El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, presentó el informe "Un mundo de deuda: Un peso creciente para la prosperidad mundial" donde muestra cómo la deuda pública mundial alcanzó un máximo histórico, afectando especialmente a los países más pobres que son obligados por el sistema económico perverso a endeudarse a tasas más altas, al punto de que para 2022, cerca de 3.300 millones de personas vivían en países que destinan más recursos para pagar los intereses de las deudas adquiridas que para cubrir temas básicos como salud o educación.
Colombia no es ajena a este fenómeno, que autores como Andrew Ross, catedrático de Análisis Social y Cultural de la Universidad de Nueva York, han resumido como la “creditocracia”: un mundo donde países y personas se ven forzados a pedir dinero prestado para satisfacer sus necesidades básicas a tasas de interés absurdas diseñadas para que el sector financiero obtenga beneficios a costa de mantener a naciones y ciudadanos endeudados la mayor cantidad de tiempo posible.
El estudio muestra cómo mientras para los países desarrollados los intereses a pagar bordean el 1.5% del PIB, para países como Colombia esos intereses son superiores al 4.1%. En otras palabras, es más costoso para Colombia endeudarse llevando a invertir más en pago de la deuda y menos en bienes y servicios para la ciudadanía. Por ejemplo, para el 2023, Colombia destinó 42 billones de pesos para pagar solo los intereses de la deuda soberana (2 reformas tributarias de las aprobadas por el gobierno Petro).
Se trata de un sistema diseñado para enriquecer a unos pocos miles en el mundo a costa de las mayorías que ven cómo sus gobiernos se convierten en simples cobradores de deudas en nombre de bancos extranjeros y que convierte a ciudadanos en una forma particular de homos oeconomicus, el “hombre endeudado”.
La creciente influencia del capital financiero que ha venido reemplazando la producción como fuente de ganancia es la principal alarma mundial y plantea debates sobre qué deben hacer los gobiernos que se hacen elegir como alternativos, pero que reducen sus mandatos a reformas sociales sin cambios estructurales. Y sobre estos aspectos ya se han planteado salidas que son necesarias aplicar como procesos de renegociación de la deuda que incluyan acuerdos multilaterales (países deudores actuando en bloque), exigencias de tasas de interés a valores cercanos a 0, movilización ciudadana y empoderamiento exigiendo acciones por parte de los gobiernos y negación de condicionamiento a la adquisición de recursos que hoy imponen no sólo tasas de interés absurdas, sino que además condicionan préstamos a procesos de privatización, reestructuración de las democracias e incluso a la adquisición de bienes y servicios del país acreedor.
A nivel individual, ciudadano, las acciones son también colectivas: recurramos nuevamente a las actividades comunitarias para la adquisición de bienes, busquemos iniciativas conjuntas que reduzcan el acceso a créditos leoninos con intereses diseñados para mantenernos dependientes. La solidaridad es la fuerza creadora de nuevas relaciones que le dan primacía a vivir bien, por encima de la lógica agiotista que ya Karl Marx explicaba hace 150 años como una de las palancas más potentes de acumulación originaría que configura la moderna bancocracia mientras mantiene a pueblos enteros en la miseria.