De los días silenciosos, en los que el soplo del viento golpeaba la turbidez del río Táchira, solo quedan los estruendos de las balaceras que despiertan la ambición de los males de la frontera.
Así han sido los días en el corregimiento de La Parada. Mientras sus habitantes se escondían de la inclemencia del sol que azotaba sus casas, ahora buscan esconderse del miedo a ser atrapados por las balas.
Desde hace tres semanas el sonido de los disparos se camufla bajo el viento que recorre desde San Antonio del Táchira (Venezuela) y pasa por el Puente Internacional Simón Bolívar en La Parada.
Los vecinos venezolanos que diariamente pisan este camino de cemento son testigos de las balaceras que ya no se esconden del día , y en plena luz hacen relucir que la frontera tiene dueños, pero no son los proclamadores de la legalidad e institucionalidad que hace años se alejó de este territorio.
Esta zona fronteriza se volvió apetecida por diferentes actores delincuenciales, que con su mano armada buscan imponer el orden que se le escapó de las manos al Estado colombiano, y que hasta el día de hoy no ha sido capaz de recuperar.
En menos de una semana se perpetraron cuatro balaceras que sacudieron los corazones de aquellos desesperanzados que cruzaban el puente Internacional Simón Bolívar.
Las miradas pérdidas de los venezolanos y policías colombianos, intentaban buscar a los causantes de esos minutos de temor, pero el esfuerzo fue en vano, ni el bajo caudal del río Táchira permitía encontrar los dueños de los disparos que se escuchó en La Parada, pero que se perdió en los oídos del gobierno municipal de Villa del Rosario.
En algo tenía razón el presidente venezolano Nicolás Maduro, los males de la delincuencia son los que gobiernan a la frontera.
Son esos males delincuenciales los que hoy se toman como campo de batalla las orillas del Río Táchira, pero que con sus armas traspasan el angosto hilo de agua en que se ha convertido; de los hombres que combaten en armas por el poder de las trochas sólo se conocen los estruendos de las balas, y así como las disparan , desaparecen entre la maleza del río, borrando las huellas de sus botas pantaneras.
Así como los disparos van y vienen en el día, los rumores de las disputas por el control de las trochas sacuden la poca tranquilidad de los habitantes de frontera. hombres camuflados de negro pisan con sus botas pantaneras y armas, la tierra de la que se adueñaron las bandas criminales.