“La cultura no es gratis” es tal vez uno de los enunciados más importantes de ese reflexivo y —a la vez— lúdico texto que con apoyo del BID escribieron Felipe Buitrago e Iván Duque y que fue bautizado con mucha precisión —y no pocos argumentos— con el título de La Economía Naranja.
Para los autores, la Economía Naranja no es otra cosa que una nueva aproximación —desde la economía y las políticas públicas— a las denominadas economías creativas y culturales, las cuales han motivado calurosos debates, que incluyen a Mario Vargas Llosa y su conservadora, pero voraz, crítica en La Civilización del Espectáculo, y sobre todo han fijado en la agenda pública y privada, la necesidad de comprender el potencial humano y social, de las distintas ramas de esta industria, que hoy por hoy representa la cuarta economía del mundo y su cuarta fuerza laboral.
Tal y como es mencionado en La Economía Naranja, uno de los impedimentos que tiene el crecimiento de la industria creativa en Colombia y Latinoamérica, es la existencia de un límite externo, que desprecia la labor y práctica creativa y artística como oficio o profesión y que le niega el derecho a concebirse como tal y como consecuencia, a recibir una remuneración justa.
No obstante, quisiera sumar a la discusión, que este límite externo no funcionaría sin el apoyo energizante e irrestricto de un terrible y efectivo límite interno: las cuentas alegres del artista y que se manifiesta en el daño que se causa a él mismo al fijar el valor de su trabajo en el momento de cobrar.
Esta incapacidad incluye: i) una absoluta desconsideración con los costos que representaron, en tiempo y/o dinero, la formación del artista, ya sea en una universidad o taller o en la recurrente práctica callejera. ii) una innecesaria subordinación del valor cobrado, al costo real de los materiales con los que se ejecutó la obra y/o al tiempo aproximado o real de ejecución: el “me costó esto, me demoré esto, es esto”, y por último; iii) una quinceañera ingenuidad por creer en las promesas públicas y privadas de difusión y publicidad de la obra y del artista, algo así como: “no te pagamos o te pagamos poco, porque que tu nombre aparezca al lado de mi marca/proyecto/institución de por si, es una ganancia considerable”.
Un ejemplo dramático, espero no profético en otras áreas creativas, se refleja en la absoluta depredación y casi servilismo con los que hoy en día, se prestan los servicios de diseño gráfico (hace poco vi un grafiti que promovía páginas web por 200.000 pesos), consecuencia del incalculable error de, primero, no haber sabido cobrar y segundo, haber permitido que el sádico mercado del precio más bajo, fijara el valor de su trabajo.
Por eso, señor artista, si le cuesta cobrar por su trabajo o las urgencias del día a día menoscaban su poder de negociación, le recomiendo que recuerde que anualmente La Economía Naranja le inyecta a la economía mundial 2,2 billones (millones de millones) de dólares, y representa la tercera economía más grande de Las Américas, razón de sobra para reconsiderar el valor que le está asignando a su trabajo y desterrar —para siempre— la nefasta y común idea de que por la creatividad, el arte y la cultura, la gente no paga.
(Todas las cifras de esta columna provienen del texto La Economía Naranja).
@CamiloFidel