Lo cartográfico es algo más que un mapa, es una forma de narrar en donde la imagen ocupa un lugar de la narración pero no es toda la narración. El ambiente y el paisaje son escena. Las emociones de quienes habitan son un lugar. Están allí, así como los amores, odios, violencias, sexo, amor y rock and roll o salsa. Todo sucede en un lugar, en un espacio. El espacio nos habita. La intensidad o pasión con que vivimos un lugar nos acompañará para siempre.
Es como diría el personaje de esta nota: un calabozo que disfrutamos sufriendo, porque no hay otra forma de hacerlo. Yo vivo en tanto disfruto, queriendo escapar de ese lugar que nunca me dejará. Por supuesto, un lugar repleto de personajes que están allí, que han estado allí, que siempre estarán allí y a los que Caicedo escribe reafirmando que lo habitan, que hacen parte de su mundo y que son protagonistas de la mejor novela que escribe mientras teclea: su vida misma.
Hace unos días culminé la lectura de los dos tomos de cartas de Andrés Caicedo, 700 páginas, más o menos, que sin saber devoré en dos días. Caicedo es para muchos un gran escritor y también tiene detractores, cosa que favorece al ser humano (el que me interesa) y debilita lo necesario al mito y lo libera de la perfección. Recordé, mientras leía, una frase de Chaplin: "Me gustan mis errores, no quisiera renunciar a la posibilidad deliciosa de equivocarme".
Después de unas cuantas páginas me di a la tarea de leer las cartas como si fueran su mejor novela, autobiográfica, como todas las novelas. Eso provocó en mí el deseo de conocer rápidamente el final, conociéndolo. Sucedió algo que, confieso, la pandemia había eliminado de tajo: mi necesidad de leer. La lectura, que es para mí la mejor de las diversiones, la había perdido hacia 7 meses que la biblioteca no recibía un nuevo libro. Salí compre Correspondencia y la traje a casa pensando que el titulo debía haber sido Cartografía 1970-1977.
Mi interés por Caicedo nace de varias cosas y de la consideración, muy personal, de que él es uno de los mejores cartógrafos urbanos de la literatura colombiana. En corto: Caicedo ha realizado la más precisa cartografía de la Cali que compartí con él sin habernos nunca cruzado en el camino. Yo escapé del calabozo en 1964 y regresé 30 años después, habiendo leído de Caicedo solo dos historias: Que viva la música y Patricialinda.
El mapa que hace de la Cali de los finales del 60 y mitad del 70 es preciso. Está su vida en Cali, o Cali como el escenario del que nunca pudo escapar, escapándose, liberándose de algo que no quería liberarse. Las cartas están escritas a los personajes que ocuparon parte de su vida y de la escena caleña. Están escritas desde Cali o alimentadas por la nostalgia de Cali. La idea de que alguien hiciera un libro con las respuestas a esas cartas me rondó siempre durante la lectura.