Las arepas, mi bendecido sustento

Las arepas, mi bendecido sustento

La historia de una mujer aguerrida que hoy sobrevive en una esquina de Bogotá

Por: Javier Hernando Santamaría
julio 09, 2015
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Las arepas, mi bendecido sustento
Imagen Nota Ciudadana

Norha enviudó hace cinco años, cuando un cáncer de páncreas le arrebató a su esposo en un abrir y cerrar de ojos dejándola en la más completa incertidumbre y dominada por un fuerte desasosiego, enfrentarse a la vida con tres hijos y una hermana con síndrome de Down a su cargo, fue desde ese 3 de marzo de 2010 su cruda realidad.

Fabio, el esposo de Norha trabajó siempre como vigilante, unas veces de manera informal cuidando carros en la calle, otras en cuadras de barrios residenciales, y al momento de su fallecimiento en una de esas empresas de garaje que prestan servicios de seguridad a bajo costo, donde nunca le cotizaron al régimen obligatorio de pensiones y mucho menos contaba con afiliación a una EPS.

Cuenta doña Norha que cuando su esposo empezó a presentar recurrentes quebrantos de salud, él evitaba faltar a su trabajo por temor a ser despedido, pues tenía muy claro que en este país una persona de más de cuarenta años está desahuciada laboralmente y también tenía presente que su mujer nunca había trabajado, desde que se casaron estuvo consagrada por completo al hogar y el cuidado de los niños.

En una ocasión, mientras prestaba turno de rondero en una unidad residencial, el esposo de doña Norha perdió el conocimiento y tuvo convulsiones, situación de la que se apersonaron algunos de los residentes que le tenían aprecio y sin dudarlo lo llevaron a urgencias de un hospital cercano.

Con lágrimas en sus ojos Norha revive esos momentos y expresa atarugada por un nudo en la garganta que desde ese día empezó el calvario para la familia. Al día siguiente el médico que atendió a su esposo la convocó a solas en el consultorio para ponerla al tanto de la mortal enfermedad que aquejaba a Fabio y el pronóstico de vida que tenía.

“Sentí que se me vino el mundo encima…recuerdo que me desvanecí y el doctor me agarró para que no me cayera al piso...luego empecé a gritar, a llorar desesperada, me tuvieron que dar pastillas tranquilizantes, me preguntaba ¡por qué Dios mío, por qué, Señor no hemos hecho nada malo”.

Norha determinó inicialmente no contarle a su esposo sobre aquel dictamen que le vaticinaba menos de seis meses de vida, los gastos médicos por fortuna fueron cubiertos en su totalidad por los residentes del conjunto; a sabiendas de que no contaban con servicio de salud y que sus ahorros eran muy pocos para continuar con los tratamientos paliativos y quimioterapias, la angustiada madre y esposa intentó recurrir a la gerencia de la empresa de vigilancia para pedir ayuda económica, pero se encontró con excusas y descaradas evasivas que agudizaron su desespero.

Una noche en vela, Norha recordó el día en que su ya fallecida madre con suma dedicación le enseñó a cocinar, advirtiéndole que no solo le serviría para ser una excelente ama casa, sino que también podría serle de utilidad en algún momento de crisis, por eso sin dudarlo le reveló además el ingrediente secreto que hizo famosas las arepas de la abuela Ligia en su natal Itagüí, esas mismas que se vendían mejor que pan caliente. Norha, repentinamente motivada compró el maíz, el carbón y varios ingredientes especiales y esa misma mañana desempolvo un viejo asador del cuarto de trastes y se dio a la tarea de poner en práctica las enseñanzas culinarias heredadas por la abuela Ligia .

Esa primera tanda estuvo compuesta por una variada gama de arepas para satisfacer todos los gustos: clásica sin sal, con queso, solo mantequilla, con huevo perico, carne desmechada, jamón y queso y hasta con chicharrón, sin dejar de lado la famosa arepa de huevo, producido que se vendió completo y mucha gente se quedó con ganas de probarlas. De ahí en adelante los pedidos fueron en aumento, su hermana Teresa pese a su condición especial se convirtió en su mano derecha, juntas conjugaron un naciente y artesanal negocio.

Norha con la preparación y venta de arepas empezó a ver la luz al final del túnel, con los ingresos que obtuvo logró sobrellevar la situación económica de su hogar y costear además los medicamentos de su esposo, quien pese a su condición terminal se sentía tranquilo y feliz de contemplar el estoicismo de su esposa ante la adversidad. Fabio murió a los tres meses del dictamen.

“Mi esposo no sufrió tanto…lo mantenían sedado casi todo el tiempo y pues al menos se fue con la tranquilidad de saber que sus hijos no se iban a morir de hambre y que yo iba a luchar por ellos, a quebrarme el espinazo por sacarlos adelante a punta de arepa, pues con esas arepas que mi mamá me enseñó hacer le he dado estudio a mis hijos y tenemos lo necesario, estoy pagando la casita, con mucho orgullo puedo decir que las arepas han sido mi bendecido sustento”.

En cada esquina de barrio en este país existen miles de mujeres aguerridas y luchadoras como doña Norha, quienes fungen como madres cabeza de hogar y dan día a día esa valerosa batalla con la vida, misma que las ha golpeado inmisericordemente y les ha metido más de una zancadilla, pero ellas valerosas hacen de las calamidades un fuerte aliciente de superación y son ejemplos para muchos que se ahogan en un vaso con agua y solo esperan a que del cielo les llueva Maná. El trabajo dignifica, por humilde que sea, como dice el poema-canción, es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos.

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