Caminaba por un barrio; me sorprendió ver grupos de personas uniformadas en cada esquina, no eran policía, ni ningún programa institucional conocido recientemente, tampoco se observaba tarea o acción alguna, simplemente gente parada en las esquinas, como sosteniendo las paredes. Entré en una panadería y ahí encontré a una pareja de las uniformadas haciendo jarras con los brazos; resultó que eran personas amables y con el saludo pregunté: ¿qué era el programa y por qué tanto personal? De una me dijeron que era una oportunidad laboral que lograban gracias a las próximas elecciones y que por lo menos con eso se motivaba la gente a votar y se tenía alguna oportunidad previa, porque sabían que después era difícil. No profundizaron más en el tema, me hablaron de su rutina, de sus dificultades para llegar hasta el punto de trabajo y dijeron que les gustaría mucho que esa operación la pudieran hacer en sus propios barrios para facilitar el desplazamiento y para contribuir de mejor manera con la ciudad y con los votos. Después marcharon a seguir dándole vueltas a la manzana.
Lo que entendí es algo que se ha vuelto evidente en muchas localidades y departamentos del país; agentes institucionales prevén todo para generar empleos temporales extras desde meses previos a los comicios y aseguran por la vía de un delito electoral, bolsas de votos que se reciben en intercambio por asignar trabajos que amainan la crisis para cientos de familias que necesitadas de recursos terminan siendo población disponible objeto de corrupción. Esto además genera un acto deleznable desde el punto de vista de los gobernantes salientes que muchas veces terminan direccionando servicios donde no se necesitan o generando programas improvisados que desvían recursos hacia las candidaturas que promueven y además buscan generar una imagen de redundancia y respuesta efectivista, evadiendo rendir cuentas de lo realizado y no realizado durante los tres años y medio anteriores; en el último semestre buscan enmendar las precariedades con acciones que tienen doble función de aceitar clientelas y hacer como si hubieran hecho algo inolvidable: en esa línea de comportamiento entonces crecen los materiales con narrativas de promoción de cultura y convivencia ciudadana (que contradicción), se generan iniciativas de limpieza y pintura de entornos que son flor de un día y a la vuelta de calendario no llegan a nada, aunque si recogen muchos votos fraudulentamente.
Crecen narrativas de promoción de cultura y convivencia ciudadana, se generan iniciativas de limpieza y pintura que son flor de un día, que no llegan a nada, aunque si recogen votos fraudulentamente
¿Qué hacer frente a estos evidentes actos de corrupción?
Mientras se logra que las autoridades electorales y de la justicia profundicen en la investigación de este tipo de prácticas y las sancionen, es fundamental que evitemos ser cómplices de esa larva que daña la democracia y tratemos de evitar que en nuestros entornos se amarren los votos a cambio de un puesto, que sabemos sin duda muchas personas necesitan y que ojalá lo obtengan y lo puedan mantener en condiciones de dignidad, pero que no debería ser a costa de instrumentalizar familiares y vecinos en favor de candidaturas espurias que llegan al Estado a apropiarse de lo que es de todos y a direccionar los derechos ciudadanos y las oportunidades que estos generan de acuerdo a su particular interés de capturar el erario. Sé que el asunto está muy enraizado, pero tenemos necesidad de que el voto sea libre, que cada persona lo defina informada y con la reflexión básica para definir su elección; sé que mucho de esto se mueve con el sofisma del “agradecimiento” y que conlleva una promesa mentirosa casi siempre de que se podrá mantener el empleo u otras oportunidades; sin embargo, sabemos que este comportamiento está a la base del mal funcionamiento de municipios, distritos y departamentos. Muchas veces los mecanismos de corrupción del voto están a la vista y no hacemos nada; toca comenzar por no caer en las complicidades ciudadanas, no nos dejemos corromper el voto.