¡¡¡No me vengan a mí con eufemismos!!! Me dejan, por favor, entendiendo la realidad como la he aprendido y no pretendan imponerme un estado de opinión a fuerza de no llamar a las cosas por su nombre. Su obcecado interés en confundir masas nos aleja de la verdadera dimensión de nuestro entorno.
Afirma Platón en uno de sus diálogos, el Crátilo, y haciendo eco en una teoría socrática, que “quién conoce los nombres conoce las cosas”, pues las palabras aún con el uso y las costumbres no deben perder su esencia natural.
Pero los regímenes totalitarios, adeptos a las formas nacionalistas y anti democráticas, tienen claro que la elección de las palabras sigue siendo decisiva: los que nombran la realidad controlan cómo entendemos el mundo y les resulta más fácil cooptar las ramas del poder público y órganos de control a placer, sino que también le introducen programación neurolingüística a la discusión nacional para que los votantes, mansos y poco informados, se despisten por el movimiento del vaso y no se den cuenta dónde está la bolita.
El uso de eufemismos anda en boga en Colombia desde la llegada de sectores fascistas de derecha dura y pura al poder: con la finalidad de manipular la opinión pública acuñaron palabras como la “seguridad democrática” (la seguridad es un principio básico de la democracia), los “falsos positivos” (nombre erróneo para las ejecuciones extrajudiciales), los “emprendedores del campo” (campesinos) y recientemente los “homicidios colectivos” (masacres); tengo claro que no es lo mismo matar que morir, no es lo mismo efecto colateral que víctimas. Desdibujado y deformado, el verdadero fenómeno sigue ahí, esperando mostrarse de un modo más justo y de manera más certera. Pero, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Esta técnica mezquina de no llamar a las cosas por su nombre es un sinsentido, es un perverso arte que busca que la realidad sea suplantada por un tejido lingüístico cuya semántica nos hace olvidar lo que realmente está en juego. El uso del lenguaje como arma de manipulación es, probablemente, tan antiguo como el ser humano; y en la actualidad, debido al impacto mediático que se necesita para mantener el poder, es una estrategia imprescindible. Lo peor de todo es que la fórmula es altamente efectiva: confunde y reinarás.
Pero no podemos soslayar lo que está en juego y quién está en juego: quien determina una conducta criminal es un delincuente, quien ignora deliberadamente la independencia de los poderes es un dictador, quien desconoce el valor de la justicia es un tirano y quien tergiversa información es un cínico. El lenguaje manipulador evita el razonamiento y por eso a veces no queda más remedio que apelar a la crudeza del lenguaje y que donde hay eufemismos y frases hechas, prevalezcan la verdad y la luz en frases deshechas. Aunque no guste oírlo, se tenía que decir, y se dijo.
Me rebelo con ahínco contra esta corriente política y de pensamiento que pretende imponerme, a través de información sesgada y conveniente, la forma en que debo pensar y proceder. Si el enano del carriel intenta a través de sus esbirros periodistas y políticos imponer un paralenguaje que legitime su estado fallido estaré, allende estas líneas, construyendo ciudadanía informada y analítica que nos permita, algún día, entender mejor nuestra realidad. No hay hasanes, ni vickys, ni palomas, ni duques, ni marías isabeles, ni julitos, y mucho menos saludes que me atrapen en su red de eufemismos con los que sistemáticamente pretenden ejercer control social sobre la atribulada población de este berenjenal de país que nos tocó en suerte.
¡¡¡El reto es y será decir las cosas por su nombre!!!