Hace unos días conocí, junto con una amiga, el Planetario de Bogotá. Aprovechamos para caminar por sus alrededores mientras matábamos el tiempo para que fuera la hora concertada para encontrarnos con otros amigos. En medio de ese mini tour nos sentimos atraídos por un grupo de personas que se encontraban en plena grabación y fue así como dimos con la entrada de la controvertida y eufemísticamente bautizada Plaza Cultural la Santamaría mejor conocida como la Plaza de Toros La Santamaría. Ignoraba yo los últimos acontecimientos como que la Corte Constitucional ordenó reabrir la plaza Santamaría para que continuara el espectáculo cruel y sangriento para muchos, artístico y sublime para unos pocos. La Plaza que había estado cerrada por orden del entonces alcalde Gustavo Petro desde el año 2012, volvía a abrir sus puertas a los fanáticos taurinos, entre quienes se encuentra el también controvertido y de título eufemístico exprocurador Ordóñez.
Por otro lado, ignorábamos que dos días después tendría lugar una gran movilización anti-taurina en Bogotá que dejó desmanes y algunos capturados. En aquel momento y frente a esa monumental entrada, lo que sí dejamos de Ignorar fue que aquellas personas reunidas a las puertas de La Santamaría, se trataban nada más y nada menos que de empresarios taurinos, (que por su acento parecían españoles), un torero famoso sin la característica indumentaria en la mitad de ellos, algunos periodistas rodeándolos y unos cuantos guardaespaldas.
Fue en ese instante, mientras ojeábamos con cierta curiosidad e indignación la rueda de prensa al aire libre, que recordé la polémica que se ha desatado con igual intensidad en las redes sociales y de las cuales pude deducir dos argumentos más recurrentes por ambas partes.
Por un lado, algunos de mis contactos en Facebook son amantes de las corridas de toros y en sus estatus manifiestan, además de su gusto, un argumento frecuente: las corridas de toros es cultura, es arte. Incluso, algunos aducen ser una minoría que como las demás tiene derecho un legítimo que así no sea compartido por la mayoría debe respetarse. Arte que según algunos pertenecientes a esta vertiente es “manifestación artística que no comprende todo el mundo.”
Por otro lado, mis contactos defensores de animales o que simplemente no gustan de estos espectáculos, aducen los bien conocidos argumentos del inhumano maltrato animal.
En cuanto al argumento de que las corridas son igual a arte y a cultura, que está arraigado a unas costumbres y a la tradición de un pueblo como el español, debo decir que aquello es el argumento histórico por excelencia, el cual resulta ser realmente una falacia. Dicho de otra manera, bajo ese aparente y falso axioma de que la “arte es arte”, “cultura es cultura”, se han legitimado absurdas prácticas sociales de distinta índole a través de los tiempos, a saber: las cruentas e inhumanas batallas donde gladiadores y esclavos eran devorados por leones o asesinados hasta morir frente a un César y un público, la plebe, que estallaba en júbilo cuando uno de los desafortunados era mutilado, devorado, o asesinado. Prácticas culturales de la antigüedad hechas ritos como los sacrificios humanos en las terrazas de los templos mayas, aztecas y toltecas, en donde el ritual consistía en extraer de un solo envión el corazón del sacrificado aún vivo, cuyo cuerpo luego era lanzado por las escalinatas para poder ser cortado y mezclado con maíz y así ser devorado por los ancianos y la familia del guerrero que había atrapado al prisionero o sacrificado. Todo esto con tal que el Dios de la lluvia siguiera nutriendo los cultivos o de darle fuerzas al Dios sol que se acostaba cansado todos los crepúsculos. Igualmente, existen otras prácticas que siguen vigentes hoy en día como la ablación del clítoris a las niñas en algunas culturas que Occidente en su hipocresía y egocentrismo consideran bárbaras, olvidando que en este lado del planeta han ocurrido sucesos igualmente vergonzosos y dolorosos, actos que van en contra de la llamada “civilización” que tanto pregonan.
Se podrían aquí enunciar mil y unas prácticas culturales que han estado vinculadas por la una parte de la sociedad al misticismo, a la religión o en este caso a la estética, pero el punto al que quiero llegar es que no todo vale y no todo puede ser legítimo y debe ser aceptado por el simple hecho de que ha sido parte de la tradición de un pueblo o bajo la consigna de que es cultura, es arte o es religión.
La cultura que todo lo permea se ha impuesto tanto en la sociedad, que se inmiscuye en la psiquis de los más pequeños haciéndolos creer a medida que crecen que todo lo que sucede, así cueste lágrimas y sangre, es natural y debe ser así. Nos han hecho creer que lo antinatural es natural, es aceptable, es el orden de las cosas, y todo porque es socialmente aceptado. Todo ello enarbolando la bandera de la cultura y la tradición, ¡Estupideces! No basta con ser un científico para darse cuenta que un toro, como mamífero que es, posee un sistema nervioso que le hace experimentar el dolor al igual que lo experimenta un ser humano; y no solo los toros sino también los demás animales. En ese orden de ideas, hay un límite, un umbral que no puede ser cruzado bajo el pretexto de la estética o de Dios, y ese límite es la vida y la integridad de otro ser vivo. Si fuera así, los vídeos gore y el canibalismo, bajo la consigna del arte podrían ser exhibidos con total aceptación en un museo o en la calle.
Sin embargo, debo decir asimismo que el argumento de muchos anti-taurinos y de una gran parte de la sociedad que consiste en alegar el maltrato animal, también cae en una ligereza y en una omisión monumental que nos hace pasar por seres hipócritas y de doble moral. Me refiero al hecho de que mientras nos indigna ver cómo un toro es apuñalado hasta desangrarse acompañando de aplausos y olés, comemos plácidamente en la mesa ese trozo de cerdo, de pollo, de vaca que fue cruel y vilmente sacrificado. ¡Sí señores! Para nadie es un secreto que las condiciones en las que estos animales son hacinados, torturados y asesinados para luego ser alimento humano, hacen parecer los campos de concentración nazis como un parque de diversiones.
Y ¿con esto estoy tratando de decir que nos volvamos vegetarianos? No necesariamente. Lo quiero dar a entender es que no todo lo podemos meter en el mismo saco. Hay una gran diferencia entre matar para sobrevivir, matar para comer, matar para comercializar y lucrarse hasta la saciedad a costa del sufrimiento de los animales y matar para entretenerse. No es lo mismo pintar un extraordinario cuadro de una corrida de toros y decir que es arte, cultura y civilización a ser partícipe o presenciar una corrida de toros real y aducir lo mismo La diferencia es obvia. Así que si vamos a salir a protestar por la reapertura de La Santamaría, hagamos “La vuelta” completa y no a medias. Seamos sensatos. Y no podemos generalizar, claro está, pero es seguro que muchos de los mismos que critican las corridas, incurren en otro tipo de absurdos o son partícipes de otras estupideces culturales. Para terminar, les comparto una pequeña anécdota.
Un primo de mi abuela, que por cierto era amante de las corridas de toros, me contó el siguiente chiste después de que le expresé mi inconformidad ante semejante espectáculo:
(Un gringo va con un español a ver una corrida de toros a Madrid)
Gringo: ¡Oh pobreicitou el torou! ¡Cómo es posible que la gente disfrutue de esta barbaruidad!
Español: Tío, ¿Acaso no te has dado cuenta que el toro es negro?
Gringo: ¡Y olé!