Me preocupa.
Mi trabajo me obliga a viajar de pueblo en pueblo, a tomar un bus aquí para llegar allá; otro, para más allá. Y así semana a semana.
Lo que veo no es alentador, menos aun lo que escucho. Pancartas contra Timochenko, Iván Márquez, El Camarada Santiago, Teodora, como si los acuerdos plantearan el futuro nada más que de las Farc; conductores de buses y taxis que afirman que nos vamos a volver como Venezuela; señoras, viejitas y hasta monjas que dicen que “esos asesinos no tienen perdón de Dios”. Es decir, falacias por doquier a favor de más guerra.
En el tiempo libre, aparte de leer algunos libros compañeros, entro a Twitter y a Facebook. No dejo de ver las campañas a favor del Sí, puesto que casi no tengo contactos que apoyen el No. En algún momento hice una purga para evitar discutir horas y horas, tratando de convencer a un uribista de que el Centro Democrático no es un partido político, sino un consenso de mafiosos legitimados por la puerta de atrás de la Casa de Nariño entre 2002 y 2010. Por eso, lo que me entero a favor del No es lo mismo que escucho y veo viaje a viaje.
Y lo que veo en redes a favor del Sí es patético. Pero no porque esté todo mal hecho, ni porque los argumentos que se muestren sean absurdos. Todo lo contrario: tiene diseño, tiene gracia y los razonamientos son persuasivos. Pero eso no convence al votante común y silvestre. Eso no convence al pueblo.
Mientras los del No se enfrascan en la criminalidad de las Farc, y de ahí nadie los mueve ni nadie intenta moverlos; los del Sí juegan a The Color Run con Antanas, con actrices porno, homosexuales y marihuanos, bajo el marco del “sí a la paz”. Es una gomelada. Eso a la gente de pueblo no le gusta, no le llega. Le repulsa.
En lugar de oír a Juanes y su apoyo al fin del conflicto con las Farc, la gente quiere escuchar a Giovanni Ayala gritando échemos guaro.
Pero cosas de política, seguro a Giovanni Ayala no le interesan; seguro que para él las Farc son sólo una banda de criminales que hay que exterminar. Nada más. Así que no espero apoyo suyo al Sí. Menos de Silvestre Dangond ni de Peter Manjarrez.
Pero, por supuesto, estas son las personas a las que sí escucha y entiende la gente de pueblo. Y de pueblo no me refiero a los que viven en los pueblitos allá alejados. Gente de pueblo hay en ciudades, gente buena, inocente. No gente ignorante. Con sus creencias y valores arcaicos, arraigados. Personas difíciles de convencer.
Por eso me preocupan los mensajes citadinos. Las rondas de los del Sí por las universidades, como si la gente del común alguna vez entrara a la universidad a oír a los académicos. Los encuentros en librerías, teatros, salas de música. El Sí a la paz de los privilegiados por distintas razones.
Pero, ¿Y en los barrios populares? ¿En los pueblitos? ¿Allá donde no llegó la guerra más que a través de RCN y Caracol?
Algo me dice, y es triste reconocerlo, que tendremos que tener fe en los que hacen campaña “regalando” ventiladores, tamales, lechona, cincuenta mil pesitos para apoyar el Sí. Pero a estos espíritus santos no los veo por aquí.
“Votar a conciencia”. Muy lindo, pero poco práctico. Las camisetas, las chicas, los chicos por el sí a la paz: hermosas y hermosos, pero descontextualizados. Otra ficción.
“Votar a conciencia” es un extranjerismo en estas tierras criollas. No existe esa expresión en nuestro habla. “Votar a tamal” es más coherente con la democracia colombiana. Gana el que más repartió ese día.
Yo me incluyo, y no solo por mi debilidad por los tamales, sino porque los citadinos se adueñaron del Sí como se adueñaron de Instagram. A la paz no le metieron pueblo, como diría el revolucionario. No la hicieron prójimo, como lo dirían los santurrones.
La diputada santandereana Ángela Hernández convoca más a orar que Rodolfo Arango a reflexionar sobre Justicia Restaurativa. La oración atrae más que el pensamiento. La religión, por no decir la chamanería cristiana que caló por aquí, supera a la filosofía. Ese es nuestro drama.
Por eso no me hago ilusiones. El Sí a la paz tendrá que acudir a personajes como el cura de Caracol, Julio Sánchez, Néstor Morales, a todos estos farsantes para ganar. A los Ñoños, los Names. A Kiko Gómez, a Vargas Lleras. En fin a la parapolítica de la Unidad Nacional para ganar el plebiscito.
Este es mi panorama ante esta campaña electoral.