Yo no digo que no son bonitos, sobre todo si los comparan con nosotros. Son altos, rubios, vikingos civilizados. Nosotros explotamos por dentro después de los 30 años. Genes cansados, hambre ancestral, siglos de ignorancia. Las mujeres, cansadas de la indiada, se deslumbran con el español enrevesado del europeo mochilero. Las uñas sucias y encarnadas se transforman en carne deseada si el que lleva las sandalias cochambrosas es Johann Van Der Ercke, un holandés de 26 años, mecánico dental desde los cinco años cuando su padre lo inició en tan noble arte.
La chicha en el chorro de Quevedo es sexy si el que te invita es Turzio Materazzi, nacido en Génova el 10 de mayo de 1983, número 44 de chancleta. Su mayor logro en su hoja de vida fue lavar los baños del barco en donde vino de polizonte. Despreciado en Italia, Suiza y Portugal, Turzio ha encontrado en las colombianas un antídoto a su ancestral baja autoestima.
La chicha en el chorro de Quevedo es sexy
si el que te invita es Turzio Materazzi,
nacido en Génova el 10 de mayo de 1983, número 44 de chancleta
Los europeos que yo veo en la Candelaria con sus mochilas prominentes no tienen muy claro por qué han venido a Colombia. Ya no lo hacen, como lo hicieron sus padres, para oler rayas de cocaína. Muy pocos lo hacen por la marihuana y las Farc. La mayoría vienen porque están de tránsito al sur o porque es delicioso encontrar mujeres tan bonitas y comedidas como las colombianas.
Por eso, si caminan por la ciudad amurallada de Cartagena, lo hacen solo entre ellos, en manada, para así poder quejarse en su idioma sobre lo pútrida, desordenada y horrible que es Colombia. No les interesa el país, no les importa nada. Lo único bueno es que su plata y su piel blanca, funcionan mejor acá que en otra parte del mundo.
Y las colombianas sin importar que sean izquierdosas, de alguna ONG, o economistas del Grupo Santo Domingo, caen de rodillas ante la posibilidad que un europeo las invite a salir a caminar un poco para probar la dulzura de un raspado caleño, o a donde Don Ricardo, o a un karaoke en la Jiménez. No, y lo peor es que yo las entiendo. Qué pena contradecir a Edgar Perea, pero Dios no es colombiano. Es más, ni siquiera nos quiere. Nos hizo hediondos, atarbanes, sinvergüenzas, vagos y, sobre todo, feos, muy feos. Y ellas, en cambio, son bonitas y acomedidas y, a diferencia de las europeas, están allí para dejarles las pantuflas al lado de la cama todas las mañanas, como lo hacía mamá, como lo hacía la abuela.
Sí, vale más un plomero europeo que un doctor colombiano. Al menos se ven mejor en las fotos del perfil de Facebook. No importa si las encierran en un apartamento a la orilla del mar en Capri o las meten en una cueva en lo más profundo de la Escandinavia, con todo lo insulsos y prepotentes que son, con todo el desprecio que nos tienen, es mejor estar con un man de Letonia que con uno de Usme. Así no rumbeen ni tenga sentido del humor, así crean que Colombia es un hueco que tiene que ser tapado.