Las condenas implícitas
Opinión

Las condenas implícitas

“La gatica se voló sin despedirse” reportan a los superiores; los civiles callarán ante los ajusticiamientos de los que estaban en el monte, el estado no hará nada

Por:
octubre 17, 2021
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María Muñoz y su sobrina se convirtieron en un par de cifras. Su compañero Yorbis Valencia, ya había sido otro número unos meses antes. Al otro día, la mayoría de las personas que escucharon la noticia se imaginaron a los familiares llorando. Pocos se imaginaron a los ejecutores celebrando. Es probable, que tras volver de la misión, anotaran su hazaña en una pared de la desvencijada oficina que usan para recibir instrucciones. Con el dedo índice tiznado, agregan un palito paralelo a los otros, debajo de varias quinielas con el último palo en diagonal para sumar en bloque.

Tal vez primero informaron a sus superiores. Algunos por radio otros por WhatsApp. Ellos construyen mensajes que no dejan huella ni llaman la atención: “la gatica se voló sin despedirse”; “el torito que me encomendó ya está encerrado en el corral de madera”; “a la encomienda solo le faltan las flores”, “al señor se lo llevaron a ver pegar ladrillos” “el muchacho no llega a comer esta noche”. Así, tal vez, reportan con su particular creatividad los resultados sin despertar sospechas. Algunos esperan al día siguiente para recortar la noticia del periódico y presentarla como evidencia para cobrar el resultado. También les sirve para confirmar que su trabajo es importante, que siempre serán héroes anónimos, que sus nombres están protegidos, que nunca aparecerán en los expedientes y que los investigadores acuciosos serán amedrentados a tiempo.

Los recortes irán a la parte más profunda y oscura de un cajón desvencijado donde se amarillarán sin remedio. Otros los insertarán en una carpeta con las puntas dobladas, la pondrán debajo del cuadro del Sagrado Corazón de Jesús y revisarán que la veladora roja tenga cera suficiente. Con el tiempo, y de vez en cuando, tal vez saquen los recortes y como cartas de naipe pasen uno a uno para saborear su eficiencia. Puede que lo hagan con sus colegas o de pronto -en un arrebato de sinceridad- con sus hijos o nietos para que conozcan sus aportes a la patria. Tal vez se detengan en la 11, la 23 o la 42 y con nostalgia repasen detalles. “Este se nos escabulló tres veces, pero al fin lo pillamos”. “Ah, con esta bandida casi me agarran, se me trabó la pistola”. “Uy, con este planeamos mal la retirada y nos tocó correr por el monte.”

Tras una llamada sacarán la carpeta, la pondrán en su morral y luego la presentarán a los contratistas, o a nuevos superiores para la valoración de su eficacia. Revisarán que saben guardar silencio, que siguen impunes que saben hacer la tarea. Si les dan nuevos trabajos gracias a sus retazos de prensa, exhibirán la carpeta sobre la mesa de un bar de copas, alrededor de unas botellas de aguardiente que los ayude a confirmar sus genes de macho.

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Lejos, donde las noticias no despiertan emociones porque parecen venir de otro planeta, otros ciudadanos leerán el reporte de la víctima 288

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Lejos, donde las noticias no despiertan emociones porque parecen venir de otro planeta, otros ciudadanos leerán el reporte de la víctima 288. Tal vez también hagan sus valoraciones con los elementos del obituario que incluye el sobrenombre que usaban con sus compañeros. Quién sabe qué hicieron cuando estaban en el monte. Tal vez piensen que está mal hecho porque hicieron un acuerdo. Pero, agregarán, son las consecuencias de haber hecho lo que hicieron. Pensarán que siempre hay gente que no perdona, que los vengadores se despiertan una noche más indignados que siempre y al otro día sorprenden a la víctima y vuelven a sus camas a dormir sin pesadillas. Pero esos civiles no llegan tan lejos como para creer que hay gente que sobra, su moral no es tan laxa. Otros, tal vez, sientan un alivio culposo. De manera implícita, justifican la condena arbitraria. Con seguridad nunca saldrán a protestar por la secuencia de ajusticiamientos, ni a exigir culpables ni sanciones.

Mientras tanto, en algunas oficinas alejadas de la opinión pública -como saben hacer quienes dirigen las tareas sucias- alguien revisa una pila de carpetas bien resguardadas de la humedad y de los husmeadores profesionales. Sacará dos fólderes de una hilera de 13222 pendientes, y las pasará a la de enfrente con 288 carpetas resueltas. Aquí no se marcan las bajas con palitos en la pared, se hace un registro digital. Saben que a ellos también los cobija la impunidad y que tienen una licencia clandestina emitida por las fuerzas oscuras del poder. Estas son las distorsiones sobre el bien y el mal, sobre lo correcto y lo indebido. Son crímenes que no pueden estar amparados por la inacción del estado. Son prácticas que deben erradicarse para construir una sociedad diferente.

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