Cuenta la historia que el 15 de julio de 1824 luego de regresar de su exilio en Europa, el prócer mexicano y luego proclamado emperador de su país, el General Agustín de Iturbide fue reconocido por un capitán, no por su apariencia ya que Iturbide andaba vestido como un campesino sino por su forma de cabalgar. Fue arrestado en la población de Padilla y fusilado 4 días después.
Su hijo mayor Agustín Jerónimo, quien se encontraba en Inglaterra, conservaba algunas cosas de su padre entre ellas una carta de recomendación en la que dice que es: “Un buen hijo, buen hermano y un buen patriota…” y con esto llega a Colombia en 1827 en donde es acogido por Simón Bolívar y lo nombra entre su cuerpo de ayudantes.
Bolívar lo defiende a toda costa incluso tiene una especie de altercado en el que el Libertador le pide al ministro de Relaciones Exteriores mexicano que se calme ya que es un asunto que no era de su competencia, parte de Bogotá con Bolívar y su grupo de mayor confianza con rumbo a Cartagena donde partiría a su exilio, esto ocurrió en 1830, pero es García Márquez quien trae a Iturbide a la luz de este sufrido viaje en su libro “El General en su laberinto”.
Se encontraban en un champán atravesando el río Magdalena, cuando sucede la siguiente anécdota: “En la madrugada, cuando todos dormían, la selva integra se estremeció con una canción sin acompañamiento que solo podía salir del alma. El general se sacudió de la hamaca. “Es Iturbide”, murmuró José Palacios en la penumbra. Acababa de decirlo cuando una voz de mando brutal interrumpió la canción”.
El joven extrañaba a su familia, a su patria, Bolívar lo sabía y por eso mientras uno de sus comandantes no se sabe si fue Carreño le ordenaba silencio, el general atravesaba la embarcación se sienta junto al capitán Iturbide que además fue compañero en la academia en Georgetown de su sobrino Fernando Bolívar y de Andrés Ibarra, le pide que continúe con su canción y le dice:
“Con diez hombres cantando como usted, salvábamos el mundo”.
El capitán Iturbide acompaña al libertador hasta su muerte ocurrida en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830, ya arreglada su situación parte hacia los Estados Unidos como parte de la delegación mexicana en ese país como parte del Servicio Exterior de su país.
Agustín Jerónimo de Iturbide muere en Nueva York en 1866, esto sin olvidar que hubo un grupo de militares y una selva entera rodeando el rio más grande de Colombia que lo recordarían por un nostálgico y doloroso canto a la madrugada que los levanto y a más de uno bajo de la hamaca.
El otro caso es el del prócer mexicano el general Antonio López de Santa Anna, oriundo de Xalapa (ó Jalapa), quien ocupó 10 veces la silla presidencial mexicana de una forma no muy democrática, fue uno de los dictadores que junto con Porfirio Díaz ocupo por más tiempo la presidencia del país azteca.
Santa Anna no solo fue reconocido por su dictadura, sino también por sus descalabros como presidente y como militar, el más reconocido de ellos ocurrió una vez terminada la batalla de San Jacinto en 1836 en donde al ser derrotado perdió el territorio de Texas hoy uno de los estados más grandes de Estados Unidos.
A raíz de esto, parte exiliado hacia Colombia, llegando primero a Cartagena y luego continua su camino arribando a la población de Turbaco cerca de aquel puerto en donde se estableció, compró una casa que se encontraba en ruinas y que se dice había sido vivienda del arzobispo-virrey, Antonio Caballero y Góngora.
Santa Anna la restaura y la denomina su casa de Teja, asimismo compra un terreno aledaño y se dedica a la agricultura, construye su mausoleo, y se declara uno de los precursores de la construcción del cementerio de esa población.
Totalmente diferente al que había dejado en su tierra, Antonio López de Santa Anna era considerado en Turbaco como un hombre bueno y que los ayudaba a todos, llega una carta de México y con el dolor del alma parte para su país, pero su retorno dura solo dos años, porque cumplido ese tiempo vuelve a Turbaco donde es recibido con banda y tremenda rumba, después de esto vive en aquel caserío por 2 años más.
En 1858 parte con rumbo a San Thomas para intentar evitar la invasión francesa y como garantía de pago, Santa Anna dice que entrega su “Palacio en Turbaco”, realiza esa campaña, pero aquel pueblo en la costa atlántica colombiana vuelve a llamar a su mexicano ilustre quien vuelve y se dedica al ganado, las peleas de gallos y a impulsar los trapiches de caña y el cultivo del Tabaco.
López de Santa Anna regresa una vez más a México donde muere en su capital en 1876, esto sin olvidar aquella población colombiana que cada vez que volvía lo recibía con los brazos abiertos y en donde dejó descendencia que aún se conserva en ese lugar.
Esto deja como conclusión que desde una canción que tumbó a todo el mundo en un viaje por el río Magdalena hasta una casa de teja que dejo amañado a quien fuera considerado uno de los más brutales dictadores mexicanos, Colombia es un país que recibe a todos de buen modo, y tiene una relación con México más allá de las rancheras.