La clásica manera de categorizarlo todo, incluido a los seres humanos, no es del todo descabellada, ni deshumanizante. Al contrario, es tan sabia y coloquialmente aceptada por todos, que incluso los que “pertenecen” a las categorías más despreciables acceden a esos adjetivos para determinar sus diferencias con los otros. Esto les es necesario para dar a conocer todo lo que han construido, desde su cotidianidad, hasta su simbología social.
Los ñeros de Colombia, Los puppy de Colombia,
Los puppy de mi país, Los ñeros de mi país,
Son puppy de Colombia, Son ñeros de Colombia,
Ñeros de mi país. Puppy de mi país
El punto no es precisar lo que las categorías sociales adjetivan del ser humano, sino comprender que estas formas recuestes de mirar a los otros son en realidad una anulación de lo primordial: la humanidad. Lo importante de las categorías es que son tan necesarias porque consagran los principales ejes del multiculturalismo. Todos, desde los particulares hasta las culturas, merecen esa oportunidad de mantener claras formas de ser y estar en el mundo.
Pero vamos un poco más allá, en lo temporal. Se han incluido tantas posibles categorías para denominar a las personas y grupos de las mismas, que se encuentran ideas tan afamadas y ridículas para algunos, como la de pensar que se es un fruti-man, y otras, con aires de intelectualidad, pero no menos ridículas para algunos, como la de brother-romance. Lo ingenuo, al parecer queda abrigado con la pura inocencia cuando se leen y escuchan estas cosas. El interés de estas nuevas formas de adjetivar es una muestra de los grandes avances de las libertades individuales, que sustentadas en el derecho, permiten la expresión libre de los espíritus de los hombres, que reprimidos por miles de años, y contrario a las costumbres dadas por sus entornos, están dando cátedra de real libertad.
No hay que oponerse a estas modas. Y digo modas, porque la tendencia es de tipo jurídico. La libertad es una concepción dada, que si bien puede ser de un modo kantiano universal, no deja de ser una cuestión del orden social, que se interpreta en el libre desarrollo. Es una moda, que si bien puede tener aires de tendencia, no deja de mutar en la forma, dejando quieto el contenido jurídico.
Dadas las cosas de este modo, la observación social deja atónitos a los llamados a conservar los valores de las tradiciones, que desconocen, en el discurso, los aportes a ese espíritu libre que tanto miedo les causa. Ver casos concretos, como el de los llamados ñeros, y el de los llamados puppy, despierta una serie de emociones y prejuicios, que logran desenfocar al más acérrimo pensador, pues la exigencia de pensar estas diferencias puede llevarlo a cometer errores en sus cálculos adjetivantes. Por un lado, porque a simple vista ve una distancia abismal entre los unos y los otros. Por otro lado, se siente seducido a enmarcar a los unos y a los otros como menos dañinos, o virolentos. Y por último, no deja escapar esa tentación de huir de alguno de los dos por el simple hecho de que algo en ellos está mal.
Los ñeros y los puppy son el enfoque extremo de dos categorías sociales que se discriminan, dejando que esos odios se lleven a un campo de batalla social, en el que los jueces populares (todos) determinan una leve inclinación a ese deseo de ser el uno o el otro. Todos en Colombia somos ñeros, somos puppy.
Empecemos por los funcionarios públicos. En honor a su pública labor, y con el derecho de que lo público es de todos, pues permítanse ese mal llamado matoneo, o bien decir “rendimiento de cuentas”, que sin importar como lo tomen, lo interesante es que son ñeros, y son puupy.
¿Cuántos ñeros políticos hay?, ¿cuántos puppy políticos son? Sus discursos son refinados, nadie lo niega. Pero sus movimientos no dejan de ser un asombroso entramado de bailes de cumbias, donde uno no sabe en qué momento lanzarán ese puñal. Sus ropas, de categoría puppy, son también las ropas de más de un ñero, pues lo importante no es el estilo, sino la marca, porque si es de marca, es costoso, es identidad. Y ñero o puppy que se respete, accede a ciertos elementos propios, pero costosos en términos monetarios. Sus novias, mujeres, amantes y amigas, pueden ser en últimas, no todas por supuesto, características de sus deseos. De esos deseos de lo exuberante, de lo fino y glamuroso que debe tener esa capacidad de endurecer la vida para luego aflojarla. De esas formas femeninas que son perfectamente diseñadas por la voluntad propia o ajena, pero que el fin y al cabo obedecen a un prototipo en común.
Claro está que no todos pueden acceder a ese mismo prototipo de mujer, a no ser que el dinero y el poder se los permita. Por eso a veces hay que aparentar ¡Y en eso son tan parecidos los ilegales y los legales! Las fiestas de ambos son sinfonías de luces, altos volúmenes de groserías, embriaguez, amanecidas y remates con paseos o asados. Eso sí, como una muestra de su interés por los propios y ajenos, para mostrar que la categoría social no importa, sino los voticos que puedan ganar. En Colombia, un político ñero y puppy perfectamente puede estar sentado en el Congreso, en una cárcel, en una cafetería, en una salón de clase, en una sala de cine, en una iglesia, ir al motel, ver un partido de fútbol, comer la misma hamburguesa y tomar las mismas bebidas. Así, así lo hacen los políticos, esos mismos que desde el capitolio o su cotidianidad, enfrentan la adversidad como ñeros, vociferan el ya asqueroso discurso, proponiendo salvar la sociedad, otorgando dádivas a sus más cercanos amigos y familiares sin importar la procedencia ni el modo como lo consiguieron. A esos políticos, fidedignos reflejos de nuestra sociedad, de lo lejanos y cercanos que estamos los unos con los otros, de lo ñero que somos y de lo puppy que ya venimos siendo, un aplauso y un abrazo, una untadita de mierda, con amor, esa misma que somos y que a la vez rechazamos.