Las brujas de la guerra en Villarica

Las brujas de la guerra en Villarica

Ellas atacaban con sus gorjeos fantasmales los campamentos de los soldados que combatían a diario a los campesinos. Un viaje al pasado

Por: EDISON PERALTA GONZÁLEZ
enero 20, 2023
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Las brujas de la guerra en Villarica
Foto: Pexels

"Las brujas que desde mi infancia me han acompañado, me escoltarán hasta las mismas puertas del infierno”

—Reinaldo Arenas

Las brujas aparecieron por primera vez en las guerras de Villarrica en defensa de los campesinos que protegían el territorio de la voracidad de los hacendatarios y la muerte, ensañada en las covachas de los cafetales y los ríos. En la mañana, bien temprano acudía al ordeño. Caballos y mulos llegaban con las vacas uno a uno, seguramente a dar cuenta de la terrible noche que habían experimentado cuando las brujas hacían fiesta en sus espinazos, cabalgando en la inmensidad de los potreros con esa risa fantasmal de gritos y relinchos. Las colas de las mulas, nunca lo olvido, aparecían anudadas de diminutas trencillas bien hiladas. La crin de los caballos también aparecía adornada de bellas trenzas. En la noche oía largas risotadas y un tropel intenso en los zaguanes de la casa y mi madre me decía: "Mijo, son las brujas, no te harán daño". Aún sigo sin entender el por qué de la risa y las trenzas de las brujas.

Choquetabla, el hermano de Carátulas, amanecía en sus borracheras acaballado en los maderos de Manzanita aturdido de las musas que en la noche reían a carcajadas entre la copa de los árboles. En Lérida y Pensilvania, las potrancas, las mulas y los caballos eran sometidos a intensas jornadas nocturnas por las jinetas de la fantasía para adornar la crin, la cola y sus mechones con trenzas diminutas. Otras veces subían cansadas por las escaleras de la casa con supuestos bultos de café para extenderlos en el zarzo como fantasmas apocalípticos de anunciar los ritos de la muerte. Rajaban leña, silbaban en la noche, descerezaban café a velocidades intensas, abrían las puertas de las habitaciones, se apoderaban del cuerpo y el alma de asustados peregrinos que perdían el conocimiento azorados por el miedo. Las brujas atacaban con sus gorjeos fantasmales los campamentos de imberbes soldados que combatían a diario a los campesinos enmontados de Villarrica.

El cabo Jairo López, hoy en su senectud, recuerda que los gritos de la Patasola mosconeaban las carpas de las putas que los oficiales traían de Girardot para satisfacer sus instintos reprimidos en los días de la guerra, mientras tanto los soldados amanecían disparando ráfagas benditas para tratar de ahuyentar al leviatán de las montañas confabuladas con las guerrillas en las rutas de la muerte. En las mañanas llegaban los aviones cargados de bombas incendiarias en busca de escondite de brujas y chusmeros que pretendían crear la república independiente de Cuindes y Sutagaos. ¡Qué despropósito!

Entre tanto Rosalba Velásquez de Ruiz, la Sargento Matacho, defendía con otras brujas venidas del sur la fortaleza de la Piedra donde murió en combate su amante y compañero sentimental Joaquín González, después que ésta se separara de Richard, el heroico jefe guerrillero, comandante general de la Guerra de Trincheras de Villarrica. Librada Moreno, la bella bruja y heroica maestra de Mercadilla, se destacó por su arrojo en defensa del territorio de los Cuindes al lado de cientos de campesinos harapientos que ofrendaron sus vidas en los campos de batalla. Después vinieron otras brujas y otras hienas a desangrar la paz con tinterilladas y robarse los frutos de los desheredados y condenados de la tierra.

“Así, y pidiendo perdón de antemano a unos hombres que hoy tienen gran poder (y sin que lo que voy a decir deba considerarse como una paradoja), advertiré que se pueden encontrar grandes semejanzas entre la bruja antigua y el político moderno sea la que sea su filiación y el origen de su poder. Al uno como a la otra se le atribuyen facultades muy superiores a las que en realidad tienen, son igualmente buscados en un momento de ilusión, defraudan de modo paralelo y en última instancia los males de la sociedad se les atribuyen en bloque: también los políticos se dice que forman sectas con consignas secretas e infames, sin más misión que la de propagar el mal, con sus juntas misteriosas y hasta sus banquetes correspondientes. Cuando son derrotados sufren procesos sensacionales, en que magistrados austeros y testigos inocentes ponen de manifiesto todas sus culpas. Si hoy existiera la pena de la hoguera los políticos fascistas que han masacrado y robado a Colombia serían los más sujetos a ella. Afortunadamente (para ellos), no la hay, y en los países más civilizados cuando se les condena como la Inquisición española, condenaba a las brujas en el nunca bien alabado siglo XVIII: por embaucadoras y embusteras” (Julio Caro Baroja).

Las brujas de hoy son otras, brujas de carne y hueso, enrostradas en maquiavélicas patrañas en el Congreso de Colombia y gritan, difaman y maldicen desde el Centro Demoniaco para incendiar los caminos de la historia anegados de lágrimas y sangre. Solo nos queda en la pantalla el susurro de la bruja Diocelina que nos convida a viajar con su sonrisa por las rutas de la paz para que “nunca más” vuelvan a ensangrentarse los ríos de la patria.

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