Está absolutamente claro que las campañas políticas son un negocio oscuro en Colombia desde hace muchísimo tiempo. La prueba es que aquellos que no han aceptado este modelo o no salen elegidos o pasan raspando, así los pongan de cabeza de lista; sin negar que si el candidato de la campaña en problemas gana la elección es, sin duda, uno de los beneficiarios y debe asumir los costos generalmente políticos de esa realidad. Pero en el afán de crucificar al presidente Santos no se pueden ignorar realidades contundentes. Primero: que tire la primera piedra el expresidente que pueda jurar que todo el dinero invertido para elegirlo se declaró; que ningún pícaro especialmente de la elite le dio apoyo en efectivo en momentos de crisis; que nadie, ninguno de sus personajes más cercanos, se benefició después del poder que da el haber sido uno de los que le ayudó a llegar a la Presidencia.
Esta realidad no es para excusar a nadie, sino para demostrar que por fin se está empezando a constatar lo sucias que son todas las campañas. Por ahora el foco está en las presidenciales, pero ya verán lo que se encuentre cuando se analicen las de congresistas, gobernadores, y alcaldes en el país. Por ello, lejos de escandalizarnos, es el momento de asegurarnos que este destape de las campañas presidenciales del 2010 y del 2014 continúe, a ver si por fin cambiamos de clase política en el país. Y la culpa la tenemos todos, porque también en campañas anteriores se dieron rumores de financiamientos de personas que después pagaron penas en Estados Unidos por lavado de dólares, y nosotros –fuera de los chismes en corredores–, nada de nada. Muchos murmullos de que, en otros momentos, presidentes estuvieron cerca de personas non-santas. ¿Y que hicimos? Nada, permitir que todo se quedara en el elefante de Samper como si los otros presidentes, sus jefes de campaña, sus áulicos hubiesen sido arcángeles.
Por ahora el foco está en las presidenciales,
pero ya verán lo que se encuentre cuando se analicen
las de congresistas, gobernadores, y alcaldes en el país
Explíquenme por qué solo unas y no todas las estrategias para elegir dignatarios cometieron pecados imperdonables. O sea, solo en la campaña de Samper y en las de 2010 y 2014 pasaron todas las violaciones de las reglas establecidas. Ese cuento no se lo cree nadie. Todo lo que está quedando claro ahora es que, con absoluta seguridad, estas han sido las costumbres desde hace mucho tiempo y como nadie denunció las trampas que se hicieron, se consolidaron hasta que explotaron en la cara de algunos presidentes y expresidentes.
Repito, las explicaciones anteriores no son para justificar a nadie sino para celebrar que los colombianos podemos estar enfrentándonos a la realidad de esa corrupción que siempre ha existido en esta sucia política colombiana. Por ello, muchos –con dolor en el alma por su vocación de servicio público–, se han visto obligados a separarse de estos partidos indecentes.
Ahora queda claro que hasta los ‘honorables’ personajes se vuelven mentirosos cuando apoyan a los candidatos, algo que probablemente harán también en sus negocios. Ahora queda claro que es facilísimo obtener millonarios contratos en el sector público, cuando se es director de una campaña presidencial. Ninguna posición en el Estado, por importante que sea, compensa los miles de millones que se puede ganar sin supuestos impedimentos. Es la doble moral de aquellos que no aceptan cargos públicos para no tener incompatibilidades, pero que sí aprovechan sus vínculos para lograr lo que miles de colombianos decentes y capaces tratan y no pueden: competir limpiamente para ganarse una licitación con el Estado.
Solo falta que se sigan destapando las otras campañas políticas, senadores, representantes, alcaldes y gobernadores, para que, con obvias excepciones, se vea el dechado de virtudes que van a salir a la luz pública. Que esto suceda cuanto antes, para que por fin empecemos el capítulo de la política transparente y decente en Colombia.
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