Como anuncié previamente en la nota ciudadana “Los escenarios posibles en esta primera vuelta”, el ferviente deseo de cambio del electorado se dispersó entre tres opciones y le impidió al Pacto Histórico agregar la votación suficiente para alcanzar el “cambio en primera”. Tuve algunos aciertos; entre ellos: que el Pacto se quedaría a media uña de ganar en primera; que sería una sorpresa que Federico Gutiérrez, dado el omnipresente deseo de cambio, pasará a segunda; y que el fenómeno Hernández, con su victoriosa narrativa mediática de ganar en primera, sería la gran incertidumbre.
Al final, Petro se quedó a un dedo anular de ganar la carrera por la Casa de Nariño y Hernández se convirtió en un fenómeno electoral que ameritará varios estudios desde la ciencia política.
Sin duda el 29M marcará un punto de inflexión en la historia política del país. Tras una intensa jornada atravesada por la mayor convulsión social en lo que va del siglo, la clase política tradicional, el establishment y los grandes medios (con sus apuestas tan definidas) recibieron una bofetada. Tan solo bastó media hora para corroborar el hundimiento del candidato que concentró el beneplácito del gobierno y las maquinarias; el impresionante ascenso de un imprevisible demagogo de corte provincial; y la mayor victoria de la izquierda en toda su historia (no asimilada en su magnitud debido al afán estratégico del “cambio en primera”).
¿Qué se viene?
Concluida la primera vuelta, sobreviene un ritmo harto conocido: llegan nuevos aliados, se ajusta el programa de gobierno y se plantean eventuales gabinetes. La plaza pública y las correrías pasan a un segundo plano. En el entretiempo al balotaje las campañas asumen la tarea de conservar lo obtenido -no bajar ni un voto de lo alcanzado en primera vuelta- y sumar adhesiones entre los vestigios de las aspiraciones derrotadas.
En ese sentido, los partidos se “cotizan al alza” y los gamonales regionales valorizan sus feudos electorales; sin embargo, estos días resultan inéditos desde la introducción de la segunda vuelta con la Constitución de 1991, pues tanto Petro como Hernández, encarnan el espíritu de la antipolítica; es decir, con matices y salvedades, un rechazo a la formas y métodos de la política tradicional.
Ahora bien, la forma como los candidatos tejerán sus alianzas de cara al 19J resultarán siendo bastante diferenciadas.
Por un lado, Petro buscará crecer en las huestes de la extinta Coalición de la Esperanza, sumando sectores de centro-izquierda de arraigo urbano (incluyendo vertientes del partido liberal, Nuevo Liberalismo y la U) que podrían ver -ante la incertidumbre Hernández- su programa y perfil más ajustado a lo que consideran es la estabilidad institucionalidad.
Por el otro, Hernández, presentado por sus opositores como un populista sin encuadré ideológico o programa, recibirá, con guantes desinfectantes y sin mucho bombo, las adhesiones del uribismo (el principal derrotado de la jornada), sectores de los partidos tradicionales y algunos centristas desafectos al proyecto de Petro.
Sin embargo, esas adhesiones no parecen ajustarse a la caprichosa concepción de la aritmética electoral (donde 1+1 no necesariamente es 2), y lo digo por dos razones; primero, porque todo parece indicar que Petro alcanzó un techo, una votación impresionante (la más alta alcanzada en una primera vuelta) que abarca la casi totalidad de la centro-izquierda (a excepción de Dignidad) y el movimiento sindical y social.
Segundo, porque Hernández es un antipolítico radical que llegó a la segunda vuelta sobre los hombros de la crítica más demoledora, soez y directa a la clase política tradicional, ahora, no resulta del todo claro como esa “gavilla” que apoyó a Fico (necesita esos votos para ganar) se le podría sumar sin erosionar o reventar su “filosofía” o la movilidad electoral entre sus bases rodolfistas.
A descifrar un fenómeno electoral
La mayor sorpresa de la jornada tiene nombre, apellido y profesión. Se llama Rodolfo Hernández y es ingeniero (él mismo apela insistentemente en su profesión para desligarse de su condición de político). Hernández es un maestro de la comunicación y un demagogo de marca mayor, con la notable habilidad de conectarse con las preocupaciones más inmediatas del colombiano de a pie.
Además, encarna el seductor arquetipo de hombre de “mano dura” y verbo directo; el prohombre idealizado desde las pasiones más instintivas y primarias. De ahí que resulte erróneo reducirlo a la “carta de Uribe” o la metamorfosis del uribismo; no, el fenómeno Hernández va más allá de lo electoral y su ascenso se debe leer desde una perspectiva tanto sociológica como antropológica.
Sin duda, el ingeniero logró encauzar en sus huestes un profundo malestar social y a partir de un mensaje simplificado y repetitivo (no mentir, no traicionar y cero impunidad) se asumió como el padre redentor de una mentalidad conservadora desencantada con el uribismo y la derecha partidista. Por eso, Hernández arrasó en el país conservador (a excepción de Antioquia), donde ganó el No en el plebiscito y Duque aseguró la victoria en la segunda vuelta de 2018.
A lo que se agrega la impronta del regionalismo santandereano (que estratégicamente extendió a varios departamentos del centro-oriente) y la movilidad de sectores abstencionistas activados por su promesa de “parar la robadera”.
De esa forma, la primera vuelta dejó el rodolfismo como un nuevo ismo en la historia política del país. Por el momento, caracterizado por ser un proyecto unipersonal de rechazo a la corrupción y la política tradicional, por ser el sustento existencial y elemento cohesionador en torno a un demagogo unidimensional que reúne vectores de izquierda, centro y derecha.
No obstante, su principal arraigo se encuentra en los territorios de mentalidad conservadora, eso explica porque dirigentes uribistas o conservadores podrían adherir al ingeniero, un incentivo adicional al antipetrismo que los lleva a respaldar un candidato con propuestas que echan por el suelo el ideario social de sus partidos.
Perspectivas
Por el momento, solo hay incertidumbre. Todavía es prematuro para medir el alcance de las estrategias y alianzas; inclusive, el desencanto que podría propiciar Hernández, ya sea porque muchos colombianos apenas vienen a conocer sus posiciones (en decenas de videos virales en redes sociales) y debilidades, o porque su reciente programa (de impronta progresista en algunos ítems) pueda espantar a sectores conservadores que prefieran optar por votar en blanco o simplemente abstenerse.
Lo único cierto es que Petro ya no está a “media uña” del cambio y antes necesitará de muchas manos para concretar el cambio en segunda, ¿lo podrá lograr?