Las cosas pasan así
Opinión

Las cosas pasan así

El gran fotógrafo Ruven Afanador muestra su mirada de niñas en la transición a ser mujeres de las comunidades indígenas wayuu, guanadule, misak y aruhaca

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agosto 25, 2018
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En el Museo de Santa Clara se expone desde el 3 de agosto la muestra Hijas del Agua en donde el gran fotógrafo Ruven Afanador muestra su mirada de niñas en la transición a ser mujeres  de las comunidades indígenas wayuu, guanadule,  misak y aruhaca.  Toda la incoherencia comienza con la intervención "naive" de Ana González que interrumpe la mirada del gran artista.  Acá su lenguaje queda sin razón. Su fuerza intervenida. Su visión y su propósitos artísticos perdidos por la muy débil intención de unir dos mundos que tienen como intermediaria a González. Idea que debe corresponder a una curaduría sin nombre, y que por lo tanto es responsable la institución que se encuentra bajo la directora del Museo Colonial.

Redimir lo que se hizo durante la conquista es parte de lo que hoy llamamos " encuentro de culturas". Pero fue una batalla feroz en desigualdad de condiciones. A los indios de América los despojaron del alma, les rompieron sus creencias, les robaron sus costumbres, les cortaron la lengua, y se quedaron sin dios para responder a la ley del orden de la religión católica.

Esto me acuerda de la épica película Fitzcarraldo del alemán Werner Herzog quien cuenta la historia de un hombre del siglo XIX que obsesionado con llevar la ópera a la mitad de la selva, arrastra  un barco sobre piedras  y montañas hasta llegar a la tierra  prometida en Manaos. No dudó interrumpir el sueño por respetar la vida humana. La ópera era su objetivo civilizador.

 

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 Selva antigua

 

Afanador nació en Bucaramanga, hijo de un relojero. Nació sensible: en su infancia miraba con muchísima inquietud cómo se le tomaban las fotos de las reinas en el estudio Fotos Serrano y después, en su primer trabajo, hizo arreglos florales.

Su familia inmigró a los Estados Unidos cuando el tenia 14 años. Llegaron a Michigan buscando un futuro mejor. Poco a poco fue siguiendo su camino. En Maryland, cuando le tocó abrirse el terreno de la profesión, ya había descubierto grandes nombres como Irving Penn y Richard Avedon mientras era asistente de Eric Eckhard.

En Nueva York fue abriendo su sendero y en Milán buscó adentro las raíces de su historia perdida en su ser latinoamericano donde se identificaba con las historias de Gabriel García Márquez. Allá buscó el estilo que tiene la poesía del Surrealismo español y la realidad pasmosa de un Pedro Almodóvar. Todo este camino recorrido tiene una mezcla de danza y drama como lo es el flamenco. Baile que reúne varias fuentes de vida de los siglos XVII y XVIII española.

Su libro Mil besos comenzó con María Benítez, una bailarina nocturna de Andalucía que lo deslumbró con su flamenco. La invitó a su estudio y comenzó una serie sobre la Danza donde el ritmo de las castañuelas y el arrebato de taconeos se transmiten en cada imagen.

Pero la exposición está rodeada de otras historias inconclusas. Y para no pensar en la exposición quedemos en otras historias. El Museo de Santa Clara, antiguo real Convento de Santa Clara fue construido en  1647 destinado a ser casa  de las monjas blancas de clausura y que tiene la historia de un  amor imposible. Maria Teresa de Orgaz era una bella criolla que se  enamoró profundamente del Oidor de la Real Audiencia don Bernardino Ángel de Izunza y Eguiluz. Ellos tenían una relación prohibida. Ningún español podría tener un acercamiento con los criollos porque la sociedad estaba dividida para evitar que se refundieran los intereses del reino. Pero ella era una bella mujer que desafiaba al mundo y caminaba con sus lujosas prendas al lado de su madre y del brazo con el novio todos los días a las cuatro de la tarde. El paseo cotidiano se volvió escándalo y todos murmuraban sobre aquel atrevimiento hasta el punto qué los españoles decidieron un mejor destino: doña Teresa debía entrar al convento porque no había forma de evitar este acontecimiento. Ella entró obligada con su acompañante indígena a hacer parte del aislamiento vitalicio de donde solo las imágenes de las monjas muertas.

El Oidor sabia que el pintor de la época  Gregorio Arce y Ceballos, de descendencia criolla de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada, se conocía el interior del convento prohibido porque había realizado algunas obras en el sitio. En su momento de desespero don Bernardino le pidió el gran favor al pintor a cambio de muchos pedidos: que raptara a  su amada del aislamiento. Y el pintor planeó su huida con detenimiento porque también se sabía los hábitos de aburrimiento y las horas de los eternos rezos. Vásquez  Ceballos lo logró. Los amantes desaparecieron del reino y el pintor quedó encerrado y condenado. Murió loco en 1711.

Lástima . Nos quedamos sin ver un buen episodio de Ruven Afanador y ni hoy ni mañana se canta por la paz se vota en contra de los corruptos.

Ruven Afanador es un grande. Esperemos que sus fotos tengan un destino mejor u otro libro sobre otras mujeres.

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