El relato autobiográfico que lanza Salomón Kalmanovitz (SK) es un estructurado ejercicio que recorre más que el tema central de su obra intelectual alrededor de la economía, la historia y el desarrollo institucional del país. Con su cuidadosa pluma integra, entreteje y proyecta las distintas dimensiones que inciden en su formación del académico, investigador y profesor, siempre innovando, proponiendo y ofreciendo nuevas explicaciones.
Su método lo descubrió SK en el sistema de artes liberales de Estados Unidos. Mientras “en Colombia la pedagogía se basaba en la repetición o en la mímica del profesor… (allá) era el desarrollo de las capacidades de leer, escribir y pensar rigurosamente… (y) en las ciencias duras, era también investigar y resolver ejercicios creativamente.” Es un sistema educativo que “induce a los estudiantes a buscar sus vocaciones, cada cual tratando de identificar su ‘llamado’ y sus talentos, experimentando con las diferentes disciplinas, pero también dándoles una base sólida en ciencias…” De esa manera rompió con las tradiciones parroquiales, religiosas y familiares del país, para “sumergirse en el mundo cosmopolita del conocimiento y de comprometerse a fondo con la vocación escogida”. Kalmanovitz aprendió “el método académico de argumentar racionalmente con pruebas, con una escritura cuidadosa, con el reconocimiento de la literatura sobre el tema y con la modestia del que sabe que solo aporta marginalmente a ella.”
SK ha sido clave en la formación de centenares de economistas pero en sus Ejercicios de Memoria brotan episodios de sus orígenes, de su vida familiar, de sus amores y de la política, que dibujan a un ser complejo, que consolidó varios traumas, uno de ellos el ser parte de una religión perseguida. Con una meticulosa investigación dibuja a sus padres personajes que se encontraron en Barranquilla antes que estallara la guerra que exterminó a seis millones de judíos incluyendo a todos sus parientes que no pudieron salir de Europa. En Colombia eran una minoría bajo sospecha para el catolicismo de derecha que dominó años. Líderes como el falangista Laureano Gómez agregaba temores y desconfianzas ciertos, porque llegaba a extremos como proponer la expulsión de inmigrantes judíos. Aun en los ochenta El Siglo regentado por los hijos de aquel, protestaron por un un texto estudiantil que escribieron SK y Sylvia Duzán. Decían los goditos: “un judío no puede escribir un texto de historia nacional.”
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En su libro brotan episodios de sus orígenes, de su vida familiar, de sus amores y de la política, que dibujan a un ser complejo, que consolidó varios traumas, uno de ellos el ser parte de una religión perseguida
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De su infancia y adolescencia SK sin pudor refiere anécdotas divertidas. “Tardé mucho en comenzar a hablar. A los tres años mi mamá, preocupada, me llevó al médico, quien tiró una cuchara grande contra el piso que me hizo sobresaltar y comencé a berrear. Dijo que muy pronto iba a hablar más de la cuenta, pronóstico que nunca se cumplió.” En efecto, si algo caracteriza a SK es su infinita capacidad para guardar silencio. “Pensaba mucho antes de hablar cuando estaba con amigos y, cuando ya estaba listo para decir algo, la conversación había avanzado hacia un nuevo tópico y me quedaba callado. A veces lograba armar una frase contundente, sarcástica o irónica, que lograba articular y ya en la adolescencia mis amigos me llamaban “cicuta”.
Describe con pinceladas precisas las dificultades con su padre autoritario que lo quería volver comerciante y heredero de sus habilidades en el próspero almacén del mercado de Barranquilla. De joven lo hacía ir en vacaciones para ayudar a vender y atender la caja. “Me parecía insufrible estar contando gruesas (una docena de docenas) y gran gruesas de botones, en la asfixiante atmósfera del centro de la ciudad, cerca del mercado y del caño que despedía sus olores de basuras descompuestas, mientras mis amigos estaban en el club, nadando en la piscina, jugando tenis o ping pong, flirteando con las muchachas. A veces me dejaba ir, ya pasadas las cuatro de la tarde, y cogía el bus que me dejaba cerca del club.” O, las diferencias con su madre, empeñada en casarlo con una chica de la comunidad. Era un marco de opresión. “Mi papá era despótico con nosotros e insultaba a mis hermanas o a mi mamá; recuerdo que a las primeras las llamaba señorita vaca o, peor, señorita drek, mierda en yidish…rogaba para que nadie se diera cuenta de cómo se maltrataban.”
El siquiatra Simón Brainsky, su amigo, le ayudó años después a encontrar respuestas para entender su religión como un espacio de libertad y no uno de opresión, quitándole las pesadas cargas que lo abrumaban y que le generó tantos conflictos con sus padres. Así el muchacho del barrio “repelón” dejó atrás sus complejos tras dos décadas de psicoanálisis.
En los amores SK describe con naturalidad y respeto episodios propios de un ser tímido. Se intuye torpe en el arte de la seducción pero exhibe con desparpajo sus encuentros y rupturas, o frustraciones como cuando lo usaron como puerto de espera, o para escalar posiciones gracias a su prestigio y generosidad con el conocimiento, o el enorme impacto emocional del asalto paramilitar que se llevó para siempre a sus segunda esposa, la inolvidable Sylvia Duzán.
En la dimensión del activismo político dice que le hacía sentirse bien consigo mismo “…sin tener conciencia de que era una forma de aplacar mis profundos sentimientos de culpa y de sentirme inadecuado frente a los demás. Ahora sentía que estaba luchando por un ideal y me sentía reivindicado, incluso seguro de mí mismo.” En la dimensión académica se ocupó de poner en su sitio discusiones con la izquierda, en particular frente al bestseller de Mario Arrubla -la biblia de la izquierda durante un par de décadas- que declaraba imposible el desarrollo del capitalismo en el país.
SK enfrenta con naturalidad el haber sido marxista y reconoce que usaba sus tesis cuando lo convencían o se apartaba de ellas cuando las evidencias demostraban sus carencias. Pero sobre todo precisa la importancia de la investigación y las estadísticas como materia prima para explicar la evolución de la economía, algo poco común todavía en los años setenta. Gracias a su trabajo en el Dane pudo iluminar el camino a seguir a importantes camadas de historiadores y economistas desde la Universidad Nacional, Los Andes y la Tadeo y que dejó huella en sus doce años como codirector en el Banco de la República. Y no deja de recordar las guerras que le hicieron “envidiosos de profesores mediocres incrustados en las burocracias universitarias.” La sencillez, la austeridad y la ausencia de pretensiones a lo largo del relato facilita navegar por las siete décadas que ha recorrido SK iluminando la academia y la política monetaria nacional y a quienes tenido el privilegio de ser sus amigos.