En un principio pensé que las candidaturas por firmas mostraban, más allá de toda duda, que la dejación de armas de las Farc significaba también la dejación de los discursos de todos los partidos políticos en Colombia, incluso los de sus líderes más connotados. De alguna forma, todavía no suficientemente estudiada, los partidos se nutrían de la guerra e inmediatamente cesada esta, su alimento político decrece súbitamente, tanto que se han vuelto frágiles, exangües y, su derrumbe, estrepitoso. Todavía cabe uno que otro partido que patalea, enturbia y crispa, para que la guerra no se vaya. Y cabe esperar más estropicio pues siguen sin saberse las flamantes nuevas líneas programáticas que pondrán en contienda y los sostendrán, si es que son capaces de crearlas. La crisis en la justicia, y otras que vienen, serían nubes de humo y ceniza.
También colegí que la entrega de armas habría abierto más troneras. Efectivamente, la búsqueda de firmas anunciaría que los partidos y sus candidatos apelan a la acción directa, es decir, van de forma más o menos soslayada y acomodaticia a la acción de masas, de sus potenciales sufragantes, tratados ahora como clientela adventicia. De ser así, entonces todos los movimientos sociales, económicos, políticos, gremiales, en Colombia, tendrán vía libre para expresarse a través de la recolección de firmas. Quien no tenga firmas que apele a la calle. Mientras más directa la acción, todavía mejor.
Un mayor caos se avecina. El asunto es supremamente grave pues nadie sabe qué se esconde detrás de una firma, si una adhesión o un rechazo. Una firma no se le niega a nadie y, eventualmente, pueden estarse apoyando al mismo tiempo las más dispares acciones. Una era de populismo al por mayor y al detal estaría en curso. Vendedores ambulantes y culebreros de la política harán competencia a los voceadores de chontaduro, agua de panela, etc., en vías y parques de nuestras ciudades. ¿Cuándo empezarán a pagarse las firmas? A veinte limones por mil pesos sucedería, cuatro candidatos por una firma.
Pero hay algo peor: si las dos premisas anteriores fueran estructurales, entonces las visiones de la paz no estarían haciendo parte del escenario político colombiano, lo cual sería poco menos que un exabrupto histórico de mayor tonelaje que el No del endiablado referéndum.
Sin embargo, ahora vengo a caer que la búsqueda de candidaturas por firmas son mucho más que eso: significan el colapso del sistema político colombiano. Así de sencillo.
El asunto sería paradójico por lo tanto vale despejar el enredo: aparenta ser una salida democrática recurrir a la adhesión de la gente. Pero quien haya firmado una hoja de esas muchas veces advertirá que algunas no tienen encabezado y, prácticamente, son un cheque en blanco. Podría organizarse un clúster de negocios recolectores de firmas. Una misma hoja de firmas podría atender a más de un potencial candidato; eso, aunque una misma persona solo puede depositar un voto presidencial. No faltará quien diseñe hojas con encabezado desprendible.
Acudir a firmas sería una especie de democracia directa. Pero sabemos que esta ha sido manipulada en Colombia. ¿No ha sido acaso la guerrilla una forma despiadada de democracia directa? ¿Y la rebelión? Hemos conocido ingentes comités de aplauso en muchos pseudo Consejos Comunales en el pasado.
Además, ¿dónde está el debate que debería anteceder a la firma? ¿Cuál es el programa que avalan? Entonces, puede concluirse, si los partidos no cumplen su función constitucional, ni la naturaleza de su creación ¿para qué existen? De allí a plantear la siguiente pregunta hay solo un paso. Si las firmas de ciudadanos avalan comportamientos políticos de manera masiva y constitucionalmente válidos, entonces ¿para qué elegimos congresistas? He aquí donde asoma el colapso. Los hijos de Cien años de Soledad, política, literal y fácticamente, al fin han parido a su descendiente bien amado. Solo nos falta cumplir otra admonición graciamarquiana: el día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán si culo. Este asunto no es de menor valor. Vale precisar que los seres humanos provenimos de los reptiles, hemos perdido nuestra cola de saurios, menos en el Congreso. Recordamos subir la vagina con espermáticas colitas después desaparecidas.
Pueden esbozarse razones derivadas de un análisis lingüístico, y uso de teoría lógica, para sustentar lo anterior. Efectivamente, según Mijaíl Bajtín, el afamado lingüista ruso, una firma ciudadana no calificaría como un enunciado y, menos, como enunciado político, pues esa firma no proviene de ningún debate, no arguye, ni suscita ninguna respuesta o acción posterior de nadie. Pero, imaginemos que sí califica; entonces sobrevendrían efectos desde la lógica, si una firma aparece en hojas de candidatos diferentes. Todavía no sería un voto, pero implicaría una ubicuidad política que pondría el Principio de No Contradicción en entredicho. La violación de este principio trivializaría el sistema de verdades y falsedades, es decir, nos soslayaríamos hacia las lógicas paraconsistentes cual nuevo sistema de amparo. Pero, admitir el colapso mismo de la lógica del sistema ¿es gratis?
¿Qué ha pasado?
Ahora es absolutamente visible e incontrovertible que la paz nunca ha estado en la mente de la política colombiana. Estar ante el colapso nos niega nuevos discursos. Todo alimentaría la guerra. Inventarse una con Venezuela, antes imposible por tener como enemigo interno a las Farc, les permitiría seguir con las mismas.
A juzgar por los chillidos audibles, y el estertor intervencionista de Trump, nada es más previsible. Hemos visto giras para soltar las amarras. Una guerra con Venezuela organizaría el colapso. ¡Reviviría el fervor por la patria! ¡Aleluya! ¿Cuánto debemos esperar para que aparezcan las primeras propuestas?
¡Una guerra nos permitiría vivir en paz! Es el escenario de la paraconsistencia. ¿Suena increíble? ¿Quién apuesta?