¡Las cuchas y su coraje contra la impunidad!

¡Las cuchas y su coraje contra la impunidad!

Los recién anunciados hallazgos en La Escombrera son producto de la valentía de miles de cuchas que no han dejado de exigir verdad, justicia y memoria

Por: Piedad Ortega Valencia
enero 31, 2025
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¡Las cuchas y su coraje contra la impunidad!

Las Cuchas en este país y en toda América Latina son las abuelas y madres quienes han sido vulneradas en sus derechos. Quienes han sido sometidas a vejámenes de todo tipo, desde la violencia que produce la indiferencia y el desprecio, hasta la violencia estructural de la impunidad.

Son las abuelas y madres de la Plaza de Mayo en Argentina, en Chile, en Uruguay, en Brasil. En Colombia, son las madres de la Candelaria, las madres de Soacha, las madres de Catatumbo y de los ríos Cauca, Nechí, Magdalena. Las madres de MOVICE y de ASFADDES. Las madres de las 6.402 ejecuciones extrajudiciales. Son las madres de la zona conocida como la Escombrera en la ciudad de Medellín, una fosa común a cielo abierto, donde se botan los escombros de las grandes constructoras de la ciudad, y allí, ellas, entre estas areneras buscan incesantemente a sus hijos e hijas desaparecidos (as) por agentes del Estado en connivencia con criminales del paramilitarismo.

El 16 de octubre se dio inicio a la Operación Orión. Desde esta fecha, las Cuchas buscan huesos, dientes, relicarios, pedazos de cuerpos que les devuelva la tranquilidad de poder reconocer y abrigar a sus hijos en la ternura de unas manos que ya no soportan más acariciar tanta ausencia.

Escombros, piedras, cemento, fosas, sangre como pegamento, salivas de olvidos, gritos de camisas, pantalones, medias y zapatos enterrados y desaparecidos. Imágenes de la infamia.

A las Cuchas, las han llamado locas. Locas por exigir verdad, justicia y memoria sobre los responsables de estos crímenes. Locas por hacer resistencia al olvido. Locas por denunciar una y otra vez que fue allí a la escombrera donde fueron llevados sus hijos vivos. Locas por seguirlos buscando, haciendo ruido con sus sonajeros de nostalgias.

Las Cuchas son las víctimas de la violencia de estado, quienes llevan sus vestidos raídos por la desesperación y el insomnio. Son las Cuchas asediadas por todas las formas de la represión estatal y para estatal. Ninguneadas por el sistema de justicia que las ha sometido a una impunidad estructural.

Esta violencia de la impunidad orquestada por las entidades del estado, sigue permitiendo la instalación de una pedagogía de la crueldad. Segato (2018) hace referencia a esta pedagogía como todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. En ese sentido, esta pedagogía enseña algo que va mucho más allá del matar, enseña a matar de una muerte desritualizada, de una muerte que deja apenas residuos en el lugar del difunto” (pág. 13).

Pedagogía de la crueldad que ha silenciado procesos y criminalizado acciones de identidades políticas, étnicas, sociales, culturales, de género, sexuales y generacionales. Muchos rostros sin nombre, muchos nombres sin vida, dibujan, retratan y representan un país que no cesa de exigir el derecho a la memoria y a la justicia.

Ellas, las Cuchas, viven entre diásporas de una misma ciudad que las expulsa constantemente. Ellas, llevan en sus equipajes sus amontonadas humillaciones y en un resquicio de sus maletas se esconde el canto persistente e insistente del cirirí de la resistencia.

Las pérdidas de vidas son irreparables. Sus efectos dejan lesiones profundas encarnadas en duelos y traumas que necesitan de un sostén afectivo y psicosocial y de la reparación plena e integral para poder tramitar las lesiones de la violencia que produce la impunidad.

De ahí que nada podrá cicatrizar sus heridas de tanto sufrimiento acumulado, si no están sus hijos con ellas. Por ello, aquí están y seguirán estando las Cuchas en la conciencia de generaciones de activistas y militantes políticos, artistas, emprendedores de la memoria, maestros y educadores populares. Las abrazamos con nuestras palabras y cantos, con nuestros grafitis llenos de gritos, con campanas, timbres, acordeones y marimbas. Las abrazamos indignados como luciérnagas en un resplandor colectivo.

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