Las cuentas claras y el chocolate espeso
Opinión

Las cuentas claras y el chocolate espeso

Por:
abril 12, 2014
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Nos relata la historia o los chismes de barrio que por allá cuando había tranvías un pobre señor estaba aburridísimo de los cachos que le ponía su pareja. El hombre burlado andaba cabizbajo y con inmensas ganas de acabar con el mundo. Hasta que llegó el día D., que llega de la calle a horas impuntuales y los cogió in fraganti en estado pecaminoso, ella y otro, desvergonzadamente desnudos y contentos sobre el sofá de terciopelo verde.

Al día siguiente, armado de valor y coraje, nuestro hombre acudió a la prendería más cercana y vendió el sofá.

Eso ocurre cuando no se dicen las cosas claras, que se vende el sofá en vez de poner los puntos sobre las íes, como cuando en 1994 nadie menciona la palabra “genocidio” para referirse a  lo que iba ocurriendo en Ruanda. Ochocientos mil asesinados en tres meses a machete y nadie dijo “genocidio”, y ante la ausencia de la palabra mágica las Naciones Unidas hace como si nada hubiera oído y obviamente nadie actúa.

Aquí no nos quedamos atrás. A los asesinatos de Estado los llamamos falsos positivos, un juego de palabras que solo hace esconder una verdad. Y eso que nos preciamos de hablar el mejor español o castellano del universo, como que nuestra lengua es riquísima y la forma de expresarnos está llena de modismos y sutilezas, Que hablamos la mejor lengua de Cervantes decimos que dicen en Perú y Madrid,  y como que en el sur de California hay escuelas para aprender el colombiano. No el español o castellano, no. El colombiano. Y predicen los especialistas en asuntos lingüísticos que el colombiano será en 2027 una lengua con más colombiahablantes que el mismo mandarín.

Nos lo creemos y sacamos a relucir banderas tricolores y difícilmente caemos en cuenta que no sabemos hablar español, que le damos a las palabras significados que no les corresponden y que si le dieron el Nobel a Gabo fue por una excepción que no confirma ninguna regla. Denominar “falso positivo” a un asesinato es simplemente una aberración ilógica.

Preferimos vender el sofá del pecado antes que enfrentarnos a la verdad.

Como cuando se habla de las mafias de políticos y empresarios que tienen como único fin robar la plata pública. Tal vez para no ofender a los implicados decimos tímidamente que nos encontramos ante un “carrusel de la contratación”. Así nadie entiende y a nadie se ofende. Así todo suena como más circense, con bailes y saltos, chistes flojos y algún que otro payaso y en ese carrusel mágico nadie se da cuenta cómo desaparece la plata.

Las cuentas claras y el chocolate espeso parece que dicen en los pueblos. O al pan pan y al vino vino. Qué bonito sería que las cosas fueran dichas como son, con sus nombres propios y sin lugar a equívocos.

Yo estudié Derecho, y a pesar de lo etéreo de los abogados con sus inquietas miradas, sí hay que decir que las leyes son claras. Y más claras aun son las leyes penales. Al que matan lo llaman homicida y si lo hace con sevicia y malas mañas será asesino. Así de explicita es la ley penal.  Ahora bien, que cuelguen o fusilen o encarcelen al homicida o asesino ya es asunto de otro costal.

Falsos positivos, carruseles de la contratación y otros tantos términos de menor calibre son parte de la jerga colombiana que reemplaza verdades que aterran.

Y en un país caribeño como el nuestro, lleno de música y colores, mujeres bellas y climas diversos, alguien tenía que inventarse una palabra que reemplace cosas tan ásperas como peculado o concusión, y sepa envolver a la vez  el prevaricato con el cohecho, sin que queden por fuera la tibia celebración indebida de contratos o el simple e inocente tráficode influencias. Parece difícil traer en una sola palabra cosas tan feas como las mencionadas.

Pero estamos en Colombia, el país de los imposibles, y es el mismo gobierno a través de uno de sus ministros que nos dice jocosamente que qué feo pronunciar aquellas palabras cuando se hable de actos gubernamentales. Nos dice que cuando el mismo gobierno le entregue mil millones al gobernador para que este haga (?) un pozo de agua potable o un hospital o una carretera o siquiera el aula de una escuela (jajaja), hagamos de cuenta que solo se trata de una gran y tierna tostada de pan a la cual generosamente le untamos mermelada. Y así, los hombres públicos extienden sus tostadas y el gobierno, dadivoso como nadie en épocas electorales, las unta con rica mermelada.

Mermelada:dulce palabra.

Confiemos en no ver pronto sentencias de este tenor: “Condenado el hombre público por mermelada.”

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