A 21 años de su demencial asesinato es justo y pertinente recordar al gran demócrata y poderoso intelectual Álvaro Gómez Hurtado. En 1990 y 91, mientras buena parte de su partido descalificaba el proceso constituyente como un ataque a la institucionalidad, el hijo del “monstruo” supo entender el momento, sus retos y oportunidades y con grandeza y valor lideró la construcción de una nueva Constitución para una nueva Colombia. Lo hizo de la mano de sus contendores políticos de siempre, pero fue mucho más allá y compartió la presidencia de la Asamblea Constituyente con quienes fueron enemigos de la institucionalidad desde las armas, responsables de la toma del Palacio de Justicia y, unos años antes, sus propios secuestradores. El trabajo de la mano de la AD-M19 fue un acto de grandeza, responsabilidad y humildad que lo situó por encima de la gran mayoría de los políticos colombianos de su tiempo (y de este).
El insistente llamado de Álvaro Gómez a trabajar y lograr un “acuerdo sobre lo fundamental” está más vigente hoy que nunca. No solo en la necesidad de acabar el conflicto y volver al enemigo armado en contendor político sino en la urgente revisión de nuestra institucionalidad y de la búsqueda de su efectividad y legitimidad. Desde las curules que ocupó, desde las embajadas, desde el salón de clase y con gran contundencia desde los editoriales y columnas de opinión, el dirigente conservador criticó duramente las actuaciones de funcionarios o los excesos institucionales que debilitaban el poder público. La lucha contra la corrupción y la necesidad de fortalecer la representación política y el aparato judicial fueron preocupaciones persistentes en la vida pública de Gómez y como prueba de ello están las inteligentes y estructuradas propuestas que promovió en las sesiones y debates que desembocaron en la Carta de 1991.
Creo que Álvaro Gómez Hurtado, quien reconoció y señaló con lucidez las amenazas que se abalanzaban con violencia contra nuestra democracia al final de la década de los 80, diría que la situación actual no es menos preocupante. A pesar de que el narcoterrorismo y varios actores armados ya no atentan contra la institucionalidad (M-19, EPL, Quintín Lame, Paramilitares y a las Farc en cese definitivo y preconcentradas) sí existe una alarma y un amenaza seria y muy real. En el momento actual tenemos una posibilidad histórica de terminar el largo conflicto armado y eso es sin duda positivo pero, desafortunadamente, esta posibilidad se da en medio de una profunda y extensa crisis de nuestras instituciones y de la política. Lo señalan las mediciones, las notas periodísticas y los procesos penales y administrativos: vivimos un momento delicado en el que nuestras instituciones se encuentran en cuidados intensivos. La última encuesta de Gallup nos dice que los colombianos tenemos una opinión negativa de la mayoría de las instituciones necesarias para cimentar la democracia y el Estado de Derecho. Los campeones de la opinión desfavorable son el Sistema Judicial (78 %), los partidos políticos (77 %) y el Congreso de la República (74 %). En un segundo reglón de desconfianza e impopularidad encontramos a la Corte Suprema de Justicia (55 %), la Policía (49 %), la Fiscalía (otrora respetada en 48 %), la Corte Constitucional (47 %, ¡Ay! Ciro Angarita, Carlos Gaviria, Vladimiro Naranjo, Alejandro Martínez C. etc.) y la Procuraduría (43 %, gracias Monseñor). Con todos, y durante muchos años por debajo de todos, el presidente de la República (60 %). Estos niveles, escandalosos, bajo cualquier lupa y en cualquier lugar del mundo, afectan a todas las ramas del poder público y a los órganos de control y se convierten en una amenaza “interna” peligrosa para la estabilidad de la nación. Es precisamente en momentos como este cuando la tentación populista y los ánimos caudillistas se hacen más reales y peligrosos.
Su mirada, crítica y severa, pero sobre todo responsable y constructiva,
seguramente se enfocaría, desde ya,
al gran pacto nacional
Sobra decir que ninguno de los actuales dirigentes de la derecha que lideran el No se acerca a la visión de país, a la responsabilidad histórica o a la visión política, en el sentido admirable del término, de Álvaro Gómez. Siempre es un riesgo aventurarse a decir cuál sería su posición en esta discusión, pero por los antecedentes, por su talante, por sus escritos de los años 80 y 90 y por los análisis de algunos colegas constituyentes, creo que sería factible concluir que su esfuerzo se habría concentrado en promover el Sí antes del plebiscito y en estos momentos estaría jugando un rol central en la revisión del acuerdo tratando de ampliar los consensos para encontrar, cuanto antes, una refrendación y el inicio de la implementación. Su mirada, crítica y severa, pero sobre todo responsable y constructiva, seguramente se enfocaría, desde ya, al gran pacto nacional que permita superar la crisis de las instituciones y generar los consensos para avanzar en lo fundamental.
En uno de sus escritos de cautiverio anota: “Hay una especie de geometría de la verdad, cautivante y a la vez inclemente. Se produce una percepción superior, casi divina, en que las cosas son lo que son, irremediablemente, sin disimulos, brutalmente. Es una confrontación despiadada. Que las cosas sean lo que son, en la vida temporal, resultarían creando una tiranía. Por hábito, por ternura con nosotros mismos, siempre dejamos una salida, una forma de interpretación que nos permita llegar a la conclusión de que las cosas pueden ser de otra manera.” Ese hábito y esa ternura, pero sobretodo esa honestidad de roble hacen falta en la labor de construcción de nuestra democracia en este importante capítulo de nuestra historia.