios de monocultivos.
La propuesta es lograr un reordenamiento de las 25 millones de hectáreas que están en manos de las empresas que han consolidado propiedades que originalmente eran Unidades agrícolas familiares de tal formar que permitan que los campesinos puedan tener acceso al agua, a las vías de acceso, a la tecnología y eventualmente a cadenas de comercialización para que la región toda se beneficie de las grandes inversiones. Las diez empresas agrícolas familiares han mostrado un camino para que en la Altillanura convivan grandes, medianos y pequeños sin violencia ni atropellos como debería ocurrir en toda la Colombia rural.