¡Vaya semana! ¡Vaya mes! ¡Vaya país! Escribo esta columna el miércoles 10 de agosto de 2016. Mientras tanto, en varias ciudades un gran número de personas marchan en defensa de lo que consideran “la familia tradicional”. En Sao Paulo una deslucida y desorganizada Selección Colombia de Fútbol le gana a Nigeria y obtiene un cupo para los cuartos de final de los Olímpicos (en los que ya hemos besado el oro y la plata). En Turbo, Antioquia, siguen las deportaciones de inmigrantes ilegales a Cuba y países vecinos. En el sur del país miembros del Gobierno Nacional, de las Farc y de la Comisión Internacional de Verificación de la ONU recorren una de las 31 Zonas de Concentración donde, después de más de medio siglo de guerra, esta guerrilla entregará las armas y empezará su tránsito final a la legalidad. Todos los días de la semana se barajan, desarrollan, analizan y publican encuestas sobre la intención de voto del plebiscito en el que votaremos el Sí o No a los acuerdos que permitirán la terminación del conflicto armado. Los partidarios de cada posición, expresidentes de la República algunos, se enfrentan, se señalan, se insultan, se fracturan y se distancian. Como dicen por ahí “un bongao”.
Colombia ha sido un territorio “animado”, movido, de tensiones y confrontaciones. La frase manida que afirma que acá pasan más cosas en un día o en una semana que en otros países en décadas, tiene mucho de verdad. El tema, sin embargo, no es si pasan cosas o no, sino qué es lo que pasa y por qué. A mi, personalmente, me gustaría que pasaran muchas menos (ninguna), si esas “cosas” son escándalos de corrupción, presencia y actividad de organizaciones criminales; hechos victimizantes relacionados con el conflicto armado; muertes de niños por desnutrición o causadas por el muy privado sistema público de salud.
El caso de las cartillas del Ministerio de Educación,
aparente detonante de las marchas,
es una muestra de “cosas” que se entrecruzan, y se mueven rápidamente
El caso de las cartillas del Ministerio de Educación, aparente detonante de las marchas de hoy, es una muestra, muy colombiana, de “cosas” que se entrecruzan, se mezclan y se mueven rápidamente. Matoneo, suicidio, sentencias judiciales, errores administrativos, intereses políticos, exclusión, discriminación, añoranza de un país pasado, miedo y desconfianza son algunos de los elementos que componen esta receta que por lo visto tiene por delante muchos días de cocción y que no es propiamente un “cosa” por la cual sentirnos orgullosos.
La orden dada por la Corte Constitucional al Ministerio de Educación para que revisara los Manuales de Convivencia de los colegios con el fin de evitar el patrocinio (voluntario o no) o se ignorara el matoneo, (por diferentes razones, incluyendo la condición sexual), al igual que las disposiciones realizadas con este propósito, generó acciones y reacciones por parte de una multiplicidad de actores que sintieron vulnerados sus proyectos de sociedad.
Las Cartillas, que sí existen y que deben ser reconocidas por el ministerio sin bemoles, están dirigidas a rectores y docentes y contienen un análisis “conceptual y teórico de aspectos esenciales que construyen la sexualidad autónoma y libre en el contexto educativo”. Al leerlas, se observa un lenguaje y tono académicos y queda claro que su propósito es llevar a las instituciones educativas reflexiones, preguntas y retos pertinentes y, en mi opinión, necesarios en un espacio de formación y en un contexto como el actual.
La reacción de cierto sector frente al cumplimiento de una sentencia judicial ha sido violenta e inmisericorde. A la ministra Gina Parody se le ha insultado con alevosía; se ha hecho referencia a su condición sexual (abierta y orgullosa, a diferencia de muchos otros políticos y líderes de opinión) de manera discriminatoria y destructiva y, como si esto no fuera poco, circulan por redes sociales falsas cartillas con ilustraciones pornográficas, con el fin de hacerlas pasar por las comisionadas por el ministerio. Hoy, miles de compatriotas, que no se han leído ni la sentencia de la Corte ni las cartillas, salieron a marchar para pedir su renuncia, en algunos casos, con inaceptables expresiones de odio y grosería. En este país, que ha tenido tantos funcionarios cuestionados e inhabilitados por corrupción; tantos políticos enredados con los grupos armados ilegales y hasta servidores y agentes estatales condenados por asesinatos y masacres, da lástima y rabia que se vuelque un odio de esta magnitud y se reserven las movilizaciones multitudinarias para una Ministra, honesta y trabajadora (con la que puede uno tener diferencias, obviamente). Algo no funciona bien en nuestra sociedad.
No creo que discutir sobre la sexualidad y el género le haga daño a nadie. No creo que proponer preguntas a rectores y docentes, quienes viven o deben vivir de hacer preguntas, sea una imposición de nadie ni apunte a una dictadura. No creo, finalmente, que el Estado tenga como objetivo defender la visión tradicional o alternativa de la familia o la política o la cultura. El Estado tiene la obligación de defender, promover y exigir los derechos y deberes de nuestra Constitución Política para que cada cual escoja, dentro de los límites de esa misma Constitución, su proyecto de vida y su felicidad. Ojalá en este país no pasara nada más que eso.